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domingo, 12 de enero de 2020

Guillermo Tell Aveledo: “Vivimos bajo una suspensión permanente del estado de derecho” por @prodavinci



Por Hugo Prieto


No hay de dónde agarrarse, los protocolos no funcionan y las reglas del juego democrático son letra muerta. La institucionalidad se ha convertido en uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis —los otros tres son la crisis humanitaria compleja, la hiperinflación y la diáspora—. El espejismo, o más bien la tregua navideña, se esfumó el día anterior a la pautada visita de los Reyes Magos. 

Magia negra hubo el 5 de enero en los alrededores del Palacio Legislativo. Un poder tan omnímodo que filtró la entrada al hemiciclo donde sesionan los diputados, ahora en tres instancias legislativas. ¿Qué ley puede promulgarse en Venezuela? ¿A quién deben obediencia los ciudadanos? Aquí cada quien está por su cuenta. Nunca antes, como hoy, habíamos vivido el sálvese quien pueda. 

Sin embargo, la vida es más terca que los exabruptos, la violencia y el cinismo. Cada día es una oportunidad, pase lo que pase. Poner la mirada más allá. De eso se trata esta conversación con Guillermo Tell Aveledo, politólogo y doctor en Ciencias Políticas, profesor de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Metropolitana. El único empeño del Gobierno, aparte de conservar el poder, es dinamitar la esperanza y quebrar el ánimo de una ciudadanía que anhela, a través de una consulta electoral limpia y auditable, decidir su propio destino. Como si acabar con eso no fuera destruir a la república. 

En la lucha por el poder en Venezuela hay dos episodios que marcan, cada uno, un hito. Por una parte, el 30 de abril (2019), el intento de la oposición, liderada por Juan Guaidó, cuyo objetivo principal era el quiebre de la triada que sostiene al señor Maduro en el poder. Y el 5 de enero (2020), el esfuerzo del Gobierno, destinado a quebrar al liderazgo opositor, atrincherado en la Asamblea Nacional. Paradójicamente, ambos intentos resultaron fallidos. ¿Cuál es su opinión?

Ambas son acciones de envergadura, pero con orientaciones distintas. Por un lado, tienes a la oposición que goza de legitimidad, pero no tiene la fuerza. Intenta, entonces, conseguir esa fuerza con el apoyo de quienes sí la tienen. El famoso quiebre militar. Eso no se logró. Y por otro lado, tienes al Gobierno, que tiene la fuerza, tanta que puede filtrar —y por tanto impedir— la entrada de cierto número de diputados al Palacio Legislativo, al hemiciclo entran los que el poder quiere. Pero como las relaciones de poder, al fin y al cabo, son de eficiencia y de eficacia. Se miden por sus resultados. El 30 de abril fracasa por diversas razones, porque la oferta no era «atractiva» o porque la acción no fue bien llevada. Pero también porque el receptor de la oferta —el estamento militar— o está muy comprometido con el estatus quo, o por los que se oponen al Gobierno de Maduro, o los que empiezan a dudar son perseguidos. En el caso del 5 de enero, no creo que el objetivo del Gobierno haya sido conseguir legitimidad, que a fin de cuentas podría conseguirla por medio de la obediencia, o incluso por la coacción, sino destrabar el liderazgo de la Asamblea Nacional, que puede ser: quitándole la personería legal a Juan Guaidó frente al mundo, generando dudas y todo este debate, a veces bizantino con respecto al quórum, por ejemplo, pero que da pie a una nueva narrativa. Y también ametrallar la figura de Guaidó en la oposición, y con ello dinamitar al G-4.  


La jugada del Gobierno está en curso, ¿cuál es su pronóstico? ¿El chavismo va a conseguir el objetivo de dinamitar al sector mayoritario de la oposición?

En este momento pareciera que no, pero no se han resuelto las razones sustanciales, sustantivas, por las cuales esa oposición está dividida. No me refiero a esta falsa disidencia, porque los argumentos del diputado Parra y del diputado Brito son uno más rocambolesco que el otro. Hablan de la rebelión de las regiones y apoyan a un Gobierno que es totalmente centralista; hablan de las cúpulas caraqueñas, pero ellos son una minoría dentro del grupo parlamentario. Es una cosa completamente irreal, fantasiosa. Me estoy refiriendo a opositores distintos al G-4, al sector más radical. Si Guaidó logra atraerlos a la unidad, hay un peligro. ¿Cuál será la estrategia opositora para los próximos meses?

Resulta incomprensible, extenuante, algo que raya en el aburrimiento, escuchar a la oposición hablar de «la diversidad dentro de la unidad». En 2015 hubo unidad. Podemos ver lo que se consiguió, pero también lo que se desperdició. ¿Cuál sería el dilema? ¿O se unen o cada quien sale a la calle con sus programas y banderas?

Hay quienes así lo han planteado. En esa línea se realizó la campaña presidencial de Henri Falcón en 2018. Yo prefiero ir con mis ideas y fracasar que fracasar todos juntos. Ese era el argumento de Falcón y podría decirse, por otro lado, que también era el argumento de María Corina Machado. Yo no voy a apoyar esto y mi fracción parlamentaria va a salvar su voto en la elección de la directiva de la Asamblea, justamente para demostrar que voy a seguir el rumbo que me he trazado. Todo el mundo apela a la unidad, siempre y cuando sea la unidad que yo dirija. Es una propuesta, una idea, «atractiva», pero es una condición necesaria para enfrentar al Gobierno. Al chavismo le resulta más fácil desarticular agendas que son parciales. Si todo el mundo se va por una táctica más confrontacional, que es una opción frente a regímenes autoritarios, todos deben irse por ahí. De lo contrario, todos deben irse por la ruta electoral, con todo lo que eso implica. Esa fue la táctica para crecer hace 10 años, pasar de la minoría a la mayoría. Actualmente, se supone que la oposición representa a la mayoría social. Hay desánimo, hay desencanto. Pero cuando se polarice la elección, lo más probable es que la oposición sea quien represente a la mayoría social. Pero eso sólo es posible si entras a un escenario donde eso se pueda medir. Y el único, dramáticamente, en esa circunstancia es la elección. No veo a la oposición orientada hacia una ruta confrontacional o insurreccional. 

Pareciera que las únicas opciones, por remotas que sean, están en el escenario electoral. Eso es lo que hemos visto durante el mandato del señor Maduro. ¿Por qué desecharlo? Una consigna: «Venezuela no puede esperar más», pero han transcurrido más de seis años. El asunto es que hay que elegir entre una y otra opción y, como diría un político, hay que ser contestes con esa elección. En política, si no eres persistente, no consigues nada. 

Sí, «el que se cansa pierde», la consigna de uno de los partidos políticos hace un tiempo, pero esa persistencia tiene que mostrar eficacia y ser honesta en sus acciones. Si yo digo que con esto voy a resolver el problema mañana y llega mañana y no resolví nada, lo que generas es una frustración, desencanto. ¿Cuántos jóvenes salieron a votar, a hacer campaña, en 2015, arriesgando el pellejo e incluso la posibilidad de emigrar? Al fin y al cabo, perdieron todo, porque no se hizo lo suficiente o porque no se insistió en la ruta. De nuevo hay opiniones encontradas en los campos opositores. El problema es que no vivimos en el siglo XIX, los partidos políticos no libran una guerra en los campos de batalla. La oposición ni siquiera tiene grupos armados. ¿A qué se enfrenta la Guardia Nacional en las manifestaciones? A gente desarmada, a muchachos con escudos de cartón. 

¿Y el tema de la urgencia?

El ser humano se acostumbra, ya tenemos los pipotes de agua en la casa y aprendemos a lidiar con los cortes eléctricos. En el interior eso no es vida y aún así la gente vive. No por eso la urgencia deja de tener fundamento, ni podemos negar que las condiciones sociales económicas hayan empeorado dramáticamente. Pero a la vez nos encontramos en medio del marasmo, de inmovilidad, que hace que mucha gente se resigne o que vea cómo se acomoda. Hay que recordar que el rechazo del mundo occidental obedece a las condiciones que se impusieron en las elecciones de 2018, pero que el reconocimiento a Guaidó y a la Asamblea Nacional deriva de las elecciones legítimas de 2015. Ese periodo legislativo está por vencerse. Es decir, estamos entrampados. No podemos congelar el 2015 para siempre.

Eso tiene fecha de caducidad: 2020. El Gobierno lo sabe y ha tomado las acciones que ha tomado: desde el desacato hasta el 5 de enero, pasando por todas las decisiones que el TSJ ha tomado en contra de la Asamblea Nacional. Para el Gobierno, una Asamblea opositora ha sido una mortificación. El veto al endeudamiento externo, el reconocimiento a Guaidó como presidente encargado, las sanciones. Pero eso podría destrabarse con las elecciones parlamentarias de este año. No veo ninguna estrategia de la oposición frente a esa fecha de caducidad. ¿Cuál es la estrategia para sobrevivir?

Hay quienes han planteado que esa situación podría prolongarse. Que la actual Asamblea va a existir hasta que hayan elecciones legítimas en Venezuela. Eso, simplemente, es insostenible. En algún momento habrá que enfrentar el hecho electoral. Pero no se puede negar que las condiciones y las circunstancias electorales se han deteriorado profundamente desde 2017 a la fecha. Y ese deterioro es producto del triunfo opositor del año 2015. El campo de juego se ha desnivelado hasta el punto que quizás no hay campo de juego. Eso mentira no es. Tienes que enfrentar eso. Estás en muy mala situación, porque tu apelativo es que se repitan las elecciones presidenciales de 2018. Esa exigencia ha estado presente en todos los procesos de negociación —en Noruega, República Dominicana y luego en Barbados—. Ha sido el punto de entrada y, paradójicamente, el punto de no salida. La oposición tiene que decidir; si no participa, regresamos al 2005. La apuesta de ese año era que se iba a deslegitimar todo. ¿Similitudes? La oposición no está dispuesta a la participación electoral. ¿Diferencias? Hay un campo de juego electoral mucho más desnivelado, a la vez que hay un fuerte rechazo al Gobierno. Pero el Gobierno podría revertir eso, por la sencilla razón de que tiene más herramientas. Y además no tiene ningún prurito ético para usarlas.

                                        Guillermo Tell Aveledo retratado por Ernesto Costante / RMTF

¿Cuál es su percepción? ¿La oposición debería organizarse para enfrentar el desafío de las elecciones parlamentarias?

Sí, pero es un «si» condicional. Y lo digo porque no hay otro escenario. Acaudillando a la oposición en torno a una meta concreta, que no es otra que preservar un espacio político reconocido por el mundo, la AN podría reclamar la presidencia interina. De lo contrario no lo podría hacer ni Juan Guaidó ni ningún otro de los 112 diputados, principales o suplentes. Tienes ese escenario y, de algún modo, tienes que prepararte para eso. Supongamos que la oposición no participa porque las condiciones electorales son inexistentes, tú no puedes decidir eso al final. Ahora sí, hay chance, ¿faltando 15 días? En 2015 se hizo campaña durante seis meses de movilización, con unos partidos que venían de estar activos, que no estaban mellados por la emigración, la represión y la inhabilitación. 

Tenemos este dilema, que propiamente es de la oposición, porque al Gobierno le va bien y, seguramente, le va mejor si el adversario no participa; yo creo que no hay sinceridad. No se toma una de las dos opciones: o la vía electoral o la vía confrontacional. Pareciera que la oposición quiere deshojar la margarita, pero a esa margarita ya se le acabaron todos los pétalos. El dilema es ese: ser o no ser.

Sí, siempre será una decisión muy costosa, muy dilemática, porque, a fin de cuentas, tú estás legitimando el estatus quo. ¿Quieres sobrevivir, buscar tu espacio o cambiar el Gobierno? Y eso es así bajo cualquier régimen autoritario. De entrada, hay que asumir ese hecho. No es una democracia fallida, no es una democracia en crisis. Eso fue en algún momento, ya dejó de serlo. Lo que hay aquí es una suspensión permanente del estado de derecho. El presidente está habilitado de manera casi absoluta por el TSJ y lo que no resuelve él lo resuelve el propio TSJ. Eso es infranqueable en estas circunstancias. Obviamente, tienes que romper eso. Este es un sistema autoritario. ¿Qué tanto? Eso es irrelevante, porque la población no se entera. Los medios de comunicación masivos están controlados por el Estado de manera férrea. Para Nicolás Maduro, un marxista leninista, la democracia es la democracia revolucionaria. El pueblo son los partidarios de la revolución y todos los demás no son pueblo. Eso es así, es una forma de ver el mundo y negarlo sería ridículo. 

El 7 de enero fue un episodio de valentía y movilización. Para la gente fue una inyección de entusiasmo. Un sacudón contra el marasmo y el inmovilismo. Digamos que fue un relámpago y eso es muy necesario. 

Absolutamente. La sociedad venezolana está desarticulada, con poca movilización y los partidos políticos tienen que dar la cara en ese sentido. Creo que la orientación de esa movilización ha de ser el reclamo, la exigencia, de condiciones electorales que garanticen una elección transparente y auditable. De pronto eso fracasa, pero si no lo haces, ¿cómo podrías confirmar esa hipótesis? Si la oposición participa, puede ser bueno para el Gobierno porque legitima el proceso, pero puede ser malo si las gana. En cambio, si la oposición no participa, el Gobierno las gana de todas todas. En ese sentido se orienta el 5 de enero. No nos vamos a ir, vamos a hacer lo que nos da la gana siempre. Tu futuro es el diputado Parra… forever. Pero lo del 7 de enero es un destello, y lo que puede venir después, la demostración de que la sociedad no está dormida. 

¿Qué posibilidades le asigna a la mesa de diálogo nacional como una vía para reinstitucionalizar, aunque sea parcialmente, la vida política del país? Pareciera que es de sus máximas prioridades, ¿no?

Sí, normalizar hasta donde más se pueda. Aprovechar esa narrativa para que capeando el temporal de las sanciones, del rechazo y del oprobio, sea considerado, eventualmente, normal. 

Que eventualmente siga en el poder, que es su razón de ser. 

Bajo ese esquema, eso está absolutamente garantizado, entre otras cosas, porque estás sacando de juego al núcleo mayoritario de la oposición, diría más, a toda la oposición en estricto sentido. La llamada mesa de diálogo nacional es, plenamente, un arreglo gubernamental. Esos factores, obviamente, tienen derecho a participar, a ser partidos políticos. De hecho, son casi todos los partidos legales que hay. ¿Quiere decir eso que tienen alguna responsabilidad social? No computan en ninguna encuesta, no tiene una militancia significativa ni presencia a escala nacional. La fracción de diputados Clap no tiene una seccional que actúe en tal estado o un local que funcione en tal parroquia. Nada de eso. Eso es una fantasía. Y los partidos que están en la mesa… no quiero llamarlos partidos de maletín, pero son partidos minúsculos. Claro, tienes la votación de Henri Falcón y Javier Bertucci, sin duda, una cantidad apreciable de votos. ¿Pero cuánta gente que votó por Falcón, pensando que era la ruta democrática ante la división de la oposición en 2018, votaría por él hoy? Así como la oposición no puede proyectar el 2015 para siempre, la mesa de diálogo nacional tampoco puede proyectar el 2018 para siempre. 

¿Cuál es su pronóstico luego de los temas y circunstancias aquí descritas?

Las cosas pintan muy mal, pese al destello del 7 de enero, que es la mejor noticia que hemos tenido en muchísimo tiempo. Ese destello tiene que consolidarse y ahí está la responsabilidad del liderazgo político, especialmente de Juan Guaidó, pero también el de los partidos. El desafío de coordinar juntos una ruta de manera realista. El escenario ideal para el gobierno es que la oposición no participe; eventualmente, el mundo reconocerá. ¿No reconocen a Cuba, pues? La oposición tiene la responsabilidad de que eso no ocurra, porque su vocación es cambiar el poder.

12-01-20




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