Emili J. Blasco 13 de junio de 2019
El
presidente estadounidense sugiere que Rusia ya no es la amenaza en Venezuela
que antes le obligaba a actuar
Estados
Unidos ha cambiado el paso en relación a Venezuela. El momento de la máxima
presión para una caída abrupta del régimen chavista se ha agotado sin el
resultado esperado y ahora las circunstancias conducen a una negociación entre
las partes, según advertían los últimos días en Washington diversas fuentes
consultadas. La tibieza de la mayor parte de la comunidad internacional a la
hora de jugar a fondo la carta del reconocimiento a Juan Guaidó dio aire a
Vladimir Putin para pujar fuerte por Nicolás Maduro y con ello este mantuvo el
respaldo del Ejército.
Donald
Trump ya ha reconducido la situación sugiriendo que Rusia ha dejado de ser una
amenaza ante la cual EE.UU. deba actuar. Su «tuit» diciendo que los soldados
rusos habían abandonado Venezuela tenía esa finalidad. En realidad ese personal
militar va y viene, y si en un momento dado un grupo mayor de ellos salió del
país fue por falta de pago. El mensaje de Trump obligó a Maduro a pagar
rápidamente el monto debido, ante el riesgo de que los generales chavistas
asumieran que Putin le había dejado solo. Por su parte, Maduro ha señalizado
esa recobrada «normalidad» abriendo de nuevo las fronteras con Colombia y
Brasil, mientras que Guaidó, reticente a una negociación, ya ha admitido la
posibilidad de un proceso encauzado desde Noruega.
En
esa negociación, avalada internacionalmente en un proceso que para que llegue a
buen fin debe ser más amplio y riguroso que las experiencias anteriores en la
República Dominicana, Maduro puede lograr su máximo objetivo –mantenerse en el
Palacio de Miraflores hasta la celebración de nuevas elecciones presidenciales;
es decir, sin darse el cese inmediato de la usurpación, como reclama Guaidó–,
mientras que la oposición puede aspirar a lo debería ser su absoluta línea
roja: obligar a unas elecciones transparentes (mediante un consejo nacional
electoral abierto, sin uso de máquinas de votación, con registro electoral
revisado y público).
Trump
pierde interés
Tras
el fracaso de la acción del 30 de abril, que iba a suponer el derrocamiento de
Maduro, Washington ya ha desistido de provocar la marcha inmediata del líder
chavista. Además de la dificultad de volver a conjuntar una conspiración
interna contra Maduro, como la que había implicado al ministro de Defensa,
Vladimir Padrino, y al presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno,
la cuestión es que el propio Trump ya ha perdido interés en forzar algo que ha
demostrado ser más complicado de lo que le aseguraban John Bolton, consejero de
Seguridad Nacional, y otros colaboradores.
En
las conversaciones directas mantenidas entre la Casa Blanca y el Kremlin, así
como en los contactos entre el secretario de Estado norteamericano, Mike
Pompeo, y el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, la Administración
Trump podría ya haber cedido a alguna exigencia de Moscú respeto a la presión
estadounidense en el «extranjero próximo» de Rusia a cambio de la aceptación de
Vladimir Putin de que haya nuevas elecciones presidenciales en Venezuela. La
necesidad de una salida negociada se está abriendo paso habida cuenta de que ni
Guaidó ha podido acabar con Maduro, ni Maduro con Guaidó.
El
tiempo corre contra Guaidó
La
Administración Trump, no obstante, está decidida a seguir quitándole el oxígeno
a Maduro mediante la aplicación de sanciones, cuyo plena implementación debiera
producirse a finales de julio. Como en todos los procesos de diálogo
anteriores, el tiempo corre a favor de Maduro, por lo que esa presión
internacional es imprescindible.
En
apenas seis meses concluirá el mandato de Guaidó, quien a comienzos de enero
debiera ceder el cargo de presidente de la Asamblea Nacional al dirigente de
alguno de los partidos menores de la oposición, de acuerdo con el pacto
establecido tras la victoria opositora en las legislativas de 2015. Aunque
excepcionalmente se apruebe la renovación de Guaidó, en diciembre de 2020
debiera haber nuevas elecciones a la Asamblea, ocasión que el chavismo está
esperando para intentar volver a controlar esa crucial institución.
Además,
cuanto más tiempo pase, mayor será el éxodo de venezolanos dada la
desmoralización de quienes habían creído en la ofensiva de Guaidó y el
agravamiento de la situación por el efecto de las sanciones. Cuando más tarden
las elecciones, mayor capacidad tendrá Maduro de controlar un electorado cada
vez más reducido a las clases populares que comen de la «beneficencia» chavista
y más argumentos en su mano para celebrar conjuntamente las presidenciales y
las legislativas, acortando así el mandato de la Asamblea Nacional.
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