Juan Guerrero 06 de diciembre de 2018
@camilodeasis
Conocí,
hace varios meses, a un joven profesional quien labora en la sede de un
ministerio en Barinas. Siendo hijo de padres profesionales fue educado en uno
de los mejores colegios de Barquisimeto.
Pudo
graduarse en una universidad privada y además, casarse y formar familia sin
mayores inconvenientes. Ingresó al mercado laboral con apoyo de familiares y
amigos donde comenzó a ejercer su profesión.
El
joven, que no llega a los 37 años, es un dirigente-ejecutivo medio quien debe
estar vinculado permanentemente con las comunidades en la Barinas llanera. Lo
observo mientras no para de hablar. Es un curtido demagogo que sin mayor rubor
ni pena, se dedica a describirnos la manera cómo se ha enriquecido a través del
trabajo fácil por la compra de bienes y servicios del Estado.
Mientras
habla de millones, entre dólares, mercancías y bolívares soberanos, voy
observando su rostro, sus manos. La mirada complaciente y su aire de dirigente
psuviano que se ufana por lo que hace. Describe la manera fácil de hacerse de
dinero ajeno sin que le tiemble el pulso, ni se le quiebre el timbre de voz.
Por el contrario, enfatiza y busca alzar la voz, para imponerse y convencernos.
Asquea
escucharlo. Dan ganas de vomitar tanta astucia para hablar del tráfico de
influencias y cómo esquiva los controles para obtener jugosas sumas de dinero
mientras beneficia a quienes son, tanto de su pandilla como a las comunidades
afectas al régimen.
-Nosotros
estamos claros que esto va a terminar pronto, sentencia. –Pero mientras eso no
ocurra nos dedicamos a comprar a la gente, suministrándoles algunas ayudas para
que arreglen sus viviendas. -¡Claro está! Acota con aguda precisión. –Solo
ayudamos a nuestra gente. Eso nos garantiza nuestra permanencia en el poder.
-Pero,
¿cómo haces para mantener a los grupos vecinales opositores sin protestar? ¿Por
qué no los ayudan también? –Es que no vamos a gastar esfuerzos en gente que nos
adversa, se defiende mientras sorbe un trago. –Esos escuálidos no nos
interesan. Pero socarronamente nos confiesa: -Es que donde vamos la mayoría de
la gente es opositora, jajaja. –Lo que pasa es que tenemos que hacer creer que
todos son chavistas.
Le
indico que eso que hace es contrario a la moral y va contra de las leyes y la
Constitución. Se sonríe y riposta. Tengo varios años metido en esto y ya es muy
difícil salir. –Mi esposa, sí. Ella era más chavista que yo pero ya está
alejada y quiere que nos larguemos del país. –Pero a mí me gusta lo que hago.
Se
sonríe y continúa su perorata de danza de millones, tráfico de influencias como
si estos fuesen actos normales de su trabajo. En ningún momento siente que lo
que hace va contra las normas y que en realidad, pertenece, no a un ministerio
sino a una organización de mafia, de crimen organizado. De bandas de
delincuentes donde sabes que entras pero que no puedes salir ileso de ella.
El
joven se siente protegido, amparado y como él mismo lo declara: -Me atrae mucho
estar dirigiendo a otros. Que la gente en los barrios y caseríos me busquen.
Este
tipo de personas son quienes en la práctica hacen el mayor daño a la sociedad y
la república. Seres absolutamente corrompidos que hoy están, políticamente de
un bando, pero que muy bien, pueden cambiarse al bando opuesto y ser tan
acérrimo defensor como antes lo hacían con otros.
Total,
no son los propósitos ideológico-políticos que mueven a estos seres que pueblan
el escenario intermedio del poder, entre el liderazgo alto del Estado y lo más
bajo, el pueblo raso y llano. Es el vil metal lo que realmente interesa y que
tan bien logran obtener cuando no existen, ni valores ni principios que guíen a
propósitos nobles de bienestar social.
En los
sectores medios de la administración del Estado existe todo un entramado de
individuos que han desangrado a la nación y corrompido todo el hacer diario de
las relaciones de trabajo, sociales y hasta espirituales. Para estas personas
no hay ética ni moral que valgan. Tampoco existen procedimientos ni controles
administrativos salvo aquellas instrucciones que reciben de sus superiores y
que adecúan a las circunstancias de los constantes operativos que llevan a
cabo, como tareas asignadas que son cambiadas en los próximos operativos.
Porque
la improvisación es norma para evitar controles administrativos. La
arbitrariedad del dirigente es orden que se cumple amparado siempre en el
militar que está detrás y que escuda en la sombra.
Como
él, que hoy se declara rojo-rojito por necesidad e interés de sobrevivencia,
existen otros, que son azulitos. Opositores que en ciertas circunstancias
sirven de enlace para tropelías y maltratos.
Son
ellos quienes en la práctica se han enriquecido mientras actúan en la
semioscuridad, un tanto alejados de los reflectores y sin mostrar el rostro
públicamente. Su nombre es apenas medianamente conocido solo en su entorno y
espacio donde actúa.
Pronto
terminará, muy seguramente, de reunir su pequeña gran fortuna, y también de
tejer su entramado de relaciones mafiosas, para después levantar vuelo y
ocultarse en algún paraíso fiscal por unos años. Después, cuando las aguas se
aquieten, volverá de visita a su Barquisimeto bucólico donde viven sus padres.
-Este
trabajito está sirviendo para escalar más arriba, nos comenta. –Explícanos, le
pedimos. –Es que mi nombre está sonando para un viceministerio, nos confiesa.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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