Por Ramón Guillermo Aveledo
La crisis venezolana se
agrava a causa del asalto a la Asamblea Nacional porque encierra a un gobierno
resteado en el rincón de las posiciones más duras y empuja a la oposición hacia
una calle ciega con todos sus peligros. La escalada antipolítica hacia la intransigencia
es más bien un sumidero que chupa oportunidades de solución mientras al país va
de mal en peor.
Ante la reacción nacional e
internacional contra su despliegue militar del domingo 5, cuando nuestra
tradición era una simbólica parada militar en homenaje a la representación
nacional reunida, la primera orden fue no tocar a los diputados el martes 7.
Es de suponer que los mandos
castrenses calibraron el daño hecho a la institución armada al hacerla objeto
de una manipulación tan deslucida y no quisieron repetirlo, pero el martes 15
la decisión, anunciada por alguna piraña con ínfulas jaquetonas, fue confiar la
represión en el centro de la ciudad y la “defensa heroica” del Capitolio ya
invadido y ocupado a grupos de civiles armados con el encargo de impedir la
entrada de parlamentarios, educadores y comunicadores.
El papel del componente
militar en este caso fue de apoyo desde un segundo plano. Las insensateces se
amontonan encima de la mala reputación del grupo gobernante y todo indica que
lo que pretende, con predecible ayuda judicial, es huir hacia adelante que en
este caso sería hacia abajo. Claro, la Tierra es redonda derechito y
eventualmente hay salida.
En ese cuadro, a la
oposición no parece quedarle opción distinta a atrincherarse. Porque a nadie le
gusta que lo tomen por tonto. En realidad, tiene el capital del líder mejor
posicionado, incrementado con lo ganado con los gestos valientes de la
Asamblea. ¿Está dispuesta a invertirlo? Mientras tanto, la fantasía oficial de
resistir se reduce a aferrarse a un poder que no sirve para nada que no sea
mantenerse arriba, pura represión y propaganda, más nada. Posesión precaria de
un aparato estatal cada vez más inservible pero, claro, posesión al fin. Entre
tanto, se acumula la deuda social y se hincha la presión de la mala situación.
La crisis no pasa, olvídate.
La crisis continúa y
arrecia. Las mejoras en la burbuja del pedacito dolarizado del comercio
minorista e importador son pasajeras por definición. Arrogante y bravucón
adentro, el grupo en el poder no se acredita un milímetro afuera y Venezuela se
hunde.
La solución a la crisis
venezolana pasa por unas elecciones libres, pero ellas lucen hoy más lejanas
que nunca, aunque quieran adelantar una convocatoria que las aparente. El
gobierno como que no las quiere porque teme a sus resultados y la oposición
como que no puede, porque teme a la reacción iracunda del segmento más duro de
su público. Para llegar más o menos con bien a unas elecciones harían falta
negociaciones y acuerdos, ambas malas palabras para los extremismos del todo o
nada expertos en negar pero incapaces de proponer y en los días que corren, eso
sí que se ve en algún punto entre lejano e imposible.
Entonces ¿Será que esto no
tiene remedio? Lo tiene, si la sociedad le arruga la cara al liderazgo y le
exige el entendimiento mínimo indispensable y si éste, con verdadero heroísmo,
es capaz de ponerse a la altura de las circunstancias. ¿Difícil? Dificílisimo,
pero nunca ha sido tan necesario.
a crisis venezolana se
agrava a causa del asalto a la Asamblea Nacional porque encierra a un gobierno
resteado en el rincón de las posiciones más duras y empuja a la oposición hacia
una calle ciega con todos sus peligros. La escalada antipolítica hacia la
intransigencia es más bien un sumidero que chupa oportunidades de solución
mientras al país va de mal en peor.
Ante la reacción nacional e
internacional contra su despliegue militar del domingo 5, cuando nuestra
tradición era una simbólica parada militar en homenaje a la representación
nacional reunida, la primera orden fue no tocar a los diputados el martes 7.
Es de suponer que los mandos
castrenses calibraron el daño hecho a la institución armada al hacerla objeto
de una manipulación tan deslucida y no quisieron repetirlo, pero el martes 15
la decisión, anunciada por alguna piraña con ínfulas jaquetonas, fue confiar la
represión en el centro de la ciudad y la “defensa heroica” del Capitolio ya
invadido y ocupado a grupos de civiles armados con el encargo de impedir la
entrada de parlamentarios, educadores y comunicadores.
El papel del componente
militar en este caso fue de apoyo desde un segundo plano. Las insensateces se
amontonan encima de la mala reputación del grupo gobernante y todo indica que
lo que pretende, con predecible ayuda judicial, es huir hacia adelante que en
este caso sería hacia abajo. Claro, la Tierra es redonda derechito y
eventualmente hay salida.
En ese cuadro, a la
oposición no parece quedarle opción distinta a atrincherarse. Porque a nadie le
gusta que lo tomen por tonto. En realidad, tiene el capital del líder mejor
posicionado, incrementado con lo ganado con los gestos valientes de la
Asamblea. ¿Está dispuesta a invertirlo? Mientras tanto, la fantasía oficial de
resistir se reduce a aferrarse a un poder que no sirve para nada que no sea
mantenerse arriba, pura represión y propaganda, más nada. Posesión precaria de
un aparato estatal cada vez más inservible pero, claro, posesión al fin. Entre
tanto, se acumula la deuda social y se hincha la presión de la mala situación.
La crisis no pasa, olvídate.
La crisis continúa y
arrecia. Las mejoras en la burbuja del pedacito dolarizado del comercio
minorista e importador son pasajeras por definición. Arrogante y bravucón
adentro, el grupo en el poder no se acredita un milímetro afuera y Venezuela se
hunde.
La solución a la crisis
venezolana pasa por unas elecciones libres, pero ellas lucen hoy más lejanas
que nunca, aunque quieran adelantar una convocatoria que las aparente. El
gobierno como que no las quiere porque teme a sus resultados y la oposición
como que no puede, porque teme a la reacción iracunda del segmento más duro de
su público. Para llegar más o menos con bien a unas elecciones harían falta negociaciones
y acuerdos, ambas malas palabras para los extremismos del todo o nada expertos
en negar pero incapaces de proponer y en los días que corren, eso sí que se ve
en algún punto entre lejano e imposible.
Entonces ¿Será que esto no
tiene remedio? Lo tiene, si la sociedad le arruga la cara al liderazgo y le
exige el entendimiento mínimo indispensable y si éste, con verdadero heroísmo,
es capaz de ponerse a la altura de las circunstancias. ¿Difícil? Dificílisimo,
pero nunca ha sido tan necesario.
21-01-20
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