Por David Ruiz Chataing
Manuel Caballero nace en
Caracas, el 5 de diciembre de 1931. Se crió, como lo dice con mucho orgullo, en
la ciudad de Barquisimeto, estado Lara. Caballero se considera “guaro” y un
ateo creyente en los milagros de la Divina Pastora. Murió el 12 de diciembre de
2010. Egresó de la Escuela de Historia de la UCV en 1966 y estudió en el
Instituto de Estudios Políticos de París. Entre sus profesores se cuentan
Maurice Duverger y Pierre George. A partir de 1979 estudia en la Universidad de
Cambridge un doctorado en filosofía, bajo la tutoría de Leslie Bethell. Su
tesis doctoral sobre la Internacional Comunista y la revolución latinoamericana
fue el primer libro publicado por un venezolano en la imprenta de esa
prestigiosa universidad. Fue profesor y director de la Escuela de Historia de
la Universidad Central de Venezuela; individuo de número de la Academia
Nacional de la Historia (2005), Premio Nacional de Periodismo (1979) Premio
Nacional de Historia (1994) y Premio Bienal de la Universidad Simón Bolívar al
mérito Académico (2001). Miembro activísimo de la Fundación Rómulo Betancourt.
También fue militante político: primero en Acción Democrática de 1948 hasta
1952, del Partido Comunista de Venezuela, entre 1953 y 1971, y luego del
Movimiento al Socialismo, de 1971 hasta los años noventa.
Manuel Caballero defiende el
estudio de lo contemporáneo. Considera a los venezolanos del siglo XX tan
héroes como los soldados de la época emancipadora. Los conterráneos de tiempos
recientes fundaron la paz, la democracia y la modernidad. Caballero se acoge a
la recomendación del historiador inglés Lord Acton según la cual hay que
estudiar problemas o temas y no períodos. Así, se dedicó entonces a estudiar
los orígenes, desarrollo y colapso de la democracia representativa en
Venezuela. ¿Por qué este tema? Porque se preocupó por la peligrosa posibilidad
de que una dictadura totalitaria destruyera los logros alcanzados, justamente,
por los venezolanos en el siglo XX, entre ellos la democracia. Para Caballero
la democracia es más que división de poderes o mantenimiento de garantías
ciudadanas, aunque sin duda también es eso. La democracia se manifiesta cuando
un pueblo toma conciencia de que su acción civil, ejercida sin miedo, puede
obligar a un régimen político a cambiar de rumbo. La democracia es voluntad
social.
Para que se pudiera
constituir la democracia se requerían ciertas bases como las que, en nuestro
caso, proveyeron las dictaduras de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Los
primeros gobiernos de la hegemonía andina condujeron al fin de las guerras
civiles, a la paz y a la integración territorial. También a la centralización
política y administrativa. Se edificaron las primeras instituciones modernas:
el ejército, la cancillería y la hacienda pública. En Europa –sostiene
Caballero– la nación construyó el Estado; en América Latina, y en especial en
Venezuela, el Estado edificó la nación. En cierta forma, a partir del gomecismo
comenzamos a ser realmente venezolanos. La explotación petrolera facilitó la
superación de la precariedad y la pobreza, lo que permitiría, asimismo, el
surgimiento de nuevos grupos sociales. En este lapso se intensificó la
migración campo-ciudad.
El nacimiento de la
democracia en Venezuela se puede resumir en una cronología básica: la semana
del estudiante de febrero de 1928, el 14 de febrero de 1936, el 18 de octubre
de 1945 y el 23 de enero de 1958. La conocida como “Generación de 1928” formada
esencialmente por estudiantes, reaccionó contra el absolutismo gomecista; el 14
de febrero de 1936 el pueblo se lanza a la calle en protesta contra las medidas
decretadas por el gobierno lopecista y contra figuras gomeras incluidas en el
alto gobierno. López Contreras se ve obligado a retirar de sus cargos a las
personas rechazadas y a formular el “Programa de febrero” una línea de acción
oficial liberalizadora y democratizante. El 18 de octubre de 1945 la alianza de
una logia militar y de algunos altos dirigentes del partido Acción Democrática
realiza un golpe de Estado contra el Presidente General Isaías Medina Angarita.
Este golpe se convierte en “revolución” cuando se establece el sufragio
universal directo y secreto. Se incorporan a la vida pública nacional las
mujeres y los analfabetas. Se trata de una apertura a la participación política
que cierra la etapa oligárquica del Estado venezolano. Con esto se completa la
nación venezolana.
La democracia significa
responsabilidad y participación de todos. Es revolucionario que quienes dan el
golpe de Estado contra Medina se prohíben, mediante decreto, postularse a las
elecciones que se darían próximamente; es revolucionario el gasto social en
educación y en cultura. También, la lucha contra el peculado, mala costumbre
caudillesca, castrense y dictatorial.
Sin embargo, a partir del 24
de noviembre de 1948 se retrocede a una nueva dictadura. Caballero se activa en
la resistencia antidictatorial bajo las banderas de Acción Democrática, es
detenido y obligado a exiliarse.
No obstante, la voluntad
democrática del pueblo venezolano se demuestra cuando sabotea las elecciones de
1952 y el plebiscito de 1957: la de Pérez Jiménez es la dictadura más corta que
había padecido Venezuela desde la muerte de Gómez. Una de las características
del venezolano del siglo XX es que es democrático: a partir de 1958 se
establece un régimen político que ha durado más que las hegemonías caudillescas
o las dictaduras. Al fin se establece la democracia representativa, la cual
muestra logros como la masificación educativa, la industrialización, la reforma
agraria, etc. Entre sus cargas deficitarias destacan no romper el rentismo
petrolero ni el populismo, ni lograr construir una economía completamente
moderna, eficaz y competitiva.
Al agotarse el modelo
económico inaugurado en 1958 volvió la pobreza. Dos fechas clave del colapso de
la democracia representativa son el 18 de febrero de 1983, el famoso “Viernes
negro”, donde se evidencia la crisis económica; y el 4 de febrero de 1992,
cuando quedó claro que el apoyo de las fuerzas armadas al régimen democrático
no era unánime, lo que puso además en evidencia el desgaste del bipartidismo
como soporte del sistema político democrático. En todo caso la situación
económica, social y política resulta el pretexto para lo que Caballero
caracteriza como “voluntarismo militar”. Los jefes pretorianos pretenden
someter a la sociedad a un modelo castrense de obediencia ciega y culto a un
supuesto mesías hacedor de milagros.
Desde el momento del
estallido militar, Caballero se dedica a denunciar el carácter autocrático y
personalista del movimiento bolivariano del teniente coronel Hugo Chávez Frías.
Ningún hombre del pasado o del presente es tan importante como para designar un
movimiento histórico ni la acción social de un período. Por eso rechaza las
denominaciones de “bolivariano” o “chavista”. Encuentra gran pobreza
intelectual en las propuestas de los militares insurreccionados. Los golpistas
pretenden montar, con un patriotismo de escuela primaria –aduce el
historiador–, un Estado confesional sustentado en la santísima Trinidad de
Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora. De este modo se pretende
manipular, distorsionar la historia. Se rehace completamente el pasado para
preparar el advenimiento del salvador. Así, se pretende mantener a la población
en una suerte de infancia mental. Caballero acusa de fascista al chavismo y,
con base en Umberto Eco, encuentra en el movimiento militar rasgos de
mitificación de la tradición (en especial de la guerra de independencia y de
Bolívar), odio a la modernidad, exaltación del irracionalismo, desprecio de la
democracia representativa, apoyo en grupos de desclasados a los que se fanatiza
con una jerga elemental. Rasgos todos estos presentes en los movimientos nazi y
fascista.
Caballero contempla la
democracia como un proceso constituyente: este no se reduce a un tema político
y jurídico, sino que se inicia cuando se lanzan a discusión pública (14 de
febrero de 1936) ideas que pasarán a constituir programas políticos: el
proyecto nacional sintetizado en una Constitución, la de 1961, por ejemplo.
Considera legítimas las constituyentes de 1947 y el proceso que condujo a la de
1961. Estas establecieron el poder civil, la democracia el sufragio universal.
Rechaza la de 1999 porque se convocó exclusivamente para dar más poder al
Ejecutivo.
La democracia como ruptura
significa un cambio profundo para un país que sólo había conocido de jefes
guerreros o rudos dictadores. O de libertades concedidas como en tiempos de
López y Medina Angarita. Caballero caracteriza a la democracia venezolana como
una revolución burguesa: nacionalización, destrucción del latifundio,
industrialización, saneamiento, educación y libertades. Un esfuerzo político
colectivo, acaso el más importante del siglo XX venezolano.
*
Referencias
Caballero,
Manuel. Gómez, el tirano liberal. Caracas: Monte Ávila Editores
Latinoamericana, 1993.
Caballero, Manuel. La
gestación de Hugo Chávez. Cuarenta años de luces y sombras de la democracia
venezolana. Madrid: Catarata, 2000.
Peña Rojas,
Vanessa. Manuel Caballero. Militante de la disidencia. Caracas: Los
libros de El Nacional, 2007.
26-11-19
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