San Josemaría Escrivá 19 de mayo de 2018
Soporta
las dificultades como buen soldado de Cristo Jesús, nos dice San Pablo. La vida
del cristiano es milicia, guerra, una hermosísima guerra de paz, que en nada
coincide con las empresas bélicas humanas, porque se inspiran en la división y
muchas veces en los odios, y la guerra de los hijos de Dios contra el propio
egoísmo, se basa en la unidad y en el amor. Vivimos en la carne, pero no
militamos según la carne. Porque las armas con las que combatimos no son
carnales, sino fortaleza de Dios para destruir fortalezas, desbaratando con
ellas los proyectos humanos, y toda altanería que se levante contra la ciencia
de Dios. Es la escaramuza sin tregua contra el orgullo, contra la prepotencia
que nos dispone a obrar el mal, contra los juicios engreídos.
En Domingo de Ramos, cuando Nuestro Señor comienza la semana decisiva para
nuestra salvación, dejémonos de consideraciones superficiales, vayamos a lo
central, a lo que verdaderamente es importante. Mirad: lo que hemos de
pretender es ir al cielo. Si no, nada vale la pena. Para ir al cielo, es
indispensable la fidelidad a la doctrina de Cristo. Para ser fiel, es
indispensable porfiar con constancia en nuestra contienda contra los obstáculos
que se oponen a nuestra eterna felicidad.
Sé
que, en seguida, al hablar de combatir, se nos pone por delante nuestra
debilidad, y prevemos las caídas, los errores. Dios cuenta con esto. Es
inevitable que, caminando, levantemos polvo. Somos criaturas y estamos llenos
de defectos. Yo diría que tiene que haberlos siempre: son la sombra que, en
nuestra alma, logra que destaquen más, por contraste, la gracia de Dios y
nuestro intento por corresponder al favor divino. Y ese claroscuro nos hará
humanos, humildes, comprensivos, generosos.
No nos
engañemos: en la vida nuestra, si contamos con brío y con victorias, deberemos
contar con decaimientos y con derrotas. Esa ha sido siempre la peregrinación
terrena del cristiano, también la de los que veneramos en los altares. ¿Os
acordáis de Pedro, de Agustín, de Francisco? Nunca me han gustado esas
biografías de santos en las que, con ingenuidad, pero también con falta de
doctrina, nos presentan las hazañas de esos hombres como si estuviesen
confirmados en gracia desde el seno materno. No. Las verdaderas biografías de
los héroes cristianos son como nuestras vidas: luchaban y ganaban, luchaban y
perdían. Y entonces, contritos, volvían a la lucha.
No nos
extrañe que seamos derrotados con relativa frecuencia, de ordinario y aun
siempre en materias de poca importancia, que nos punzan como si tuvieran mucha.
Si hay amor de Dios, si hay humildad, si hay perseverancia y tenacidad en
nuestra milicia, esas derrotas no adquirirán demasiada importancia. Porque
vendrán las victorias, que serán gloria a los ojos de Dios. No existen los
fracasos, si se obra con rectitud de intención y queriendo cumplir la voluntad
de Dios, contando siempre con su gracia y con nuestra nada.
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