Trino Márquez 16 de octubre de 2019
@trinomarquezc
La
severa decisión del Tribunal Supremo español contra los dirigentes separatistas
catalanes, ha venido a poner las cosas en su lugar, luego de décadas de
desmanes, provocaciones y agravios de un grupo fanatizado contra la Nación y el
Estado de España.
En
esos excesos tiene mucha complicidad un amplio sector de la élite política que
ha conducido el Estado central durante las últimas cuatro décadas. Este grupo,
para deslindarse del régimen franquista y mostrarse amplio y democrático, les
dio numerosas concesiones indebidas a los separatistas catalanes.
Luego
de que el Caudillo por la Gracia de Dios acorralara a los rupturistas y les
prohibiera hasta hablar catalán a través de los medios de comunicación, estos
cobraron venganza contra la democracia que comienza a establecerse a partir de
la muerte de Francisco Franco en 1975. Potenciaron la leyenda según la cual
toda España, especialmente los madrileños, viven a expensas del trabajo y el
esfuerzo sostenido de los martirizados catalanes, los únicos “fajados” de esa
holgazana nación. España esquilma a Cataluña, era la acusación. Puro invento:
estudios económicos serios demuestran que el empuje catalán se debe, en gran
medida, al crecimiento sostenido del resto del país. Si España no se hubiese
modernizado y transformado a lo largo de estas décadas para acoplarse a las
demandas de la globalización, Cataluña no habría progresado al ritmo que lo ha
hecho. La relación entre España y Cataluña ha sido de enriquecimiento mutuo.
La
Constitución de 1978 les otorgó amplias competencias a los municipios,
provincias y comunidades autónomas. Sin embargo, para los extremistas catalanes
nunca ha sido suficiente. Su objetivo consiste en quebrar la unidad de la
sociedad y el Estado español. Exigieron e impusieron condiciones que en
cualquier otra nación, por democrática que sea, resultarían inaceptables.
Cambiaron la historia que aprenden los niños y los jóvenes en los centros de
enseñanza.
Difundieron
el mito según el cual en el pasado Cataluña formaba un territorio independiente
de España. Mentira. Se sabe que Cataluña durante la Edad Media era un condado
del Reino de Aragón, y que al este fusionarse con el de Castilla, con la unión
entre Isabel y Fernando, se constituyó el núcleo inicial de lo que luego sería
España, donde se creó, al decir de Pérez-Reverte, el primer Estado moderno de
Europa. Por lo tanto, Cataluña siempre ha formado parte de España. Jamás ha
sido independiente. No se le arrebató ninguna autonomía originaria.
En
las universidades públicas se habla y escribe en catalán, una lengua que
únicamente se utiliza en esa región. Esta obligación incluye a los estudiantes
extranjeros en pregrado y postgrado. Los documentos en las notarías deben
registrarse el catalán. Los desmanes promovidos por el extremismo son
numerosos. En los días recientes esos excesos han estado acompañados por la
furia de los grupos violentos. Los disturbios no han sido condenados por la
Generalitat. A esos sectores no les importa perder referendos y ser minoría en
las encuestas que miden las aspiraciones del pueblo catalán. La animosidad
contra España es la fuerza que los anima.
En
la coyuntura actual, al parecer, el grupo que aprovecha más la irracionalidad
de los separatistas es Vox, ubicado claramente en el campo de la ultraderecha
nacionalista prounidad de España. El fantasma de Franco ha reaparecido y Vox lo
toma de la mano para deslindarse sin ambigüedades de las posturas rupturistas.
El Psoe, el PP y Ciudadanos, las opciones de centro, aunque desmarcados del
separatismo, deben acentuar el alejamiento y la condena. La ambivalencia no les
conviene. El ejercicio de la democracia no puede colocar en riesgo la cohesión
del Estado. Con la sedición no se puede ser complaciente. El primer deber de
unos dirigentes consiste en garantizar la supervivencia de la Nación y del
Estado que la soporta. La democracia no puede transformarse en burladero por
quienes buscan quebrar la unidad nacional. El provincialismo de los
separatistas tiene que ser enfrentado con las herramientas proporcionadas por
el Estado de Derecho. La inmensa mayoría de los españoles, y desde luego de los
catalanes, desea una nación compacta.
La
decisión del Tribunal Supremo representa un claro mensaje a los grupos
rupturistas activos en Galicia, el País Vasco y otras provincias y comunidades
autónomas. Sobre ese dictaminen debe cabalgar la dirigencia política
democrática para blindar la unidad de España contra todas las modalidades del
parroquialismo separatista.
El
mundo necesita una Europa unida y democrática. Las amenazas contra la libertad
son numerosas y poderosas. Europa debe ser un muro de contención contra esos
peligros. Una España y una Europa fragmentadas en micro estados resulta
demasiado peligroso frente a los Putin, Erdogan y compañía, que surgen a cada
rato.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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