Por Marianella Herrera
Cuenca
Cuando por allá en los años
80 estudiaba yo mi carrera de medicina en la Universidad Central de Venezuela,
recuerdo haber visto una película llamada Mad Max. De esa película lo único que
me gustó fue la canción interpretada por Tina Turner, lo demás me parecía
terrible. El hecho de presentar un planeta arrasado, lleno de gente peleándose
por una gota de agua, por conseguir comida, ni hablar del aspecto y de la
higiene de las personas: a leguas se notaba que no habían tomado un baño en
siglos, la energía (la poca que había disponible) provenía del gas metano y los
que la administraban tenían poder. Entre carros destartalados y gente
harapienta, niños evidentemente enfermos, aparece un ser como recién llegado de
otro mundo, un policía, un ser que intenta comprender lo que allí sucede, luego
que su familia ha sido asesinada. Intenta sobrevivir y sacar ese mundo del foso
en el cual se encuentra, o al menos esa fue mi percepción.
Recuerdo que en aquellos
años me preguntaba cuál era el sitio de la Tierra, en el cual podría llegar a
suceder algo como eso. La película parecía una ciencia ficción, pero sin los
efectos especiales, con los efectos más bien colaterales del daño, una ciencia
ficción en referencia a una tierra que evidentemente parecía arrasada.
En la mitad de la década de
los 80, en Venezuela yo no podía imaginarme a mi país convertido en una
tierra arrasada, en un MAD MAX donde la realidad ha superado con creces la
ficción. Niños que mueren de hambre porque no hay comida, gente harapienta que
pelea por lo poco que hay, gente que espera y padece por una medicina, la
energía, la poca que hay o la que queda se ha ido en insólitos apagones de
horas que se miden en la desolación y las vidas que ha cobrado, en los niños
que no van a la escuela porque no hay comida, ni transporte para llevarlos, ni
maestros que den clases. En fin tierra arrasada pues, tipo MAD MAX, solo que en
el trópico, dentro de unos 912 050 kms cuadrados que conforman lo que queda de
la Patria de Bolívar.
Cuando recuerdo la película,
no puedo más que hacer la analogía con la realidad que agobia, lo increíble, es
que el titular del NY Times de hace unas semanas para referirse a Venezuela
como el MAD MAX contemporáneo, coexista con gente que todavía niega la realidad
en el mismo diario. Todavía hay gente que necesita más pruebas, y gente que por
Tweeter dice: si, en Venezuela hay crisis pero hambre, no, que no hay!!.Y
nuevamente pregunto, ¿no era esta una crisis previsible? ¿Cuáles son
los mecanismos que hacen que las acciones puedan ejecutarse para proteger a los
niños del Mad Max? ¿Cómo es eso que hay que discutir hasta el infinito y
más allá, sobre la vida y la muerte de millones de personas que no tienen
responsabilidad alguna en las circunstancias?
¿Es que no se dan cuenta
esas personas que niegan en el mismo diario que titula acerca del MAD MAX:
tragedia a la Venezolana, que cada minuto sin darle comida o medicinas a quien
lo necesita cuenta para una vida, para un cerebro mal alimentado, para una
discapacidad o malformación a futuro? ¿Cuántas serán las políticas que tendrán
que implementarse posteriormente para fluir y continuar en el ciclo de la vida
lo más adecuadamente posible, para atender a los discapacitados, víctimas de
este período oscuro de nuestra historia a fin de incluirlos en la sociedad
moderna de la futura Venezuela?
Ahora, aunque tarde la
recién tomada postura de la Cruz Roja Internacional y el ingreso de ayuda a
través de esta parecen ser el resultado de años de pruebas, de buscar
justificaciones para lo injustificable o de eternas conversaciones sobre los
esfuerzos realizados. Los hechos al final del día son: los que han marcado el
deterioro de la calidad de vida de los venezolanos, frente a los ojos del mundo
por años y sin inmutarse.
La película MAD MAX por la
época en la cual se hace la primera versión, no habla de la coexistencia del
desmembramiento y desarticulación de esa tierra arrasada con el lujo de la
tecnología comunicacional que tenemos hoy en el Mad MAX criollo, hemos vivido y
con nosotros el mundo entero la caída de nuestra bella nación a lo más bajo, al
caos más insólito, y si, en asientos de primera fila. Los diarios videos,
audios, fotos en medios tradicionales y redes sociales nos han hecho
espectadores en VIP de esta realidad que con creces ha superado a la ficción.
Esperamos que un segundo episodio se refiera a la recuperación, a la esperanza
en curso, a los nuevos aires que soplan vientos frescos, pero más importante
aún: acompañados de la revisión y consciencia de los mecanismos que hubiesen
podido hacer prevención y no lo hicieron, sobre la incompetencia de las
herramientas de cooperación internacional multilateral que no se expresaron
sino de manera tardía. Ya va siendo hora.
11-04-19
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