Por Luis Ugalde S.J.
Este mandamiento tan central y
universal es violado en Venezuela no sólo por los que disparan sino por los que
imponen el actual sistema de muerte y quieren perpetuarlo. Ningún Caín
(religioso o no) puede silenciar a su conciencia que le reclama por haber
matado a su hermano. Como diría el ilustre Juan Germán Roscio, estamos
obligados a escoger entre la libertad y el despotismo. Eso fue el 5 de julio
civil: Independencia para que la vida y política de los venezolanos no la
decidan en Madrid (ni hoy en Cuba), monarcas o dictadores. Como dice el Acta de
la Independencia, los Borbones “quedaron inhábiles e incapaces de gobernar a un
pueblo libre, a quien entregaron como un rebaño de esclavos”. ¡Cómo se repiten
los tiempos!
Al mismo tiempo en la
humanidad es casi infinita la capacidad ideológica de justificar la muerte de
millones de personas como medio necesario y bueno para lograr lo que consideran
el bien y la vida: discriminaciones sociales que condenan a la miseria a gran
parte de la población; sistemas esclavistas que legitiman la compra venta de
los humanos reducidos a meros instrumentos; guerras “santas” que invitan
a matar en nombre de su dios; revoluciones que eliminan a los oponentes
de su iluso paraíso terrenal de libertad, igualdad y fraternidad. O esta
“revolución” donde millones y millones que malviven y quieren cambio, se
vuelven “contra revolucionarios” sin derecho a la vida.
Hoy en Venezuela se usa el
Estado y su Fuerza Armada para imponer la continuación de este régimen político
y modelo, su gobierno y presidente, para ahondar la tragedia. Los cambios de
ministros y los anuncios de “nuevas” políticas, son palabras vacías y lo serán
mientras domine una cúpula militar y civil aferrada al poder y a su botín.
Cínicamente repiten que todo va bien con algún inconveniente debido a la
“guerra económica” de los enemigos que nos quieren arrebatar este paraíso
revolucionario. Pero todos (empezando por Maduro, sus ministros y generales)
sabemos que vivimos en un ilegítimo régimen de muerte, que cuanto más dure más
se agravará. En esta tragedia en la conciencia de cada venezolano resuena el
grito ¡NO MATARÁS!; éste interpela al Ministro de la Defensa o al Director del
SEBIN, pero también a los responsables del Banco Central, de la política
económica y la hiperinflación, al Ministro de Sanidad y a quienes impiden
que en Venezuela florezcan miles y miles de empresas prósperas con garantías
jurídicas, estímulos a la inversión, generación de trabajo digno y bien
remunerado (frente al salario mínimo integral de 2 dólares al mes). Todo
el sistema educativo, con más de medio millón de educadores y diez millones de
educandos, se debate entre la muerte y la vida. Agonizan las instituciones
universitarias, los liceos, las escuelas y con ellos los maestros, los niños y
los jóvenes. Por eso vemos muchedumbres huyen despavoridos de esta muerte
omnipresente hacia las fronteras para dar el salto mortal al otro lado, sin
garantías de nada.
Interpelado por el NO MATARÁS,
nadie puede decir que eso no es con él. El sacerdote no se puede escudar en el
altar para dejar que continúe avanzando la muerte. Mucho menos el político.
Callarse es violar sistemáticamente el pacto social que nos compromete a todos
como ciudadanos a construir juntos una República donde haya vida. Resulta
cínico celebrar el 5 de julio como día de la Independencia con retórica
“revolucionaria” y desfile de armas. La Constitución ha sido secuestrada y
usurpada por la Constituyente dictatorial, que se autoproclama superior a toda
institución y persona; con lo cual el bien común de la democracia se convierte
en el mal común impuesto por la tiranía. Venezuela no puede pensar en recuperar
su economía, sus niveles de vida y de convivencia, sus ingresos, su política
democrática… si no nos movilizamos como inmenso río humano de conciencias que
se activan y convergen estimuladas por el aguijón de NO MATARÁS. Esa es la
fiesta nacional del 5 de julio para independizarnos de todo despotismo.
No hay moral ni ética que pueda
renacer fuera de esta actitud radical en defensa de la vida, y la política y la
economía no son separables de esta conciencia. Por eso todo el variado
liderazgo espiritual del país y la ciudadanía entera, deben movilizarse con
conciencia decidida al cambio económico, social y político.
Ese mismo renacer de la
conciencia nos debe llevar a la apertura a los “otros”, a quienes creyeron que
esta “revolución” era el verdadero camino para que en Venezuela los pobres
tuvieron un puesto central y reinara la vida y la esperanza en millones de
excluidos. Esa promesa ha sido desmentida trágicamente por los hechos. Ni desde
el gobierno, ni desde la oposición podemos ser sordos a la voz de Dios que nos
dice NO MATARÁS y AMA AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO.
05-07-18
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