San Josemaría 19 de enero de 2020
@sJosemaria
Jesús Señor Nuestro amó tanto
a los hombres, que se encarnó, tomó nuestra naturaleza y vivió en contacto
diario con pobres y ricos, con justos y pecadores, con jóvenes y viejos, con
gentiles y judíos. Dialogó constantemente con todos: con los que le querían bien,
y con los que sólo buscaban el modo de retorcer sus palabras, para condenarle.
Procura tú comportarte como el Señor. (Forja, 558)
Se
comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de
quienes, con un alma naturalmente cristiana, no se resignan ante la injusticia
personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de
convivencia entre los hombres y, todavía, tanto odio, tanta destrucción, tanto
fanatismo acumulado en ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren
amar.
Los
bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura,
encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas
que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como
números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me
impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica
ese mandamiento nuevo del amor.
Hay
que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los
hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con
otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte
de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad.
(Es Cristo que pasa, 111)
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