Por Tomás Páez
En un par de días se
celebrarán las elecciones que ha convocado la dictadura a través de su asamblea
particular y del organismo electoral de su propiedad. En esas elecciones la inmensa
mayoría de quienes integran la diáspora está excluida de hecho. Solo un
reducido número de votantes podría participar: 100.000 y pocos inscritos. La
razón que explica este hecho es que el gobierno se ha dedicado, con particular
saña, a impedir de mil modos y maneras el ejercicio del derecho al voto de los
venezolanos en el exterior
Ese pequeño número
contrasta con el que arrojó la multitudinaria participación que produjo la
consulta que promovió la Asamblea Nacional, hace apenas 9 meses: cerca de 800.000
votos, que representa más de 10% del total de los votos de esa jornada. La
cifra de votantes, sin duda alguna, ha aumentado de manera significativa y
exponencial a la par del incesante incremento de la diáspora en los últimos
meses. No es descabellado calcular que ese número se ha duplicado, cifra cuyo
impacto en los resultados globales no se puede desconocer ni minimizar. De allí
la importancia de depurar y actualizar cuanto antes el registro electoral del
país. Forma parte de las exigencias de los países democráticos que demandan la
realización de elecciones limpias y transparentes con el fin de superar la
crisis humanitaria sin precedentes que padece Venezuela.
El régimen se empeña en erigir
obstáculos para impedir el derecho de elegir de los venezolanos en el exterior.
Esa perversa actitud y su capacidad para la trampa es lo que crea “dudas
razonables y absolutamente justificadas” que permiten pensar que podrían
utilizar los registros de los electores, a quienes negaron su derecho de
cambiar de domicilio, para beneficio del partido que hoy ejerce el gobierno.
Cuando la información es opaca
y cuando no hay testigos en las mesas y en los centros, la cantidad de
sufragios a favor del régimen aumenta de un modo desproporcionado, como ocurrió
con el resultado de la elección de la “asamblea particular” que el gobierno ha
creado para dirigir el país. Más de 8 millones de votos, lo que supera a
aquellos que obtuvo su difunto líder en su momento más descollante. La
desvergüenza de las representantes del régimen en el ente electoral fue tal
que, en un contexto caracterizado por calles vacías cual cementerio en día de
mantenimiento y de centros de votación sin colas de personas, no les resultó
indecente administrar la trampa y sumar votos con ritmo frenético.
La estafa electoral fue tan
evidente que hasta la empresa contratada para llevar adelante el proceso se
desmarcó del resultado que anunció el gobierno a través de la vocera del
organismo electoral, al que denunció como un fraude monumental. El mundo contempló
estupefacto el descaro con el que se mentía. Más recientemente, los mismos
personajes, ante la denuncia de Andrés Velásquez, que con actas en mano
denunció el fraude, desconocieron las evidencias de la ratonería e impusieron
un gobernador con datos falsos. La conclusión de estos fraudes es que “tecla y
acta matan voto” y que la trampa no admite discusión ni siquiera con acta en la
mano.
En el caso de la diáspora, la
trampa es previa al acto de votación; sencillamente se le niega su derecho de
participar en las elecciones a centenares de miles de venezolanos, cuyos votos
son decisivos para inclinar el resultado en una u otra dirección. No se trata
de porcentajes raquíticos, por el contrario, al día de hoy podrían representar
15% o más del total de los votos. La exclusión de los votos de la diáspora
otorga al régimen una considerable ventaja sobre los demócratas en cualquier
contienda electoral.
La dictadura venezolana tiene
plena conciencia de que la migración venezolana votaría en su contra, pues huye
del modelo de la barbarie, “el socialismo del siglo XXI”, que solo ha traído
penurias al país. Saben que la diáspora es la evidencia del fracaso de ese
sistema, como les consta a los ciudadanos y gobiernos de los países que acogen
el masivo éxodo de venezolanos. Consciente de ello el régimen venezolano los
desconoce, les niega el derecho humano y remata su desprecio mofándose de
ellos. Dudan hasta de los votos de los enchufados y testaferros que hoy
viven en el exterior. Se acabó aquello de lo que se jactaban, la democracia
participativa. Ahora, cuanta menos participación y más sumisión, mejor.
Un proceso plagado de
obstáculos, triquiñuelas y trampas que revelan el menosprecio del candidato
Maduro por los venezolanos, allí donde haya alguno. Se burla por igual de
quienes integran la diáspora y de quienes han decidido permanecer en el país. A
los primeros se refiere con una mueca de preocupación, “no saben cuánta
gente está limpiando pocetas en Miami”. Para los demás venezolanos el sarcasmo
es mayor y continuado.
En uno de los mítines el
candidato afirmó: “Todos los días voy a llamar al carnet de la patria, a todos
los carnetizados, esto es dando, yo los apoyo, y ustedes apoyan la constitución
y la democracia, dando y dando, ¿verdad?”. La desfachatez con la que lo dijo,
viniendo de quien viene, no causó asombro alguno y pone de relieve su más
absoluto desprecio por los ciudadanos. La expresión es, además, un irrespeto
a la convivencia, a la Constitución, a los ciudadanos y juega en un
terreno opuesto al de la decencia y la humanidad.
Cuando lo leí pensé que el
candidato se había vuelto millonario de manera súbita, que había ganado un gran
premio en la lotería de Estados Unidos o Europa, en divisas, porque el bolívar,
al que ha convertido en una moneda miserable, ha perdido todo su atractivo. Lo
que han hecho con el bolívar merece un nuevo cartel: “Cuidado, destructores en
la vía”. Me dije: este señor se fue al mercado y con recursos propios está
dispuesto a gastarlos en comprar votos como quien compra leche o pan, cuando
hay. Esa disposición a transar en el mercado derechos humanos básicos es un
remedo de gobierno y el lector puede colocar el término que mejor define a un
régimen de esta naturaleza. Su visión del ser humano se reduce al refrán “dame
tanto y dime tonto”.
Pero la realidad es peor de lo
que en principio pensaba. No se trataba de recursos propios, era algo más
grave, estaba transando (dando) recursos que no le pertenecen. De un lado
miente porque ofrece como propio algo que no es suyo y del otro lado porque
utiliza lo que es propiedad de todos los venezolanos para fines personales. Y
para colmo excluye a la gran mayoría, pese a que les quita lo que les toca por
derecho para otorgárselo a quienes dan su voto al régimen.
A lo dicho se añade que
emplean recursos, provenientes de los préstamos que ha contraído el país o
previamente asignados a programas y proyectos específicos, que destinan al
logro de sus fines personales lo que es un signo de todo menos de
una transparente y honesta administración. Supone un desconocimiento de
las instituciones del Estado y más bien sirven para parafrasear la frase que se
atribuye a Luis XV: “El Estado soy yo”.
Por si fuera poco, lo
expresado por el candidato Maduro encierra una muy baja estima del ser humano y
de su derecho de elegir. El voto, ahora sí, es una mercancía cuyo valor es el
de una bolsa de racionamiento CLAP. Una mercancía para “transar en el mercado
del hambre” que el socialismo ha creado. Un “voto o mercancía” o un “ser
humano”¿?, que vive en un contexto de racionamiento permanente de agua,
electricidad y en medio de una severa escasez de alimentos y medicinas: el
mercado de la miseria.
Se aprovechan del hambre que
han creado para negociar con ella o dicho de otra manera, “si no votas por mí
no tendrás tu bolsita de racionamiento de comida”, tendrás más hambre y
padecerás más escasez, y entérate de que lo que te damos lo hemos adquirido con
lo que te pertenece, con tus exangües recursos. Valerse de la precariedad del
otro, amén de desprecio, es un abuso arrogante e inhumano, pero además castigar
a quien disiente en un contexto de escasez es una modalidad de tortura que hace
recordar la mentalidad de quienes dirigieron los campos de exterminio. El colmo
del desprecio es la pésima calidad de los productos que la bolsa contiene y
que, además, se han hecho negociados con el hambre de los venezolanos. La frase
“dando y dando” es la negación del derecho humano y en sí misma revela la
profundidad de la herida causada al país.
El carácter “participativo y
protagónico” del que se jactaban ha desaparecido. Ahora solo esperan sumisión.
Mientras el candidato busca votos en la jungla del hambre, la miseria y la
escasez, estas cobran la vida de los venezolanos que engrosan las estadísticas
de la muerte por violencia, falta de medicinas o de alimentos.
Las elecciones que se avecinan
encuentran a los demócratas divididos y en esas condiciones resulta cuesta
arriba derrotar a un régimen que es minoría, que carece de apoyo social y
político en el país y en el mundo. Una dictadura que todos rechazan y cuyo
único mérito es su capacidad ilimitada de destrucción y en este terreno los
países, desafortunadamente, no conocen fondo. Parece que ha llegado el momento
de construir una estrategia unitaria que incorpore y sume a todos los demócratas,
que de manera descarnada analice los aciertos y logros, así como los errores
que asuma las responsabilidades para poder desplegar una estrategia que permita
recuperar la democracia y dar inicio al proceso de reconstrucción de un país
que ha sido devastado.
16-05-18
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