Francisco Fernández-Carvajal 24 de octubre de
2019
@hablarcondios
— Reconocer a Cristo que pasa cerca de nuestra vida.
— La fe y la limpieza de alma.
— Encontrar a Jesús y darlo a conocer.
I. Desde siempre
los hombres se han interesado por el tiempo y por el clima. De modo muy
particular, los labradores y los hombres de la mar han interrogado el estado
del cielo, la dirección del viento, la forma de las nubes, para aventurar un
pronóstico en razón de sus tareas. Nuestro Señor, en el Evangelio de la Misa1,
lo hace notar a quienes le escuchan, pescadores y gentes del campo en su
mayoría: Cuando veis que sale una nube por el poniente, en seguida decís: va a
llover. Y cuando sopla el sur, decís: viene bochorno. Jesús se encara con
ellos, pues saben prever la lluvia y el buen tiempo a través de los signos que
aparecen en el horizonte y, sin embargo, no saben discernir las señales, más
abundantes y más claras, que Dios envía para que averigüen y conozcan que ha
llegado ya el Mesías: ¿cómo no sabéis interpretar este tiempo?, les interpela.
A muchos les faltaba buena voluntad y rectitud de intención, y cerraban sus
ojos a la luz del Evangelio. Las señales de la llegada del Reino de Dios son
suficientemente claras en la Palabra de Dios, que les llega tan directamente,
en los milagros tan abundantes que realizó el Señor, y en la Persona misma de
Cristo que tienen ante sus ojos2.
A pesar de tantos signos, muchos de ellos ya anunciados por los Profetas, no
supieron enjuiciar la situación presente. Dios estaba en medio de ellos y
muchos no se dieron cuenta.
El Señor sigue pasando cerca de nuestra vida, con
suficientes referencias, y cabe el peligro de que en alguna ocasión no le
reconozcamos. Se hace presente en la enfermedad o en la tribulación, que nos
purifica si sabemos aceptarla y amarla; está, de modo oculto pero real, en las
personas que trabajan en la misma tarea y que necesitan ayuda, en aquellas
otras que participan del calor del propio hogar, en las que cada día
encontramos por motivos tan diversos... Jesús está detrás de esa buena noticia,
y espera que vayamos a darle las gracias, para concedernos otras nuevas. Son
muchas las ocasiones en que se hace encontradizo... ¡Qué pena si no supiésemos
reconocerle por ir excesivamente preocupados o distraídos, o faltos de piedad,
de presencia de Dios!
¿No sería nuestra vida bien distinta si fuéramos más
conscientes de esa presencia divina? ¿No es cierto que desaparecería mucha
rutina, malhumor, penas y tristezas...? ¿Qué nos importaría entonces representar
un papel u otro, si sabemos que a Dios le gusta y aprecia el que nos ha tocado?
«Si viviéramos más confiados en la Providencia divina, seguros –¡con fe recia!–
de esta protección diaria que nunca nos falta, cuántas preocupaciones o
inquietudes nos ahorraríamos. Desaparecerían tantos desasosiegos que, con frase
de Jesús, son propios de los paganos, de los hombres mundanos (Lc 12, 30), de
las personas que carecen de sentido sobrenatural»3,
de quienes viven como si el Maestro no se hubiera quedado con nosotros.
II. La fe se hace
más penetrante cuanto mejores son las disposiciones de la voluntad. Quien
quisiere hacer la voluntad de Él (de mi Padre) conocerá si mi doctrina es de
Dios o si es mía4,
dirá el Señor en otra ocasión a los judíos. Cuando no se está dispuesto a
cortar con una mala situación, cuando no se busca con rectitud de intención
solo la gloria de Dios, la conciencia se puede oscurecer y quedarse sin luz
para entender incluso lo que parece evidente. «El hombre, llevado por sus
prejuicios, o instigado por sus pasiones y mala voluntad, no solo puede negar
la evidencia, que tiene delante, de los signos externos, sino resistir y
rechazar también las superiores inspiraciones que Dios infunde en las almas»5.
Si falta buena voluntad, si esta no se orienta a Dios, entonces la inteligencia
encontrará muchas dificultades en el camino de la fe, de la obediencia o de la
entrega al Señor6.
¡Cuántas veces hemos experimentado en el apostolado personal cómo han
desaparecido muchas dudas de fe en amigos nuestros cuando por fin se han
decidido a hacer una buena Confesión! «Dios se deja ver de los que son capaces
de verle, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen
ojos, pero algunos los tienen bañados. en tinieblas y no pueden ver la luz del
sol. Y no porque los ciegos no la vean deja por eso de brillar la luz solar,
sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión»7.
Para percibir la claridad penetrante de la fe, «hacen
falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la
grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas,
sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida
de los hombres (...). Con este acatamiento, sabremos comprender y amar; y el
misterio será para nosotros una enseñanza espléndida, más convincente que
cualquier razonamiento humano»8.
Son tan importantes las disposiciones morales (la
limpieza de corazón, la humildad, la rectitud de intención...) que a veces se puede
decir que la oscuridad ante la voluntad de Dios, el desconocimiento de la
propia vocación, las dudas de fe, incluso la misma pérdida de esta virtud
teologal, tienen sus raíces en el rechazo de las exigencias de la moral o de la
voluntad divina9.
Cuenta San Agustín su experiencia cuando aún estaba lejos del Señor: «Yo llegué
a encontrarme –afirma el Santo– sin deseo alguno de los alimentos
incorruptibles; pero no porque estuviera lleno de ellos, sino porque mientras
más vacío me encontraba, más los rechazaba»10.
Purifiquemos nosotros la mirada, aun de esas motas que dañan la visión, aunque
sean pequeñas; rectifiquemos muchas veces la intención –¡para Dios toda la
gloria!–, con el fin de ver a Jesús que nos visita con tanta frecuencia.
III. El
Evangelio de la Misa de hoy termina con estas palabras de Jesús: Cuando
vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el
camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil y
el alguacil te meta en la cárcel... Todos vamos por el camino de la
vida hacia el juicio. Aprovechemos ahora para olvidar agravios y rencores, por
pequeños que sean, mientras queda algo de trayecto por recorrer. Descubramos
los signos que nos señalan la presencia de Dios en nuestra vida. Luego, cuando
llegue la hora del juicio, será ya demasiado tarde para poner remedio. Este es
el tiempo oportuno de rectificar, de merecer, de amar, de reparar. El Señor nos
invita hoy a descubrir el sentido profundo del tiempo, pues es posible que
todavía tengamos pequeñas deudas pendientes: deudas de gratitud, de perdón,
incluso de justicia...
A la vez, hemos de ayudar a otros que nos acompañan en
el camino de la vida a interpretar esas huellas que señalan el paso del Señor
cerca de sus familias, de sus lugares de trabajo... Es posible que algunos,
quizá los más alejados, no sigan al Maestro porque le ven con una mirada miope,
como muchos de aquellos que le rodeaban en Palestina, pues «lo que muchos
combaten no es al verdadero Dios, sino la falsa idea que se han hecho de Dios:
un Dios que protege a los ricos, que no hace más que pedir y acuciar, que
siente envidia de nuestro progreso, que espía continuamente desde arriba
nuestros pecados para darse el placer de castigarlos (...). Dios no es así: es
justo y bueno a la vez; Padre también de los hijos pródigos, a los que desea
ver no mezquinos y miserables, sino grandes, libres, creadores de su propio
destino. Nuestro Dios es tan poco rival del hombre, que ha querido hacerle su
amigo, llamándole a participar de su misma naturaleza divina y de su misma
eterna felicidad. Ni tampoco es verdad que nos pida demasiado; al contrario, se
contenta con poco, porque sabe muy bien que no tenemos gran cosa (...). Este
Dios se hará conocer y amar cada vez más; y de todos, incluidos los que hoy lo
rechazan, no porque sean malos (...), sino porque le miran desde un punto de
vista equivocado. ¿Que ellos siguen sin creer en Él? Él les responde: soy Yo el
que cree en vosotros»11.
Dios, como buen Padre, no se desanima ante sus hijos. No perdamos la esperanza
nosotros: mostremos a los demás tantas indicaciones y referencias como Él deja
a su paso. Si el campesino conoce bien la evolución del tiempo, los cristianos
hemos de saber descubrir a Jesús, Señor de la historia, presente en el mundo,
en medio de los grandes acontecimientos de la humanidad, y en los pequeños
sucesos de los días sin relieve. Entonces sabremos darlo a conocer a los demás.
1 Lc 12,
54-59. —
2 Cfr. Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 5. —
3 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 116. —
4 Jn 7,
17. —
5 Pío
XII, Enc. Humani generis, 12-VIII-1950. —
6 Cfr. J.
Pieper, La fe, hoy, Palabra, Madrid 1968, pp. 107-117.
—
7 San
Teófilo de Antioquía, Libro 1, 2, 7. —
8 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 13. —
9 Cfr. J.
Pieper, loc. cit. —
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