Por Antonio Sánchez Monagas
El término “diáspora”, admite
distintas acepciones o sentidos. Su etimología destaca significados registrados
desde la perspectiva de la sociología, la religión y de la historia. Sin
embargo su comprensión más expedito, remite al concepto de dispersión. O mejor
aún, al de “desbandada” lo cual da cuenta de una retirada, abandono o escapada
de un importante grupo de personas que, a modo de huida o deserción, causa un
descalabro social capaz de desestabilizar el crecimiento y consolidación de
varias generaciones con serio impacto en el desarrollo de una colectividad,
sociedad o nación.
La historia universal, tanto
como el Antiguo Testamento de la Sagrada Biblia, refieren “diásporas”
provocadas por deportaciones motivadas por confrontaciones bélicas o conflictos
políticos o geopolíticos. Aunque es un término griego, derivado de la palabra
hebrea que traduce “exilio”, el mundo antiguo fue escenario de descomunales
desplazamientos humanos. Particularmente, el siglo VI a.J.C., vivió históricas
deportaciones de poblaciones de judíos obligadas por invasiones o conquistas
consumadas por la guerrera Palestina cuyo afán de ocupación de territorios
obedecía a motivos ideológico-religiosos.
Las diásporas, han estado
presentes a lo largo de historias políticas de buen número de naciones. Sobre
todo, de aquellas cuyos desarrollos económicos y sociales se vieron violentados
por la desmedida avidez de decisiones que embrollaron acciones con reacciones.
Pero también, ocurrencias con recurrencias, situaciones con estructuraciones,
discurso con realidades. En medio de tales vorágines, no tuvieron forma de
diferenciar lo urgente de lo importante. Estas desbandadas de valiosos
grupos etarios, azuzadas por graves equivocaciones de políticas nacionales,
condujeron naciones a profundos “despeñaderos”.
Como nunca, hoy Venezuela está
herida de gravedad por el desplazamiento de gruesos contingentes de su juventud
y calificadas capas profesionales. Todo, debido a la enorme crisis económica
que, por indolencia o incompetencia, ha provocado el gobierno central. Cifras
reveladas por medios preocupados por tal corrida de venezolanos, hablan de más
de dos millones lo cual evidencia la magnitud de un problema que escapa de la
posibilidad de ser lidiado desde la propia coyuntura en la que el mismo ha
tomado fuerza.
Países como Colombia, Uruguay,
Argentina, Chile, México, Estados Unidos, Perú y España, han sido algunos de
los territorios escogidos por quienes apostaron al futuro. Se la jugaron, a
riesgo de las dificultades a encontrar. Estos venezolano prefirieron liar los
bártulos, que continuar sometidos a la cabalgante inseguridad, al insidioso
deterioro económico y a la inaguantable polarización social, que
lamentablemente caracterizan a un país que, como Venezuela, pasó de nación
petrolera a país indigente. Esta gente decidió librar tan particular batalla, a
sabiendas de la incertidumbre financiera y emocional con la que podría toparse.
Pero la necesidad de sosiego, pudo más pues potenció su esperanza de dar con la
paz y las libertades que todo ser humano precisa.
El exilio de tantos
venezolanos, superó la diáspora que, en el siglo XX, otras realidades
padecieron. Sólo que ésta, tiene el amargo sabor de la contradicción que tal
vivencia representa de cara a las aprietos y ahogos que arrastra en su paso
hacia nuevos y desconocidos derroteros. De una Venezuela boyante en democracia,
según indicadores develados por organismos multilaterales especializados en
rastrear tan delicada información, el país cayó en una situación causada por el
desmantelamiento de la institucionalidad democrática. Ahora, la Venezuela del
siglo XXI difiere considerablemente de la Venezuela que respiraba recursos
servidos para elevarle la calidad de vida a sus habitantes. Aunque
relativamente. Aún así, el país que distinguió la segunda mitad del siglo XX,
se correspondió con criterios pautados por paradigma afianzados en la teoría
del desarrollo.
El panorama que pinta
Venezuela, es tétrico. La corrupción encubierta por la grosera impunidad, ha
favorecido la clase dirigente del partido oficialista tanto como a la comunidad
militar más allegada a las altas esferas gubernamentales. Esto hizo que el país
sucumbiera por los cuatro costados. Entre complacientes compromisos
fraudulentas promesas, Venezuela empobreció. Al extremo que, buena parte de
proyectos capitales de inversión e infraestructura, como por ejemplo: la
Central Hidroeléctrica Manuel Piar, el Complejo Industrial Gran Mariscal de
Ayacucho, el Tercer Puente sobre el Orinoco, la Planta Termoeléctrica Antonio
José de Sucre, el Ferrocarril de Guacara, el Parque Eólico Paraguaná, entre
otras gigantescas obras de ingeniería, fueron abandonados generándose pérdidas
multimillonarias en divisas. No conforme con tan patético cuadro de
barbaridades, el país es halla en un estado calamitoso. Calles llenas de
huecos; basura acumulada por doquier; desagües urbanos colapsados; vías sin
defensas y oscuras; zonas industriales semiparalizadas, comercios cerrados.
En otras palabras, Venezuela
se encuentra arruinada. La idea de “rancho” domina el pensamiento de muchos
venezolanos cuando hacen largas colas para comprar alimentos, baterías para
carros, neumáticos, medicamentos, sin tener idea del tiempo derrochado. O cundo
venden la dignidad al mejor postor disfrazado de “gobierno”. Pocos advierten que
quienes aceptan someterse a este modo de vida, “socialismo del siglo XXI”, de
alguna manera están contribuyendo a que dicha situación prosiga. Todo esto hace
ver que el país lo arrastró el caos a situaciones de extrema vulgaridad. Y para
ello han servido los controles gubernamentales que operan por doquier. Dichos
manejos han desgraciado al país. O como alguien tuvo la valentía de escribir
por las redes sociales que Venezuela es “un país donde las mujeres hacen cola
para parir, los muertos para ser cremados o velados, y los enfermos para paliar
sus males. No hay gas para cocinar. El latón de las urnas escasea porque la
empresa que lo producía, está quebrada. Se vive en un país donde no hay carros,
comida, dólares, ni pasajes. Los comercios están acorralados por el martillo
oficial, inspecciones y multas. Las empresas que continúan abiertas, están a
menos del 40% de su productividad. Ningún servicio público funciona. Lo peor es
que la ineptitud vienen acompañada de fanatismo”. Y tan malos tratos, seguirán azotando
al pueblo porque algún jerarca se le ocurrió decir: Chávez vive y la lucha
sigue.
Pero muchos entendieron que
bajo estas condiciones, nada mejoraría. Optaron por dejar sus querencias a un
lado y marcharse sin olvidar que dejaban su país. Pero no sus legítimos deseos
y necesidades de superación. Así comenzó la “diáspora” venezolana cuando
concienciaron no merecer las inicuas limitaciones de un régimen catastrófico
que convirtieron tan hermosa naturaleza en un “rancho” llamado Venezuela.
15-10-17
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