Por María Pilar
García-Guadilla
Despierto de un sueño profundo
debido al ruido ensordecedor que hace el chirriar de las tuberías del
agua que, cual despertador de antaño, me hacen sentarme de golpe en la cama
asustada, pensando que tengo una pesadilla.Aún en estado de vigilia, intento
vislumbrar lo que ocurre entre las sombras que todavía arropan mi habitación y
me doy cuenta que acaban de “poner el agua” por lo que concluyo que deben
ser las 5:25 de la mañana.
En vez de estirarme
perezosamente como en otros tiempos, corro a plantarme debajo de la ducha para
aprovechar la última gota de tan preciado líquido mientras mi esposo,
cuál sonámbulo, monta el cafecito que le retrotraiga al mundo de lo
real, al mismo tiempo, que termina de lavar los corotos de la noche anterior;
quizás el hecho que aún está dormido le permite hacer dos actividades de forma
más o menos eficiente al mismo tiempo.
Mis vivencias me hacen pensar
que solo nosotras, las mujeres, somos capaces de hacer dos, tres y hasta
cuatro actividades al mismo tiempo, sin enredarnos. Algun@s dirán que
esta habilidad que nunca me ha gustado desarrollar en el plano doméstico,
sea el resultado de nuestra socialización machista aunque yo
prefiero pensar que ello se debe a que realmente poseemos más habilidades
prácticas.
Ya debajo de una ducha real,
sin mediar totuma que alguien recomendó como el método de limpieza más
eficiente en el Socialismo del Siglo XXI, tomo conciencia que disponer de
15 o 20 minutos de agua en la madrugada y en la noche, porque al mediodía estoy
laborando es hoy día un raro lujo que libo a costa del rato de
descanso frente al televisor para ver mis programas favoritos que
desafortunadamente compiten con el horario del agua y siempre terminan
perdiendo.
Por contraste, con
el campo y tal como diría Henry Lefebre en su libro, El Derecho
a la ciudad e incluso Louis Wirth, uno de los primeros urbanistas de
comienzos del siglo pasado en su texto seminal titulado, El Urbanismo como
modo de vida, el derecho a los servicios básicos entre los que se
encuentran no solo al agua potable, sino también a la electricidad, a
los medios de transporte para movilizarse y a todos “los beneficios que ofrece
la ciudad” como lo son las actividades lúdicas son, no solo
característicos de la ciudad, sino además los requisitos para que pueda surgir
una Ciudadanía de Derechos tal como la entiende Max Weber en su obra
clásica, La Ciudad”.
Con el devenir histórico, los
derechos que suponen esta condición de ciudadanía pasaron a la categoría
de derechos humanos y se extendieron universalmente a todos los
habitantes del planeta,siendo por tanto, uno de sus rasgos más destacados, la
inclusión de tod@s sin distingo del espacio habitado, sea éste, el
campo o la ciudad. Por tanto, la satisfacción de las necesidades
básicas y lúdicas es el prerrequisito material para ejercer la ciudadanía
y debe de incluir a tod@s l@s ciudadan@s.
De acuerdo con lo anterior,
en Venezuela, la menguante clase media en deriva y en descenso
frente a la galopante inflación y el inalcanzable aumento del costo de vida,
tiene cercenado su derecho a ejercer la ciudadanía pero sobre todo,
los sectores populares quienes soportan aun con mayores dificultades la escasez
del agua por tres, cuatro y hasta siete días, la falta de transporte
público que oculta la vergüenza e inseguridad de las “perreras” para
movilizarse a ejercer cotidianamente las actividades que les dignifican como lo
son, el estudio y el trabajo, más allá de la humillación de la dádiva populista
de las bolsas CLAP y de la práctica cooptadora y excluyente
del Carnet de la Patria.
18-06-18
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