Por Edward Rodríguez
El tiempo corre y se agota,
algunos dirían que “a paso de vencedores”; lo cierto es que hoy los venezolanos
(léase, no enchufados), vivimos uno de los momentos más críticos y desesperantes
de los que se tenga memoria o registro. La crisis nos estalló en la
cara.
Basta ir a un supermercado, panadería, charcutería o carnicería para sentir el tic tac del reloj de esa bomba de tiempo cuando preguntas por el precio de un kilo de queso, diez panes, un kilo de carne o una bolsa de leche en polvo. Sólo queda suspirar y decir una vez más: esto no se aguanta, ¿cómo hace para sobrevivir una familia con un sueldo mínimo?
Hace un año nos sorprendía ver
a la gente comiendo de la basura, escuchar el cuento de alguna persona
decir que sólo comía dos veces, o menos, al día, peor aún, reencontrarte con un
amigo y notar que bajó de peso no por estar fitness o a la línea, sino por no
alimentarse como Dios manda.
La semana pasada vi que uno de
mis compañeros de trabajo calentaba su almuerzo en el microondas y le pregunté
qué iba a comer y la respuesta aún retumba en mi cabeza: arroz blanco; así como
lo lee estimado lector, arroz blanco con un vaso de agua. En esa vianda no
había proteínas como carne, pollo o pescado.
Historias como esas se
repiten, por miles, diariamente, la bomba de tiempo ya no es un juego, el coco
del que tanto se hablaba llegó y lo tenemos al frente: es el hambresumada
al alto costo de la vida que ya no te permite comer bien por lo menos
una vez a la semana.
¿Quién (que no sea un enchufado) puede pagar una harina de PAN en 25 mil bolívares, 400 gramos de café en 40 mil bolívares, un kilo de arroz en 40 mil bolívares, pollo en 50 mil bolívares o carne en 90 mil bolívares? Esto es una locura colectiva cuando se llega y se sale del supermercado.
Sin duda alguna tendremos las
navidades más infelices que hayamos tenido en los últimos tiempos;
encuestadoras en el país ya han medido en qué invertirá el venezolano sus
utilidades, y la “tendencia irreversible” como diría Tibisay Lucena, es en
la compra de comida, y no en los estrenos o el regalo del Niño Jesús.
Nos toca reinventarnos
mientras salimos de la pesadilla, aunque hoy mi artículo va por el tema de lo
social y lo dramático de la situación; respetando el criterio de
los abstencionistas y de los votantes, creo oportuno
pedirles una reflexión: ya no se trata de repetir “si votamos y defendemos
ganamos”, se trata avanzar en el terreno y no perder los espacios; el gobierno
ve el juego político como una guerra y táctica militar y nosotros
como civiles y demócratas.
La lucha es en todos los
terrenos y en toda la tabla del ajedrez, por eso insisto que no votar el 10 de
diciembre genera más contra que pro. Por mi parte estoy convencido que esa es
una de las herramientas que no pienso dejársela a los hambreadores y miserables
de quienes nos gobiernan desde hace 18 años y nos pretenden imponer un modelo a
costa de lo que sea.
Estamos sentados en una bomba
de tiempo y urge desactivarla con el voto y la calle; ese es el
código secreto y la combinación está en las manos de cada uno de nosotros, los
venezolanos.
Foto: Archivo Efecto Cocuyo
14-11-17
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