Américo Martín 16 de diciembre de 2019
@AmericoMartin
Escucho
al vicepresidente del PSUV, Diosdado Cabello. Está comparando la
“revolucionaria” democracia directa con la “reaccionaria” democracia representativa.
Por la importancia del personaje y porque el tema lo merece, pongo cuidadosa
atención a sus palabras. Diosdado bifurca el río: por principio desconfía de la
utilidad de las elecciones, no cree en sistemas basados en el voto. Los
agitadores electorales –dice- arman violentas trapatiestas para que grupos de
follones mandados por ellos pesquen el poder abriéndose paso en la confusión.
Desde
el siglo XVIII la autoridad intelectual de enciclopedistas e iluministas
resolvió el trascendental tema de la residencia de la soberanía. ¡Reside en el
pueblo! fue la idea emergente ¡Ya no más monarcas absolutos ni autócratas
envanecidos! Esa convicción se hizo parte de la cultura occidental regada con
la sangre de las revoluciones francesas (1789, 1830, 1848,1872) y la de la
Independencia de EEUU.
La
función de la derecha consistirá, según Cabello, en inhibir el despliegue de la
democracia directa, oponiéndole el sufragio. La idea es dejar las cosas donde
siempre han estado, ¡Y que nada cambie!, remataría en su Gatopardo Giuseppe
Tomasi, príncipe de Lampedusa.
Resulta
que en los días siguientes al triunfo de Chávez sobre Salas Römer, mi amigo
Manuel Quijada me invitó a almorzar. No entendía que alguien de mi reputación
no se entusiasmara con la victoria del audaz barinés. Está interesado en lograr
mi respaldo a una causa en la que no creo; ha sido ministro en el gabinete de
Herrera Campins y no es un improvisado. Decido debatir afectuosamente con él.
La
novedad de Hugo, arranca Manuel, es que por primera vez aparece un serio
defensor de la democracia directa. Todos los demás siguen atados, más allá de
su talento, a la falaz democracia representativa.
Pero
dime Manuel, ¿consideras viable la gobernanza de todos al mismo tiempo?
Sí
lo creo, responde sin desconcierto aparente.
Es
decir, que le parece posible discutir minuciosamente reuniendo al soberano en
una plaza donde quepan millones, todos con derecho a voz.
No
irían millones…
No
es solo eso. La complejidad de la agenda gubernamental pide más expertos en
oficinas no ruidosas en lugar de presencias masivas y ruidosas. En el famoso
Ágora ateniense se decidía el ostracismo de jefes célebres mediante tablillas
para el sí y el no. Un asunto grave pero de trámite sencillo. ¿Cómo decidir
mediante tablillas sobre guerra y paz, alianzas, gestión ordinaria, epidemias,
orden público? La democracia directa de Pericles es otro mito, sin dejar de ser
una excelente democracia.
Los
discursos del gran arconte y de los jefes del partido democrático han sido
deslumbrantes. Agradecida, la historia ha dejado que sin especial rigor cubran
con el nombre de democracia directa las estupendas innovaciones promovidas por
los jefes del partido democrático en la organización de la justicia y la
sociedad. Pero mejor déjame comentarte las paradojas de la democracia, según
Norberto Bobbio. Explican por qué la única democracia factible es la que
desprecias: la representativa. Salvo en muy pequeña escala –un condominio
quizá, y solo para asuntos del vivir cotidiano cabe imaginar sociedades de
democracia directa.
Mencióname
solo dos de esas paradojas, no sea que perdamos el almuerzo.
Muy
bien, va la primera: la democracia eleva las expectativas de mejora social, para
satisfacerlas se crean órganos especializados con gente escogida por sus
destrezas técnicas. Es una minoría especializada que ensancha la burocracia. Es
esa la primera paradoja: al aumentar la democracia aumenta la burocracia y
consecuencialmente se vuelve a reducir la democracia, ¿Voy con la otra, Manuel?
El
tiempo se nos fue. Mejor dejémoslo ahí.
Por
desgracia mi amigo Manuel ya no está con nosotros, el debate se interrumpió sin
remedio.
¿No
querrá Diosdado continuarlo o enviar un delegado suyo a representarlo? Sería
otra válida evidencia de la curiosa policromía de la democracia representativa.
Américo
Martín
@AmericoMartin
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