Trino Márquez 15 de noviembre de 2017
@trinomarquezc
Algunos
sectores radicalizados de la oposición -especialmente varios de los que se
encuentran en el exterior, para más señas en Florida, tecleando con furia y
odio el teclado de sus computadores- han celebrado con júbilo sádico, diría yo,
que haya abortado el diálogo previsto para realizarse en Santo Domingo, y que
los eventuales acuerdos entre la oposición y el gobierno hayan caído en un
limbo, del cual difícilmente saldrán en el corto plazo.
De
este fracaso no hay nada que celebrar y sí mucho que lamentar, pues los más
perjudicados por el naufragio de las conversaciones son los pobres y la clase
media, arruinada y decadente, luego de haber sido la más sólida y amplia, en
términos relativos, del continente.
Mientras el gobierno y la oposición no se sienten a discutir sobre la
grave crisis nacional y traten de buscar una salida concertada al descalabro
global, la situación de los grupos más vulnerables seguirá deteriorándose a un
ritmo frenético
Obtener
condiciones electorales que garanticen la equidad de los factores participantes
en los procesos comiciales, atenuar el descalabro de la salud y retornar a un
mínimo equilibrio institucional que les permita a los poderes públicos actuar
dentro de la atmósfera de respeto y cooperación que manda la Carta del 99, pasa
porque se sienten a debatir los líderes del régimen y los dirigentes
opositores. En ese encuentro ninguno de los dos bandos logrará aplastar al
otro, y ninguno renunciará a que se le acepte como fuerza real.
En el
fracaso del diálogo, la responsabilidad del régimen es esencial. Son Nicolás
Maduro y sus colaboradores quienes poseen las palancas para remover los
obstáculos. Son ellos quienes tratan de perpetuarse en el poder a costa de la
destrucción de la economía nacional, la demolición de las organizaciones opositoras y el secuestro de
la democracia. De su comportamiento autoritario e incluso pandillero ya no queda ninguna duda. La organización Human
Right Watch dijo hace pocos días que a la democracia venezolana ya no le queda
ni la fachada. Tiene razón. La democracia fue devastada por un tsunami
autoritario que se gestó hace casi dos décadas y que ha seguido una trayectoria
inexorable. Este dato empírico puede constatarse simplemente con un rápido recorrido
por el panorama político nacional: presos políticos, líderes nacionales
inhabilitados, diputados y gobernadores electos defenestrados, alcaldes
perseguidos y apresados, Asamblea Nacional ignorada, control de los medios de
comunicación, terrorismo de Estado, colectivos utilizados para amenazar y coaccionar, uso recursos públicos de forma
discrecional para favorecer al oficialismo.
El madurismo exhibe todos los rasgos de una dictadura.
Ahora
bien, ¿esas características niegan la conveniencia de negociar con los
verdugos? Para nada. Al contrario, hacen más necesario y urgente el encuentro,
pues la permanencia de los felones en el gobierno asegura la destrucción del
país, el aumento de la miseria y la extinción total de la democracia. No es
cierto que la comunidad internacional desapruebe que -en un momento en el cual
el gobierno recibe presiones de múltiples frentes, y se encuentra más aislado y
desprestigiado que nunca- la oposición acuda a una mesa de negociaciones. La
comunidad internacional está suficientemente informada acerca de lo ocurrido en
los países de Centro América, donde las fuerzas en pugna tuvieron que ir a
negociar en Contadora y Esquipulas después de que los enfrentamientos violentos
durante años habían provocado centenas de miles de muertos. La Unión Europea,
los países agrupados en la OEA y todas las naciones que han manifestado
preocupación por lo que sucede en Venezuela, aspiran a que los acuerdos se
produzcan antes de que se imponga la brutal lógica de la violencia y el país
siga rodando por la empinada cuesta de la miseria, la inseguridad personal, la
pulverización de la economía y el deterioro de los servicios públicos y la
aniquilación de las libertades.
En
nombre de los millones de venezolanos que han sido lanzados a la más extrema
pobreza, al desempleo y a vivir de la migajas que les da el régimen, los
dirigentes opositores están obligados a demandar que el gobierno acceda a
dialogar. En ese encuentro con el adversario no hay que exigir que Maduro
renuncie ya o demandar un gobierno de transición inmediato. Esos objetivos
están fuera del rango de posibilidades reales de una oposición que no pudo
triunfar el 15 de octubre y que ahora se encuentra desconcertada y dividida.
Hay que demandar, como se ha planteado, que las elecciones presidenciales del
año entrante tengan lugar ajustadas a las normas que plantea la Constitución y
la Ley Electoral, que se habilite el canal humanitario y se respete la Asamblea
Nacional. Para alcanzar esas metas se cuenta fuerza interna y respaldo internacional.
El gobierno necesita una puerta de salida. Las negociaciones pueden abrirla.
Sería dialogar por Venezuela.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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