Trino Márquez 14 de junio de 2019
@trinomarquezc
Ningún
país, ni remoto ni cercano, desea participar en un conflicto bélico contra el
régimen de Nicolás Maduro, a pesar de todo el daño que su permanencia en
Miraflores causa. El éxodo masivo y creciente de venezolanos hacia Colombia,
Ecuador y Perú, con todas las dificultades que ese flujo continuo genera; la
actividad cada vez más evidente del ELN y de fracciones disidentes de las Farc
en territorio nacional; la presencia de oficiales rusos en el país; la
existencia de agentes terroristas del Medio Oriente y la importancia cada vez
mayor alcanzada por Venezuela en el tráfico de drogas, al parecer no son
suficientes para que los Estados Unidos y los demás países afectados por estos
hechos irregulares, se planteen seriamente una confrontación armada con el
causante de estas calamidades. Todos evitan el choque. El mundo y la región
enfrentan demasiados problemas para desatar uno nuevo. Una conflagración en
Venezuela podría desbordarse. Maduro es un incordio que debe removerse sin
causar grandes traumas.
La
tesis que ha venido ganando fuerza en el plano internacional, se sintetiza en
obligarlo a aceptar la convocatoria de unas nuevas elecciones presidenciales,
que corrijan los entuertos del 20 de mayo de 2018. En esta línea se inscriben
el Grupo de Lima, la Unión Europea, el Grupo de Contacto Internacional, los
Estados Unidos, Canadá y hasta el sinuoso López Obrador. El leve giro de Rusia
y China, expresado en Moscú la semana pasada con las declaraciones de los
cancilleres de ambos países, indica que Vladimir Putin y Xi Jinping, también
podrían estar contemplando esa posibilidad. Cuba todavía no se ha pronunciado
de forma categórica, pero si las sanciones norteamericanas continúan, no habría
que extrañarse si apoya la moción. Las piezas del tablero internacional se han
ido colocando en esa línea.
En
donde se perciben más dudas y confusión es el plano interno. Las tres fases
propuestas por Juan Guaidó –cese de la usurpación, gobierno de transición y
elecciones libres- hay que quienes las asumen como un dogma. Intentan ajustar
la realidad a las consignas, cuando lo sensato consiste en seguir el curso
inverso: ajustar las consignas a lo que permite la realidad. Proponer el
objetivo del cese de la usurpación tenía sentido cuando se suponía, o se creía
poseer información fidedigna, que el estamento militar se fragmentaría y un
sector muy amplio apoyaría a Guaidó. A partir de esa premisa era válido plantearse
formar un gobierno de transición. Por las razones que sea, los planes
abortaron. Padrino López no se sumó al proyecto de desplazar a Maduro, o nunca
formó parte de él. No cesó la usurpación, ni se pudo formar el gobierno de
transición. Queda en pie el último eslabón de la cadena: las elecciones libres.
Entiendo
que Juan Guaidó insista en la trilogía. Su giro hacia el reconocimiento de la
realidad debe ser progresivo y lento. Lo que no comprendo y no comparto es que
otros líderes opositores se aferren de manera ortodoxa a la tríada, cuando
todas las evidencias indican que los esfuerzos hay que dirigirlos a arrinconar
a Maduro para que acepte ir, en un plazo cercano, a unos comicios tal como lo
manda la Ley Orgánica del Sufragio aprobada por ellos en 2009, cuando mantenían
la hegemonía de la Asamblea Nacional. Para lograr este propósito ya se tiene el
soporte internacional y podría obtenerse el respaldo del Alto Mando, núcleo al
cual se le está haciendo cada vez más costoso sostener a Maduro en el poder. Si
los militares calzan en este mecano, Maduro tendrá que medirse sin apelaciones.
Imponerle
a Maduro su propia Ley no resulta nada sencillo. Le aterroriza una consulta
transparente y justa, con un nuevo CNE, con la posibilidad de que los
venezolanos en el exterior sufraguen, con un REP depurado, sin presos
políticos, ni inhabilitados. Llegar a un acuerdo en el que participen los
actores internacionales y los líderes que aún quedan en el país, será el
resultado de una batalla gigantesca. Para alcanzar esta cota, Maduro deberá
aceptar, aunque sea de forma indirecta, que los comicios de 2018 fueron
fraudulentos y que, en consecuencia, tendrá que someterse a una nueva
evaluación popular. Este vuelco sería fenomenal. Hasta ahora, su argumento más
firme ha sido que la consulta del 20-M fue más cristalina que agua de
manantial. Tal fue su razonamiento ante el periodista Jorge Ramos y en
numerosas comparecencias públicas. Tendrá que tragar grueso para aceptar el
escamoteo.
Para
obligarlo a admitir la trampa existen varios factores cruciales en los cuales
apoyarse: el respaldo y la presión internacionales, que no cederán mientras
Maduro se pasee por los pasillos de Miraflores; la grave situación nacional, el
descontento y la conflictividad social que lo acompaña; las diferencias dentro
de Psuv; el malestar dentro de los militares y la brecha entre los cuadros
bajos y medios con el Alto Mando.
Los
países que apoyan la salida pacífica y electoral han ido cuadrando. Falta
alinear los factores internos fundamentales.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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