Por Piero Trepiccione
Prácticamente todos los años
en los cuales Nicolas Maduro Moros ha estado al frente del Estado
venezolano han sido muy conflictivos. Desde su elección en abril de
2013, la polémica ha sido su compañera de ruta. El origen de su mando
partió de una cadena nacional de radio y televisión donde apareció junto a el
expresidente Hugo Chávez Frías y Diosdado Cabello, en la cual, el país fue
testigo excepcional de la “recomendación” especial dada por el anterior
mandatario en las postrimerías de su vida, a los venezolanos para que lo
votaran en caso de unas nuevas elecciones presidenciales. Realizadas éstas, por
un carácter sobrevenido ampliamente conocido, en unas condiciones especiales
que fueron tema de debate jurídico y político no menos candente.
El inicio del mandato
presidencial de Maduro en 2013 estuvo signado por dos elementos clave que no
podemos obviar en el análisis, el primero tiene que ver con la herencia
política dejada por su antecesor y el segundo con la herencia económica.
En materia política, Chávez optó por la profundización del híper
liderazgo mediante el cual concentró en torno a su figura la jefatura del
Estado, del gobierno y del partido soportada en carisma, el ejercicio de la
telepolítica y el “efecto teflón” que le permitía transmutar las
responsabilidades de los problemas a terceros. Para ello, utilizaba los niveles
de popularidad y valoración positiva de su gestión que siempre alcanzaban
cifras cercanas o superiores al sesenta por ciento.
Maduro no pudo nunca
aproximarse jamás a ello. Veinte puntos porcentuales lo separarondesde el
propio comienzo de su mandato con respecto a su antecesor; tanto así, que Lula
Da Silva, en ese momento presidente de Brasil y gran aliado de la revolución
bolivariana, señaló públicamente que “con la muerte de Chávez, Venezuela
tendría que transitar hacia un liderazgo más colectivo y menos
individualizado para poder mantenerse en el poder”. Hoy día, ese capital
político inicial ha sido dilapidado y los niveles de apoyo popular alcanzan
cifras muy reducidas con un descontento generalizado de la población que supera
el ochenta por ciento y sigue creciendo.
Los fantasmas de Maduro
Con respecto al tema
económico las cosas son aún más emblemáticas. Ya en 2012, último año de
gobierno de Chávez, las señales que comenzaban a verse con mucha
fuerza en el escenario venezolano daban cuenta de un deterioro creciente
de las cuentas fiscales nacionales. Tantos años de gasto público exorbitante y
magnificado por la bonanza petrolera; además ejecutado sin contrapesos
institucionales sólidos que permitieran controlarlo adecuadamente, en un
escenario de caída abrupta de los precios petroleros, comenzaron a resquebrajar
peligrosamente las finanzas públicas. Maduro por tanto recibió una “papa
caliente” y se vería obligado a cambiar los esquemas de políticas públicas
particularmente los referidos al campo económico, pero no lo hizo y los
problemas se agudizaron.
Hoy Maduro se enfrenta a sus
propios fantasmas. La “colectivización” del liderazgo psuviano recomendada
por Lula no la ejecutó. Todo lo contrario, se afianzó en la concentración del
poder en torno a su figura, pero sin popularidad ni carisma. Diluyó
cualquier contrapeso o sombra interna que pudiera afectarle en el control
político del país. Esto le ha traído como consecuencia su aislamiento
creciente.
En el campo económico desoyó
las voces de los expertos que le recomendaron en varias oportunidades ejecutar
cambios importantes para relanzar la productividad y la confianza para las
inversiones en Venezuela, apegándose más bien al criterio dispendioso de su
predecesor y agravándolo con la “bonificación” sin respaldo que nos terminó
conduciendo a la espantosa hiper inflación que padecemos. Estos dos elementos,
en resumidas cuentas, han arrojado a Maduro a una especie de
“tobogán” que lo lleva hacia el abismo político sin control. Lamentablemente,
en esa bajada, está arrastrando a un país lleno de necesidades que
cada día se alinea más con un cambio.
17-03-19
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