Editorial
El Nacional
En estos momentos, en que los
sectores democráticos venezolanos tienen dificultades para encontrar los
acuerdos necesarios para restablecer la unidad de la acción política, hablar de
transición podría resultarle al lector una materia sorpresiva, temeraria o
fuera de lugar.
Lo primero que hay que
recordar es que, en la mayoría de las ocasiones, los procesos de transición se
desatan de un instante para otro. Son, por naturaleza, súbitos. Aunque se hable
de ello por mucho tiempo, se anuncie y haya quienes las pronostiquen, llega un
día en el cual una serie de hechos concurren en el escenario, el régimen en el
poder cae, implosiona o se ve en la obligación de entregar el gobierno, y la
transición se inicia de modo inesperado. Tan sorprendente resulta para quienes
intentaban mantenerse en el poder como para quienes impulsaban un cambio.
Uno de los factores que
explican el carácter disruptivo de la transición es que nunca es el producto de
un solo hecho. Siempre se produce a consecuencia de una acumulación de
factores. Día a día, las realidades que obligan a un cambio se deterioran,
interactúan, suman otros elementos. El estado de cosas cambia de un día para
otro. El deterioro se expande. El malestar de ayer es superado por el de hoy.
Nada permanece en su lugar.
Además, en el caso venezolano
hay otro elemento que debe ser considerado: la situación interna del gobierno
es de fracturas. En plural: son muchas, cada vez más profundas e irreversibles.
Las luchas entre facciones de militares contratistas, por ejemplo, por hacerse
del control de las importaciones, es desesperada. Hay sectores civiles en el
gobierno que hablan de las “siete plagas militares” para referirse a los grupos
que se disputan los ingresos del petróleo. Lo mismo ocurre entre las
organizaciones que integran el Gran Polo Patriótico, que a diario se preguntan
hasta cuándo mantener el apoyo a un gobierno ladrón y destructor, violador de
la Constitución y creador de esa entidad ilegal, ilegítima y fraudulenta que es
la ANC.
El estado de la oposición es
solo uno de los factores que cabe analizar para pensar en lo que viene, pero no
es el único. La propagación del hambre, de las epidemias y de la impunidad que
rodea a las bandas de delincuentes; el colapso de todos los servicios públicos
–suministro eléctrico y de agua, telefonía, Internet, distribución de gas,
etcétera–; el estado de calles y carreteras; la violación de los derechos
humanos; los presos políticos, y la acumulación de pretensiones enloquecidas,
como la ley que los protagonistas del odio se proponen poner en contra de la
sociedad; el nivel del precio del petróleo, combinado con las exigencias de la
deuda externa y el riesgo de que Venezuela incurra en default, todos son
elementos que, en cualquier momento, pueden provocar un cambio radical en el
escenario.
Y es aquí donde vuelvo a la
pregunta del título: ¿cómo será la transición en Venezuela? ¿Acaso es viable lo
que podríamos llamar el modelo de Chile, en el que las fuerzas antidictadura y
anti-Pinochet, luego de un largo de período de dificultades y divisiones,
consiguieron articularse alrededor de una plataforma programática y electoral,
y lograron derrotar al dictador? ¿Hay posibilidad de que nuestra oposición
democrática logre crear una estructura semejante para derrotar al Pinochet
venezolano?
¿O corremos el riesgo de que
las cosas deriven hacia una situación que guarde semejanza con lo ocurrido a
partir de 2006 en el Líbano, donde la situación ha sido de constante
inestabilidad y enfrentamientos? ¿O, peor, existe alguna posibilidad de que
Venezuela se vea en una situación que de alguna manera recuerde lo sucedido en
Libia que, después del derrocamiento del psicópata Gadafi, no ha logrado la
constitución de un gobierno estable y unificador, lo que ha derivado en un
inmenso caos de luchas entre facciones de centenares de milicias?
Es probable que la posible
transición en Venezuela no se parezca a ninguno de los tres casos que he
mencionado aquí. Las particularidades de nuestro país seguramente serán
creadoras de lo que será conocido como modelo venezolano de transición. Pero
ese modelo no puede dejarse al azar. Hay que prepararse para ello. Deben
pensarse y acordarse las acciones para atender la hambruna y la salud de los
venezolanos, en el menor tiempo posible. Deben definirse, desde ahora mismo,
cuáles serán las medidas económicas y sociales para atender la hiperinflación y
el derrumbe productivo. El plan nacional de acción para el desarme y el control
de la delincuencia debe estar listo para ser implantado. Los decretos relativos
a las emergencias de los sectores salud y educativo y de los programas sociales
deben pensarse para que de inmediato se tomen las medidas que reviertan la
ruina en que se encuentran ahora mismo. Los preparativos de la transición deben
incluir un cuerpo de decisiones urgentes para detener la destrucción de nuestra
industria petrolera, asegurar la integridad física de los trabajadores y poner en
ejecución una política que conduzca a recuperar la producción, que ha caído
casi a la mitad de la que era en 1998.
El país tiene como una de sus
tareas más urgentes prepararse para la transición. Universidades, academias,
partidos políticos, gremios empresariales, profesionales y de trabajadores
deben prepararse para ello. La transición debe anticiparse desde ahora. No
debería tomarnos por sorpresa. Puede desatarse en el instante menos previsible.
13-11-17
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