Félix Palazzi 16 de noviembre de 2019
@FelixPalazzi
Cada
día enfrentamos una realidad más profundamente polarizada ante la cual
pareciera que la única salida es agudizar la confrontación. Para una parte
importante de nuestra sociedad, las razones no sólo son de índole política sino
también económica, y advienen oscuras, pesadas, desesperanzadas y
desmotivadoras. Ante el peso de la realidad, el diálogo, la tolerancia, la
reconciliación, la convivencia lucen como soluciones vacías, de un imaginario
iluso, con escaso valor y eficacia ante lo complicado de nuestro panorama
nacional y mundial.
Junto
a esta realidad, la imagen manipulada de una sociedad dividida en buenos y
malos no sólo ofrece una falsa comprensión del día a día sino que se funda en
la más nefasta ideología que busca ganar o mantener cuotas de poder a costa de
cualquier precio. Así se ha instaurado, evocado y hasta justificado el uso de
la violencia que se configura como la forma ritual del poder. Desmontar la
lógica del poder requiere renunciar a la dinámica de la violencia que coloca al
otro como un adversario y no lo reconoce en su identidad. Desmontar la lógica
del poder es colocar el poder al servicio del otro. Si no sirve imparcialmente,
el poder acaba desvirtuándose en principios mezquinos, particulares y
sectarios, y su único fruto es irremediablemente la violencia.
Pero
cabe preguntarnos: ¿es oportuno seguir hablando de la tolerancia? ¿No es la
tolerancia la causa de nuestra indiferencia? ¿Tiene la tolerancia un límite? La
tolerancia ha sido un valor puesto en entredicho. Frecuentemente es confundida
con el conformismo, la convivencia paciente, el error, la indiferencia, la
complicidad o la sumisión. Esta valoración negativa hace dudar del valor ético
que conlleva la tolerancia, una noción que tiene su origen en el reciente
tiempo moderno, pues nace en el contexto de las luchas de las religiones, por
lo que en un primer momento se entendió en el ámbito de la tolerancia
religiosa. Pero posteriormente fue considerada por el modelo liberal donde será
apreciada en su valor social y político y se extenderá su acción más allá del
campo religioso.
Toda
tolerancia tiene un límite y su límite es ella misma. La tolerancia se
construye no sólo en el reconocimiento de la dignidad del ser humano y su
libertad de conciencia, sino también en su servicio a la justicia y la verdad.
Es decir, sin el empeño en la búsqueda de la justicia y de instituciones
jurídicas que la garanticen es imposible que la tolerancia tenga lugar en
nuestra sociedad. Este empeño por la justicia nos corresponde a todos, y no
sólo a las instancias partidistas, pues ella empieza en todo acto que reconoce
la vida, la custodia y la favorece para, finalmente, protegerla, sólo así hay
justicia en nuestros actos y en nuestra sociedad. Fuera de los límites de la
tolerancia no hay justicia posible ni tampoco paz. Sólo violencia.
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