Laureano Márquez 22 de marzo de 2019
La
palabra arrepentimiento viene del francés “repentir” que a su vez deriva del
latín tardío “poenitere”, “ser penitente”, en el latín vulgar se convirtió en
“repoenitere”, “ad repoenitere” hasta llegar a “arrepentir”. Alude a pesar de
una persona por algo que ha hecho o dejado de hacer. Cuando Jesús quiere
explicar cómo se comporta Dios frente a nuestros pecados cuando nos
arrepentimos, lo hace con la parábola del hijo pródigo: un hijo que pide a su
padre la parte de la herencia que le corresponde y se va de su casa. Gastó la
mitad de su fortuna en una vida disoluta de parranda y meretrices y la mitad
restante la despilfarró. Termina en una situación desesperada, que asemeja a la
de un venezolano de hoy: sin nada que comer, sin trabajo, sin salud, cuidando unos
cochinos, tarea en la cual el dueño de los cerdos le supervisa no vaya a ser
que se coma la algarrobas destinadas a los animales.
Para
hacernos una idea del pecado del hijo pródigo (prodigo en este caso es sinónimo
de maniroto. En derecho romano se declaraba “prodigus” al que derrochaba el
patrimonio legado), la ofensa más grande que se puede hacer a un padre es
pedirle la herencia. Equivale a lamentar que el padre aún no se haya muerto, es
en cierta forma matarle en vida. Cuando el hijo en el más profundo estado de
desesperación, decide volver a su casa arrepentido y el padre -que sale todos
los días al camino a ver si le ve regresar- le ve venir, sucio, miserable y
arruinado, corre a su encuentro, le abraza, le besa, le baña, le viste con
ropas caras, le coloca un anillo y mata a su becerro más cebado (¿qué culpa
tenía el becerro?) para hacer una fiesta. Hay fiesta en la casa del Padre
cuando alguien se arrepiente de corazón. No hay reproches, la alegría del bien
es tan grande que borra todo lo demás.
Nosotros
los venezolanos vivimos en el reino de la maldad. Hay cosas que Dios entiende
que nosotros los humanos no alcanzamos a comprender. Vendrán días de
arrepentimiento de aquellos que hicieron daño. El arrepentimiento es una cosa
tan profunda que cómo saber si se trata de un acto verdadero del corazón o una
actitud oportunista de quien ve la inminente caída del mal en el que militó y
cambia de bando para seguir en lo mismo.
De
cualquier manera, la pregunta que surge en estos casos, es la del hermano del
hijo prodigo, su razonable indignación porque su padre celebra la vuelta del
desgraciado, mientras el, siempre fiel y obediente, nunca ha tenido fiesta. La
pregunta es: ¿por qué no somos capaces de oponernos al mal cuando estamos
frente a él?, cuando nuestra voz interior nos dice que eso no es correcto y
toma consciencia del daño que se hace. ¿Por qué insistir en la maldad,
regodearse en ella, colocar el provecho propio por encima de las vidas sagradas
que están en nuestras manos?
Leo en
parte de la entrevista:
Rotondaro:
“ El Ministro Luis López decía que había que guardar los medicamentos para las
elecciones de la ANC.” En ese momento: ¿qué le detuvo para no hacer lo
correcto?
“Rotondaro
indicó que más de 4 mil personas fallecieron en un año por falta de diálisis”.
Se trata de 4000 personas que pudieron salvarse, que podrían estar vivas: ¿cómo
se sigue con la vida de uno luego de tanta muerte ?
El
verbo latino “paenitere”, de donde dimana “penitencia” significó en su origen
“no tener bastante de algo”. Quizá quien hace un daño consciente a otro está
movido por la idea de que no tiene suficiente y algún provecho saca de ese
daño. Parece entonces que un signo creíble del arrepentimiento es el de poder
resarcir el mal que se ha ocasionado. En el caso de las vidas perdidas,
desafortunadamente ya no hay nada que hacer, pero sería un claro signo de
arrepentimiento y un importante impulso al perdón que todos aquellos
arrepentidos devolvieran lo que tomaron indebidamente en función de sus
acciones. Sería una humilde y ejemplar forma de recomponer aquello que se ha
roto, Ndaro.
Laureano
Márquez
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