LAURA WEFFER CIFUENTES 02 de octubre de 2018
Nunca
un apellido tan bien llevado. Luis Miguel Vence (45), sabe de
luchar, de bregar, de batallar y de triunfar. Este caraqueño vivió
toda su infancia y adolescencia en la avenida Rómulo Gallegos; estudió
en el colegio San Agustín de El Marqués; ganó las olimpíadas
matemáticas del Cenamec (Centro Nacional para el Mejoramiento
de la Enseñanza de las Ciencias) y tiene un cuadro de El Ávila en su casa. Es
también uno de los jefes de grupo que se alzó con el premio Nobel de
Medicina 2018.
“Recibimos
la noticia con mucha alegría -asegura telefónicamente desde Houston,
Texas, en Estados Unidos, el lugar que ha sido su casa por los
últimos doce años- . Hubo algunos de mis compañeros que brindaron, pero yo no
tomo (bebidas alcohólicas). El premio es muy grande, un reconocimiento a
nuestro trabajo. Eso significa que hay muchas personas beneficiándose de
la inmunoterapia.“, asegura todavía emocionado y sin dejar de
repetir que es su jefe, James Allison, quien en
realidad obtuvo el galardón.
Pero
la realidad es que Vence es el coordinador de uno de los cuatro grupos que a
su vez supervisa Allison. El venezolano tiene un equipo de 20 personas que
trabajan día y noche paraganarle la batalla al cáncer y más de una
vez lo han logrado. “Hay cuatro directores; yo me enfoco en el
estudio de los tumores sólidos; hay un patólogo que estudia
los exámenes patológicos; un especialista que estudia tumores
líquidos y el último que trabaja en otros tipo de cáncer“,
explica con la paciencia y la simpleza de quien realmente sabe sobre su
materia.
El sistema
inmune está entrenado para atacar lo que no es parte de
él (por ejemplo, infecciones que vienen de fuera); el
problema es que el cáncer sí es parte del cuerpo humano. El cáncer
muta, son células que proliferan rápidamente y por diferentes razones se
vuelven en contra de la persona que lo alberga”. La genialidad de
la aproximación de Allison y su equipo es que la cura no la
buscaron en el cáncer directamente, sino que ampliaron su mirada hacia el
sistema inmunológico. Y ¡bingo!.
La
respuesta la encontraron en las moléculas bautizadas como CTLA-4 y PD-1. Ambas actúan como “frenos” que impiden que
los linfocitos T -una especie de soldados defensores- combatan
a las células cancerosas, porque las reconocen como propias. Pero,
al eliminar esa barrera, los “soldados” tienen luz verde para atacar al
enemigo. En este caso, los tumores.
Claro, que cuando el sistema ataca al
mismo cuerpo se producen las enfermedades autoinmunes, como colitis, diabetes y artritis
reumatoide. Pero para contrarrestar ese efecto se utilizan esteroides que
contienen los efectos secundarios.
“Este
es un proceso científico que empieza con estudios animales y después pasa al
ser humano. Se hacen los ensayos clínicos. Pero ya esta terapia
le ha salvado la vida a mucha gente”, asegura Vence, quien toda su
vida ha tenido que batallar en contra de la enfermedad… personalmente.
“La
razón por la que me dediqué a esto es por los problemas de salud de mi familia.
Mi papámurió en 1990 y mi hermano en 1996 por problemas
renales. Mi prima me donó un riñón y hace dos meses me
trasplantaron. Sí, ya estoy bien”. Apenas se reincorporó a la oficina hace
tres semanas. Y entonces, ocurre esto.
Su
vida ha estado marcada por los estudios. “Yo viví en Caracas hasta
los 17 años. Obtuve buenas calificaciones y después que me
gradué, fui a Israel por un mes, representando a
Venezuela porque quedé de tercero en las olimpíadas
matemáticas del Cenamec. Después de eso me regresé y con una beca
Gran Mariscal Ayacucho -en 1990- me fui a estudiar a Francia.
Al llegar aprendí el idioma durante un año en Montpellier y luego me fui a
Estrasburgo por cinco años. Posteriormente estuve en Harvard e
hice un postdoctorado en Dallas y después, y finalmente, me
contrataron en el MD Anderson Cancer Center, en Dallas”. Allí
permanece hasta hoy.
“Recuerdo
que desde mi apartamento se veía el Ávila y era mágica; la luz que la bañaba
todas las tardes, los colores, es una imagen inolvidable. Y por eso, como buen
venezolano, tengo una foto de ella en mi casa”. También, asegura que
la canción que lo transporta siempre, siempre, que la escucha es el homenaje de
Ilan Chester a la Sultana.
La
última vez que viajó a Caracas fue en el año 2002 y
le angustia saber cómo se ha deteriorado la situación. “Me entristece
saber que la ciudad que yo conocí ya no está”. Sin embargo, se mantiene al
tanto de lo que ocurre a través de grupos de Whatsapp. Sabía por ejemplo, en la
tarde del martes, del niño que
había aparecido abandonado en El Marqués y cómo posteriormente
su mamá había sido hallada.
Vence
está casado con una mexicana, pero el tema de la comida no es problemático en
la casa. “Ella come arepa y yo como tortillas“,
dice entre risas.
“Si
tengo que enviar un mensaje a los venezolanos sería: esperanza.
Hasta en los momentos más difíciles es necesaria la lucha. Sé que no
tener comida o medicamentos es terrible, pero hay que insistir y seguir,
porque cada minuto de la vida es precioso y vale la pena vivirlo”. Así,
Vence -con la esperanza- vence una vez más. Con su apellido. Con su premio,
aunque insista que es de otro, y con la convicción de que sí es posible por más
imposible que parezca.
El
único otro venezolano que alguna vez se ha ganado el Nobel,
casualmente de medicina e inmunólogo, fue Baruj Benacerraf
en 1980.
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