CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO 03 de febrero de
2018
Como
anillo al dedo viene un artículo escrito en otras latitudes, que pone en su
justo medio el papel de la(s) religión(es) en este mundo en el que hay
regímenes políticos que se quieren convertir en la última palabra de lo humano
y lo divino. El mejor ejemplo lo tenemos en nuestro patio. Me limito a
transcribir casi al pie de la letra algunas de las ideas centrales de dicho
ensayo.
Los
retos de la humanidad son muy grandes. Se necesita el concurso de todos para
afrontarlos. Las religiones no pueden ser olvidadas. Aportan su sabiduría como
patrimonio común de la humanidad, en especial en el ámbito prepolítico de los
valores y las actitudes, los estilos de vida. Las religiones hacen una
importante aportación al colectivo social. Constituyen las entrañas
trascendentes de cada cultura. Nos hablan de la profundidad de la existencia
humana y han representado a lo largo de la historia un papel fundamental; aún
hoy, en todo el mundo, son muchas personas las que encuentran en ella su
sentido del vivir. Tienen su importancia en la creación de valores éticos.
El
poder se ha vuelto diversificado y se ha vuelto difuso: las estructuras
democráticas tradicionales no resultan idóneas para controlar a los poderes
económicos y mediáticos. El debilitamiento de la política conduce a las
instituciones a refugiarse en la legalidad y tienden a una utilización sesgada
de las tecnologías para mantener su hegemonía, en una deriva cada vez más
autoritaria. Las necesidades y demandas reales de la población pasan a un
segundo plano, lo que deslegitima el propio sistema democrático y abre las
puertas a populismos de diverso tipo.
La
religión proporciona al grupo unas pautas mentales, unos valores, unas
actitudes y unos comportamientos determinados: su trascendencia pública, no
solo interior o de conciencia, es clara. Si las religiones no pueden resolver
por sí mismas los problemas económicos, políticos y sociales, sí pueden
conseguir lo que solo con planteamientos económicos, políticos y sociales no se
puede lograr: un cambio de mentalidad, una transformación del corazón humano
mediante la conversión a una nueva actitud vital que pueda concretar en nuevos
estilos de vida.
Las
religiones contribuyen de forma eficaz a construir una cultura cívica y
democrática puesto que favorecen el “tener cuidado” de las necesidades de
aquellos con los que compartimos en el día a día el espacio público, cosa que
tiene mucho que ver con el bien común, realidad muy olvidada. La democracia no
es solo un conjunto de procedimientos legales para resolver conflictos de
intereses: ha de ser vivida; son precisos determinados valores que,
profundamente compartidos, generen un consenso activo a favor del sentido
social de la convivencia.
En un
mundo tan lleno de violencia urge dar pasos hacia una cultura de lo
no-violencia activa, capaz de transformar las estructuras generadoras de
violencia y que es a menudo el instrumento más idóneo para transformar la
realidad. La comprensión poliédrica de la vida espiritual que nos dinamiza es
muy importante para descubrir que el otro no es una amenaza, sino una
oportunidad para crecer.
Vivimos
una revolución deshumanizante, que para colmos, intenta convertirse en una
religión que conduce a la mayor de las pobrezas: privarnos de la libertad y del
vivir como hermanos, distintos, diversos, pero hermanos.
CARDENAL
BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO
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