Por Gustavo J.
Villasmil-Prieto
“El
guarao, compañero
con
flechas y cerbatanas,
la
tierra venezolana
fue
el primero en defender”
Alí
Primera, Canto a un guarao
A Alí Primera lo conocimos un
día a principios de los ochenta, siendo apenas aspirantes a ingresar en la
Universidad Central. Degustábamos un vaso de la magnífica chicha que por años
se expendió al pie del histórico reloj de la plaza del Rectorado cuando vino el
cantautor al encuentro del grupo de estudiantes que allí nos congregábamos,
animoso y exultante de entusiasmo. Por aquellos mismos días veía la luz uno de
sus más recordados discos, “Abrebrecha”, icónico para muchos muchachos de
mi generación y en el que Alí elevara su canto de indignación y protesta tras
la infausta tragedia del siempre recordado grupo “Madera”. La “canción
necesaria” de Alí le cantó todo lo que era cantable en Venezuela y el mundo por
aquellos años, ya fuesen los llaneros de las riveras del Cunaviche, los
habitantes de los ranchos de cartón de Caracas, los obreros petroleros de
Paraguaná, los niños de Vietnam o los pescadores del lago de Maracaibo. En
aquella larga lista de elementos inspiradores de su canto no podían faltar, ni
qué decirlo, los indígenas de la sufrida etnia guarao.
Que el marxismo eurocéntrico
se acordara un día de los indígenas de este continente probablemente haya
tenido que ver con la sonorosa bofetada “dialéctica” que la historia le
propinase con los hechos, hace ya 50 años, del Mayo francés. Porque en ese
entonces no fue el “proletariado oprimido” quien salió a incendiar París, sino
que los hijos de una “pequeña burguesía” producto de los treinta prósperos años
de la postguerra (1945-1975) -recordados como los treinte
glorieuses- lo suficientemente acomodada como para enviarlos a la
universidad así no entrarán jamás a una clase ni tocarán un libro. Supongo que
los “explotados” trabajadores de la Renault, el SNCF, la Elf-Aquitaine y la
Banque Paribas estarían entonces planificando sus próximas vacaciones de verano
y para nada pendientes del paso del famoso “carro de la historia”.
De modo que los marxistas se
vieron forzados a replantearse todo lo concerniente al “sujeto revolucionario”:
ya no sería el proletariado europeo ni el norteamericano, cuyos miembros solo
se unirían, si acaso, en los balnearios de la Florida, la Côte d´Azur, las
Seychelles o el Caribe. Su lugar por ahora prometían ocuparlo los estudiantes.
Semejante “giro copernicano” quizás habría funcionado de no haber sido porque
Daniel Cohn-Bendit (el famoso Dany le Rouge) y sus “camaraditas” jamás
tomaron el Palacio del Elíseo por asalto y terminaron todos dedicados a la
defensa ya no de una clase, sino que de plantas, árboles y
bosques. Quedaban entonces los indígenas, esa parte de la humanidad tan
despreciada por un Karl Marx que en su día saludara sin dobleces las
políticas expansionistas y genocidas norteamericanas fundadas en las tesis del
“destino manifiesto”.
Incluso desde pocos años
antes, el marxismo ya había entendido que sus baratijas ideológicas perdían
mercado en una Europa próspera y cuán si fueran chancletas de fabricación China
salió a vendérselas a los pueblos morenos del mundo, los del “modo asiático” de
producción por el que siempre mostrara tan profundo desprecio. Con la famosa (y
no sé si aún existente) OSPAAAL y su no menos célebre Tricontinental, los
marxistas recordaron que por tierras de Sudamérica todavía habían mapuches,
aymaras, quechuas, yanomamis, kariñas, guajiros, piaroas y, ciertamente,
también guaraos, entre muchas otras etnias, ¡todas al pendiente de ser
“liberadas” a golpe de la hoz y del martillo! Fue así como los ponchos andinos
se pusieron de moda en las capitales de la Europa “progre”, cuyas juventudes
salieron en masa a las discotiendas a comprar sus “elepés” de Mercedes Sosa y
Atahualpa Yupanqui.
Se entiende entonces que la
izquierda venezolana se antojara también de los indígenas, entre ellos los
olvidados guaraos a los que Alí cantara. Salesianos, y capuchinos, entre otros,
llevaban ya muchos años entre ellos, pero los “camaraditas” pensaron en que ese
“mercado” les era ahora natural
En el futuro, el marxismo
cultural no desestimará la oportunidad que habría de ofrecerle un militar que
hablaba de revolución y que en un mismo discurso le valía lo mismo citar a Mao
Ze Dong que a Bartolomé de Las Casas. La revolución chavista desplegó alrededor
del indígena venezolano, elevado ahora a la categoría de “sujeto
revolucionario”, todo un tinglado institucional que incluía ministerios,
circunscripciones electorales, organismos de protección, legislaciones
específicas y hasta pintorescas ministras ataviadas con manta guajira. De todo
hubo. Pero faltó lo que realmente era importante: vacunas básicas, atención
médica, servicios incluso elementales.
La realidad sanitaria en las
comunidades de la etnia guarao del delta del Orinoco pone de manifiesto el
profundo desprecio del régimen chavomadurista por todo aquello que no sume a su
proyecto de poder. Las comunidades guarao del Delta exhiben, entre otras
desgracias, una de las prevalencias de seropositividad para VIH más altas del
mundo: de acuerdo con datos de la investigadora Flor Pujol, del Laboratorio de
Virología Molecular del IVIC, en algunos de sus asentamientos hasta el 35% de
los varones vive con dicha infección. No sorprendentemente, la tuberculosis es
el otro mal que por aquellos caños campea. Y para mayor “inri”, ahora la
poliomielitis.
El pasado 8 de junio, en
alerta oficial emitida por la OPS/PAHO desde Washington, se confirmó el
diagnóstico del primer caso de esa enfermedad en tres décadas en Venezuela,
precisamente en un niño de poco menos de tres años de edad proveniente de una
“comunidad indígena sub-inmunizada en el Delta Amacuro” (sic). El cuadro
clínico se había instalado, por lo menos, un mes antes. Días más tarde, el 20
de junio, en la 162ª sesión del Comité Ejecutivo de dicho organismo, se
terminaban de poner sobre la mesa los crípticos números de la salud de
Venezuela, destacando entre ellos el de 33 decesos por sarampión entre
indígenas venezolanos del Delta Amacuro.
Poco quedó de aquel ideario
que a fuerza de acordes de cuatro Alí Primera se empeñó vanamente en sembrar.
La misma revolución que le erigió un patético bronce plantado en mitad de la
Valle-Coche se encargó de tirar por el albañal todos los sueños de
reivindicación de aquellos primeros defensores de la tierra venezolana que
quienes cantara el trovador falconiano. Porque ni los obreros de
Paraguaná, los pescadores del Lago de Maracaibo ni mucho menos los postergados
guaraos del Delta les importan a nadie en el seno de
una nomenklaturaroja obesa y autocomplacida para la que lo único que hay
que preservar es el poder por el poder mismo.
Es el desprecio profundo e
impúdico por todo un país. Ni qué decir entonces que ni el recuerdo de la
poesía aguerrida de Alí Primera ni el amable chichero de la plaza del Rectorado
de mis años de estudiante existen ya. Ambos se han ido para siempre
Referencias: 1. Pujol,
F. Infección por VIH en comunidad warao. Laboratorio de Virología
Molecular, IVIC, Caracas. Ponencia presentada ante el 1er Foro sobre salud
indígena: Warao y VIH, Escuela de Antropología, UCV, 21 de julio de 2016, 2.
OPS/PAHO, Documento CEI 162/INF/22,Rev.1, 20 junio del 2018. En: https://www.paho.org (recuperado
el 8 de julio de 2018).
14-07-18
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