MARIZA BAFILE 18 de julio de 2018
La
medicina en Venezuela está enferma, enferma de gravedad. Faltan los insumos más
básicos así como la mayoría de las medicinas. En cualquier hospital, clínica y
laboratorio, los médicos y las enfermeras trabajan en condiciones inhumanas,
casi peores de las que deberían enfrentar en teatros de guerra. La impotencia
frente al dolor de personas quienes podrían ser curadas fácilmente si vivieran
en otro país o en la Venezuela que fue, el peligro constante al que están
sometidos cada vez que hacen turnos nocturnos, el desprecio por parte de un
gobierno que no valora su preparación ni su dedicación y que ha transformado la
salud pública en un objeto que barajea según sus intereses, han impulsado
millares de médicos de todas las edades a salir del país para buscar en tierra
ajena un lugar donde ejercer su profesión.
Año
tras año doctores de todas las disciplinas, psicólogos, psicoanalistas,
auxiliares de enfermería deciden emigrar. Lo hacen con gran dolor y
generalmente después de haber intentado con todos los medios seguir trabajando
para su gente y en la tierra donde nacieron.
Los
postgrados, sumamente solicitados en el pasado hoy son declarados desiertos
porque los jóvenes prefieren seguir su preparación en el exterior.
Según
la Encuesta Nacional de Médicos y Estudiantes de Medicina realizada el año
pasado, casi el cuarenta por ciento de los doctores que se han graduado en la
última década ya había abandonado el país y la mayoría de los otros estaba
decidida a tomar el mismo camino. Todos los galenos quienes participaron en la
encuesta consideraron que el ejercicio de la medicina en Venezuela es
frustrante.
Frente
a ese desangre de profesionales de alto nivel la respuesta del gobierno ha sido
la de acelerar la graduación de médicos que no tienen la preparación adecuada
para ofrecer un servicio de calidad. Un servicio que hace la diferencia entre
la vida y la muerte.
Muchos
los países que se han beneficiado del éxodo de los médicos venezolanos, desde
España hasta Italia, desde Estados Unidos hasta otras naciones de América
Latina. Es de estos días una noticia según la cual el gobierno de Argentina
está buscando médicos venezolanos para que trabajen en la provincia de Río Negro,
al norte de Patagonia, que por su posición geográfica y la rigidez del clima no
representa una meta codiciada por los médicos locales.
No es
el primer país que ofrece a los profesionales venezolanos la posibilidad de
trabajar en áreas rurales y alejadas de las grandes capitales. Ellos, como
haría cualquier otro emigrante, generalmente aceptan esas ofertas a pesar de
las dificultades que comportan. Y así, mientras otras naciones se enriquecen
gracias a la capacidad y profesionalidad de los doctores de Venezuela, en ese
país el sistema sanitario ha llegado a niveles de grave crisis humanitaria.
El día
a día de los enfermos se ha transformado en un infierno mientras el número de
personas que necesita asistencia médica va in crescendo. La escasez de alimentos,
de agua y de medicinas, la falta de electricidad, el deterioro general de todos
los servicios públicos, están a la base del recrudecimiento de enfermedades que
habían sido debeladas como la malaria y la tuberculosis entre otras. Ni hablar de la situación que viven quienes
necesitan tratamientos constantes, como diálisis, quimioterapia, radioterapia,
etc.
Niños
y ancianos son las grandes víctimas de una política devastadoramente
ineficiente e inhumana que está desdibujando un país y anulando una sociedad
entera.
La
medicina fue uno de los campos en los cuales Venezuela se distinguía. La
excelencia de sus médicos, constantemente informados, presentes en todos los
congresos internacionales más importantes, se unía a una manera de ser cálida y
profundamente humana. El doctor muchas veces se convertía en un amigo y la
confianza en su capacidad era tal que muchos venezolanos, aún viviendo en el
exterior, preferían regresar a “casa” tanto para un control de rutina como para
enfrentar situaciones más delicadas.
Imposible
hubiera sido, hace algunos años, imaginar el desastre actual.
Denunciar
esta situación, pedir que llegue ayuda internacional, es imprescindible. Está
en juego la vida de un pueblo entero.
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