Leandro Area 14 de marzo de 2018
El 16
de mayo de 2010, en ocasión de las elecciones presidenciales que finalmente
ganara Juan Manuel Santos frente a sus oponentes para la época, Mockus, Noemí Sanín, Petro y
otros, decía quien esto escribe: “Que yo recuerde, que no fuese una propia,
nunca había causado en Venezuela tanto vuelo y revuelo una elección
presidencial como la que ahora se desarrolla en Colombia”
Hoy 12
de marzo de 2018, a horas de realizada la consulta electoral para definir la
conformación de las fuerzas política en el órgano legislativo, escribo que: si
mi memoria no me engaña, nunca antes había tenido tanta importancia y peso el
tema de Venezuela en una elección colombiana.
Mis
primeras observaciones: se mantiene la tendencia histórica que puntea en el
continente de la abstención que rodea el 50%. De un potencial de votantes
calculado en 36.493.318 solo se presentaron a votar 17.818.185, número
equivalente al 48.8%, con diferencias mínimas entre el Senado y la Cámara de
Representantes. Agréguese a ello el millonario número de votos nulos y votos no
marcados que son distintos al voto en blanco que es opción legítima dentro de
los tarjetones diseñados. En el exterior la abstención fue del 90.38% y
particularmente en Venezuela rondó el 91.12%
Los
mecanismos de administración electoral, el Consejo Nacional Electoral y la
Registraduría Nacional del Estado Civil, funcionaron con eficiencia y, a pesar
de los problemas que se presentaron y subsanaron, conserva un alto nivel de
credibilidad. Visto desde Venezuela, ¡la distancia entre los dos es cada día
más grande!
En un
país hasta no hace tanto marcadamente bipartidista (liberales y conservadores),
existe ahora una multiplicación de actorías políticas legales de diverso peso y
connotación donde se incluye hasta las viejas FARC (Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia) ahora trasmutadas en Fuerza Alternativa
Revolucionaria del Común.
Este
último aspecto da por supuesto para varias lecturas que resumo aquí a través de
muy escuetas interrogantes: ¿Esa multiplicidad de actores y factores políticos
será expresión de madurez, de cansancio, de reacomodos y transformaciones
naturales, de vitalidad? ¿Fuerza, debilidad? Temas para pensar.
Otro
aspecto. La elección parlamentaria reciente y ni se diga la primera y más aún
la segunda presidenciales que les siguen en los próximos meses, han estado,
están y estarán marcadas por la polarización, ya no por el asunto de los
alzados en arma que ya bajaron de la montaña, quedando pendiente el E.L.N que
parece también querer negociar y bajar, sino por el tema del modelo político
instaurado en Venezuela por venezolanos, con el apoyo directo de Cuba y el
cómplice silencio de tantos: el fracasado Socialismo del siglo XXI.
Esa es
la columna vertebral de la decisión que más allá de lo electoral es histórica
para Colombia, para la región y en la definición de la geo- estrategia mundial.
Exageremos
que la época no da para menos: el mundo, no de diga la región, el vecindario y
qué decir de Colombia, no serán los mismo si gana Duque o Petro o Vargas
Lleras. Así de simple como una hojilla a ras del cuello que así de peliagudo es
el asunto. No por casualidad el ex Presidente Uribe a la hora de depositar su
voto afirmó que: “vengo a votar para que Colombia no se convierta en una
segunda Venezuela”, no por prurito el candidato Gustavo Petro le vive sacando
el cuerpo al tema del socialismo y evadiéndose por las ramas con temas como el
cambio climático o la minería ilegal, no por casualidad tampoco ni por su amor
por el ajiaco viaja Trump a Bogotá en estos días.
Observamos
pues dos apariencias: choque ideológico y fragmentación partidista. Terror a la
plaga del vecino que es la Venezuela de hoy, y pluralidad y modernización del
espectro político colombiano.
Estas
dos circunstancias anotadas y otras que
por supuesto emergerán, definirán las conversaciones y negociaciones entre los
factores de poder, no solo en Colombia, de aquí al 27 de mayo fecha de la
primera vuelta que pudiera ser, nunca se sabe, definitiva o en todo caso el 27
de junio si hace falta una segunda vuelta. Hay una verdad que quisiera recordar
y es que todo hombre tiene su precio y la búsqueda de poder suele corromper.
Las negociaciones, todas, incluyen ese elemento.
Ocho
son los aspirantes a la presidencia de la república: Iván Duque (41), Germán Vargas
Lleras (56), Juan Carlos Pinzón (46),
Gustavo Petro (58), Piedad Córdoba (63), Humberto De la Calle (71),
Sergio Fajardo (61), Vivian Morales (56). Edad promedio 56.5.
La
licuadora electoral sacó a flote que el fantasma de las FARC-EP, ¿se escribirán
todavía con mayúscula esas desinfladas siglas?, ya no recorre el continente. Su
candidato Alias Timochenco, ahora Rodrigo Londoño, renunció por supuestos
problemas cardiovasculares. El electorado los ubicó en el rincón del 0,34% de
la votación para el Senado, sin obtener curules por las vías electorales, y
otro tanto, el 0,21 % en la votación de la Cámara. De los 34 millones de
votantes habilitados para ejercer su derecho, 85 mil votaron por las Farc.
Dicho en palabras sabias del poeta Luis Cernuda: “Oh tierra de la muerte,
¿dónde está tu victoria?”
El
fenómeno Petro. Veamos la película y no la foto. Gustavo Petro, candidato
presidenciable, ¿de dónde habrá sacado tantos votos?, es el resultado, he leído
en los libros, de la desmovilización del M-19 que era una guerrilla con arraigo
urbano, sobre todo en Bogotá, actor del asalto al Palacio de Justicia el
miércoles 6 de noviembre de 1985,
miembro de grupo terrorista y perpetrador de secuestros, el ejemplo de
Gloria Lara me viene a la memoria. No es pues un paracaidista político.
Luego
ingresó a la política legal, se mimetizó, se transformó, se convirtió en un
político controversial a la colombiana y fue congresista, alcalde de Bogotá, en
donde estuvo involucrado en temas de corrupción, candidato a Presidente de la
República en 2010, apoyó el proceso de paz, sostuvo vínculos de admiración
hacia y con Chávez. Es un tipo de izquierda. Recuerdo ahora que se inventó
antes que en Venezuela las Clap. Es el típico resentido disfrazado de
Ferragamo, pero no es de las Farc y ahora mucho menos y convenientemente
distante frente a los derrotados. Se mimetiza he dicho pero me viene otra vez a
la memoria aquella vieja frase del existencialista Jean Paul Sartre en su
novela La Náusea: “Todo pasado es prólogo”.
Final
y por ahora. Santos y Venezuela. Santos hilvana su testamento dejando una
hendija abierta, animal de galaxia, por la cual regresar si las circunstancias
lo permiten o lo exigen. Se despide con una carta al elegido que vendrá.
Romántico él se vende, Premio Nobel de la Paz, desmovilizador de la guerrilla
más vieja del mundo, el ELN en trance de lo mismo. Derrotado por cuestión de
límites con Nicaragua, posicionó en el exterior a Colombia y abrió las puertas
a la inversión extranjera. Se va con la popularidad por los suelos pero, como
cuando nadie nos ve, aparenta desaparecer.
Con
mayor reconocimiento externo que interno deja una gestión que para los
venezolanos queda marcada por aquél epitafio en el que escribió ser el mejor
amigo de Chávez y después de Maduro sin decirlo, dejando hacer y dejando pasar,
Uribe incluido, en desperdicio de la democracia para que los de aquí le
hicieran el mandado de poner en las buenas a los hermanos Castro para lograr la
paz en Colombia allá en La Habana, bajo palmeras borrachas de sol, y lo logró.
Desbarató un castillo de naipes, ahora se ve, y ayudó a arrasar con la
democracia venezolana. Ahora lo lamenta o lo escurre o se cambian la máscara e
inventa ser defensor de derechos humanos.
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