Laureano Márquez 02 de diciembre de 2019
Leo
un tuit del periodista Luis Carlos Díaz (@LuisCarlos) en el que comenta una
frase que califica de horrorosa: “teníamos que pasar por esto para aprender”.
El comunicador responde lo siguiente: “Hemos visto gente morir y partir por
diseño estatal. Nadie debería pasar por eso jamás. Es más: no hay garantía de
aprendizaje. De trauma seguro que sí. No hay mérito en el sufrimiento”.
Interesante
tema para la reflexión: ¿realmente hemos aprendido algo en las últimas dos
décadas o hemos olvidado a causa del envilecimiento político al que ha sido
sometida la sociedad venezolana? La travesía del pueblo de Israel por el
desierto duró mucho más de lo previsto, porque se suponía que el viaje era una
lección para un pueblo que había osado adorar a un becerro de oro en lugar de a
Dios, que les había liberado de la esclavitud.
¿Qué
lección hemos sacado nosotros en este largo transitar por el desierto de la
destrucción institucional y económica de la nación? Teme uno que no mucho.
Algunos, los peores, los que nos someten a la barbarie, aprendieron cosas
horribles, que pensábamos que ya estaban en el olvido en Venezuela: a matar sin
remordimiento, a usar la justicia para su provecho personal, aprendieron a
robar de una manera que ha producido una insuperable marca mundial de
corrupción.
El
gran aprendizaje de este régimen es que la democracia puede ser desmontada con
los votos, que el cinismo es una extraordinaria herramienta de sometimiento,
que el miedo y la ignorancia son las mejores formas de arremeter contra un
pueblo para tiranizarlo, que el uso estratégico del hambre puede arrodillar a
una nación entera, que el “divide et impera” es una antigua verdad que está más
vigente que nunca.
Ciertamente,
este régimen nos dejará con muchas cosas que aprender para edificar el país que
merecemos. Por ello el papel de la educación, en todos sus niveles, ha de ser
la protagonista de la Venezuela que ha de venir. La elevación cultural de
nuestro pueblo para que no caiga en las garras de los demagogos, ni en la
abulia ni la barbarie, que eran, según Picón Salas, males que pesaban por igual
en nuestra “argamasa étnica”. Ya decía Andrés Eloy Blanco en su discurso de
lanzamiento al mar de los grillos del castillo de Puerto Cabello: “hemos lanzado
al mar los grillos de los pies, vayamos ahora a la escuela a quitarle a nuestro
pueblo los grillos de la cabeza, porque la ignorancia es el camino de tiranía”.
Tenemos,
sí, cosas por aprender:
-
Que la civilidad es el único camino para el avance y que la experiencia
histórica lo demuestra.
-
Que los militares no deben tener injerencia en la política y deben ser un
cuerpo profesional obediente al poder civil.
-
Que no somos un país rico, a menos que haya riqueza en nuestros cerebros para
aprovechar con sensatez la que tenemos en el subsuelo, que solo el trabajo y el
esfuerzo son el camino del progreso.
-
Que la justicia debe ser profesional, independiente, en manos de gente proba y
no de criminales.
-
Que, como decía Bolívar, no hay nada peor que una persona eternizada en el
poder, que el caudillismo es una de nuestras grandes catástrofes históricas.
-
Que cuando recuperemos un sistema electoral transparente, no debemos dejar de
votar en ningún caso.
-
Que el país que anhelamos nace, a fin de cuentas, en cada uno de nosotros; que
un país decente es la sumatoria de muchas decencias individuales, de un
compromiso con la convivencia cívica. Entre muchas otras cosas.
Estos
veinte años no han sido una enseñanza, han sido una catástrofe que nos deja
política, económica y moralmente devastados. Solo se puede aprender algo en
libertad y cuando ella retorne nos tocará, entonces sí, aprender cómo evitar
que una tragedia política como la padecida vuelva a repetirse.
Laureano
Márquez
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