Por Ignacio Ávalos
I.
A lo largo del último cuarto
de siglo, la transformación de China ha sido espectacular. Desde
principios de los ochenta, la economía se apoya cada vez más en la empresa
privada y crece como ninguna otra del planeta, según lo demuestran el tamaño del
PIB, los niveles de consumo, las exportaciones, el desarrollo de sus
capacidades tecnocientíficas y paremos de contar. Aunque, claro, no todo es
color de rosa, pues se observan, así mismo, cifras elevadas de desempleo,
marcados desequilibrios regionales, niveles muy altos de contaminación
ambiental, actos de corrupción con ribetes de alarma, notable desigualdad
social, entre otros aspectos que traslucen un desarrollo que, si bien es
notable, resulta poco parejo, de luces y sombras.
II.
China muestra enormes carencias
en materia de democracia. Su gobierno es autoritario. Los dirigentes son
designados mediante mecanismos mucho más burocráticos que democráticos. El
Partido Comunista es la madre de todas las organizaciones. La participación de
la gente en la orientación del proceso social es muy limitada. La organización
de los trabajadores siempre resulta muy cuesta arriba. Y por citar, apenas, un
último asunto, el informe de los organismos internacionales en cuanto a los
derechos humanos es casi impresentable. En China no pareciera, así pues,
estarse incubando un nuevo modelo social. Nadie sospecharía allí el reemplazo
deseable ni del socialismo tipo soviético ni del que auspiciaba el camarada
Mao.
La decisión tomada esta semana
por el Partido Comunista, a fin de eternizar en su cargo al presidente Xi
Jinping, pareciera ser, en este sentido, lo único que faltaba para cerrar el
perfil del régimen actual. Además de suplantar el modelo de liderazgo colectivo
por uno centrado en la personalidad de un líder supremo, también se ha
expandido significativamente el Estado vigilante, según lo señalan muchos
especialistas, entre ellos el politólogo británico Mark Leonard, en un artículo
reciente. El gobierno usa cada vez más circuitos cerrados de televisión,
grandes bases de datos e inteligencia artificial con el objetivo de estudiar el
comportamiento, las esperanzas, los miedos y los rostros de los ciudadanos
chinos, con el propósito de impedir la disidencia y los desafíos a su
autoridad.
Desde hace algunos años,
afirma Leonard, el gobierno chino estableció bases de datos de «crédito social»
en línea, lo que sugiere que eventualmente podría lanzar una sola calificación
para todos los ciudadanos chinos, que incluye evaluaciones crediticias,
comportamiento en línea, registros de salud, expresiones de lealtad al partido
y otras informaciones. En síntesis, señala, se está construyendo el régimen
vigilante más poderoso e intrusivo de la historia de la humanidad. Dicho sea de
paso, resulta imposible no pensar, a propósito de ello, en toda la, aún
incipiente, pero perversa parafernalia que el gobierno venezolano ha ido
construyendo en torno al carnet de la patria.
III.
China navega, pues,
capitalismo en popa, bajo el cuidado del Partido Comunista. El suyo es un
capitalismo rudo, por no decir salvaje, y juega a ser potencia económica, se
trata de tú a tú con Estados Unidos y, como suele pasar en estos casos, se
le notan colmillos de nación imperialista. No reinventó, entonces, el
socialismo. Pareciera, más bien, que inventó el capitalismo de la hoz y el
martillo.
Harina de otro costal
Me entero por el profesor
Google que Estados Unidos es el país en donde la gente tiene más armas y,
también, que desde el año 2002 han muerto al mes un promedio de 5 estudiantes,
profesores o personal escolar, asesinados por armas de fuego, al tiempo que en
lo que va de año ya se han producido 9 ataques a escuelas en diversos lugares
del país.
Ante esto, el inefable Donald
Trump propone como solución que los maestros se armen. Pareciera, pues, que así
como cree que el cambio climático es un cuento chino, seguramente pensará que
la idea de que el Estado debe ejercer el monopolio de la violencia no es un
principio esencial de la convivencia social pacífica, sino una creencia
revelada como absurda, de acuerdo con los últimos estudios científicos
realizados bajo los auspicios de la Asociación Nacional de Rifles, el lobby de
los fabricantes de armas, pieza clave de un negocio de grandes dimensiones.
En fin, Trump sigue
manteniendo en vilo a los terrícolas.
14-03-18
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