Por Carolina Gómez-Ávila
Según la lista de condiciones
que la ONU enumera para considerar que unas elecciones son “libres y justas”,
las nuestras no lo han sido desde hace mucho. Y para mí, eso nunca fue un
motivo para dejar de ir a votar.
Seguramente porque la
manipulación que todos presenciamos era desestimada por insuficiente, los
ilícitos que se denunciaban nos parecieron tolerables y, a pesar de los muchos
rumores, no hubo pruebas contundentes de fraude.
Pero desde la cita de 2015 en
la que elegimos a los actuales diputados de la Asamblea Nacional, el número y
descaro de las manipulaciones se multiplicó a la vista de todos; aumentaron las
denuncias de ilícitos y se sumaron dos gravísimas acusaciones de fraude que no
han obtenido respuesta convincente u oportuna: la de Smartmatic sobre
resultados del 30 de julio pasado y la de Andrés Velásquez sobre el resultado
del 15 de octubre en el estado Bolívar.
Esto sin contar la
proscripción indirecta de partidos políticos y muchas otras listadas y
disponibles para que todos las conozcamos y comprendamos qué tan grave ha sido
la desmejora. Sólo así podremos evaluar si esta puede obstaculizar
definitivamente la posibilidad de triunfo por la vía electoral
Aun así, mi decidida vocación
por los métodos no violentos para dirimir diferencias, me permitiría participar
en las elecciones leoninas de mañana. Soy irreductible en la defensa del voto.
Pero, honestamente, mi principal escollo es que no percibo que haya un
candidato en la contienda que represente los valores democráticos y demuestre
respeto e interés en restituir el sistema republicano; al contrario, todos
alardean –sin vergüenza– con ofertas populistas sobre las que ni siquiera
intenta dar algún tipo de garantías.
La verdad es que ninguno
representa la transición por una sola razón: ninguno proviene de una coalición
de partidos de vocación democrática. Eso es todo. En dictaduras, votar es un
instrumento para la transición cuando participa un representante de la
coalición que desafía a la tiranía. Parece que aún no se comprende el rol de
las coaliciones en estos procesos y sorprende ver a expertos desestimándolo.
Pero incluso en esa
circunstancia que describo, participar es posible. ¿No hay un candidato que
represente mi aspiración para Venezuela? ¡Pues voto nulo, caramba, no tendría
por qué hacer de eso un problema! Mi vocación democrática y mi ánimo por la
participación electoral no se verían mancilladas por ello.
El problema es que el sistema
electoral desprecia que esa sea mi elección. No tiene previsto –y por lo tanto,
no respeta– mi derecho a disentir de todos los candidatos a elegir. Peor aún,
intenta forzarme a escoger una de las opciones que propone.
Se coacciona al elector a no
votar nulo por estas vías: no incluyendo en el menú electoral el botón con la
palabra “Nulo”; violando el derecho al secreto de quien vote nulo puesto que la
única forma conocida para hacerlo es esperar el vencimiento del tiempo de
votación (3 minutos) en dos oportunidades consecutivas, quedando descubierta la
intención del elector con las consecuencias que eso tenga para efectos de
control social; contabilizando el eventual voto nulo como un error y no
presentándolo como una manifestación de voluntad a ser incluida en las
estadísticas de resultados.
El desprecio del Poder
Electoral por el voto nulo al no incluirlo en el sistema automatizado, al no
dar información oportuna y veraz sobre su ejecución y al “invisibilizar” los
resultados de esta opción, me ha arrebatado mi intención de participar en la
convocatoria de mañana. Miren por dónde los dejaré haciendo boxeo de sombra.
19-05-18
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