Por Piero Trepiccione
Ha pasado exactamente un año
desde la juramentación ante la Asamblea Nacional del diputado Juan Guaidó bajo
la figura de “una presidencia interina”. Ha sido un largo periplo por una secuencia
de acontecimientos que han sacudido al país y lo han colocado en el centro de
la noticia global. Su nombre ha estado asociado a una reconcentración de
fuerzas del descontento cuyo norte ha estado orientado todo el tiempo hacia la
promoción de una transición política en Venezuela.
Sin embargo, aún en medio
del enorme cúmulo de expectativas que se generaron en torno a su figura, hoy
día, las posibilidades reales de una transformación política y económica siguen
vigentes pero, de algún modo, se han visto desesperanzadas por los apoyos
estratégicos que Nicolás Maduro ha recibido de Rusia y China en los últimos
meses que le han permitido surfear las sanciones internacionales y equilibrar
las fuerzas geopolíticas que actúan sobre Venezuela.
El interinato ha servido
para alinear un cúmulo de apoyos importantes de más de sesenta países, la
mayoría de ellos del hemisferio occidental representativos de sociedades
con características democráticas que reivindican los derechos humanos y los
valores de la convivencia ciudadana. Aunque muchos analistas afirman que han
sido apoyos más bien simbólicos y tímidos, no se puede dejar pasar
desapercibido lo que significa diplomáticamente una coalición tan importante de
países alrededor de una causa democrática.
Juan Guaidó tiene ante sí el
año más complejo de su vida política. Debe dosificar las expectativas y
rearticular la expresión masiva del descontento que crece diariamente en la
sociedad venezolana. Si bien este primer año lo ha superado con enormes
dificultades y una bajada importante de popularidad, 2020 se abre como un gran
desafío frente a la coyuntura internacional que sigue empujando permanentemente
una solución política a la crisis nacional. Pero el margen no es mucho.
El volcán social que tras
bastidores se levanta en Venezuela con el deterioro progresivo de los
principales indicadores sociales y económicos, avanza a un ritmo inusitado y
lamentablemente, no está siendo considerado por los agentes gubernamentales.
Todos los caminos parecieran converger en una construcción de un momento-cumbre
de enorme volatilidad política-social con consecuencias impredecibles. Juan
Guaidó tiene en sus manos un rol de pivot y catalizador de confluencias
político-diplomáticas de cara a los próximos meses.
Ha sido un año particular
con errores y aciertos. El sobredimensionamiento de expectativas se ha
convertido en un bumerán que casi liquida la esperanza de cambio. Saber leer el
momento y conducir eficazmente una serie de vectores de fuerza transformadora
hacia estadios reales es un rol que en este 2020 deberá ser asumido con
humildad y entereza. El país no está para aventuras ni para pasos
disfuncionales alimentados por la visceralidad de intereses muy minúsculos.
Esto lo debe tener muy claro quien hasta ahora es la referencia más importante
del liderazgo alternativo del país y sobre el cual, recae la alianza
estratégica internacional más importante de la última década.
Un año de interinato que ha
servido para medir hasta dónde se pueden canalizar los deseos de cambio de una
sociedad. La responsabilidad sigue creciendo y no puede parar. Este
ensayo diplomático-político debe producir resultados más contundentes durante
los próximos meses y quizás semanas. No hay otra posibilidad. Un salto al vacío
no es opción en estos tiempos de exacerbación de las estrategias políticas
globales.
26-01-20
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