Michael Penfold 25 de enero de 2020
@penfold_michael
El
5 de enero, se esperaba que Juan Guaidó fuera reelegido como presidente de la
Asamblea Nacional de Venezuela, que es la única institución democrática y
reconocida a nivel internacional que queda en el país. En cambio, los aliados
del presidente Nicolás Maduro orquestaron una elección falsa con sus
colaboradores para elegir a un nuevo presidente y removerlo del cargo. Por lo
tanto, el hecho de que Guaidó haya saltado las verjas de hierro del edificio
luego de que una barricada humana conformada por la Guardia Nacional
Bolivariana le había bloqueado el paso fue absolutamente heroico.
Guaidó,
quien hace un año fue elegido presidente de la asamblea y ha sido reconocido
como presidente interino de Venezuela por 60 países, sigue sin ejercer ninguna
autoridad pese al apabullante apoyo que ha recibido a nivel internacional y
nacional. Sin embargo, el aspecto más sorprendente de su precario acto de
equilibrismo sobre las rejas del Palacio Federal Legislativo es el
entendimiento de que es más probable que la oposición consiga un cambio
político cuando mantiene su postura desafiante, pero dentro de los límites
establecidos por la constitución venezolana. En ocasiones anteriores, cuando la
oposición exploró estrategias más arriesgadas y menos democráticas para
precipitar una transición política, el resultado fue impreciso.
Luego
de que le impidieron entrar al edificio de la Asamblea Nacional, Guaidó convocó
a una votación en las oficinas centrales de El Nacional, un periódico vinculado
con la oposición, donde fue ratificado como presidente por 100 de 167 legisladores.
La votación nominal se registró cuidadosamente para cumplir con las reglas del
congreso y la constitución.
No
obstante, el impulso generado por esos eventos podría ser efímero a menos que
Guaidó aproveche el apoyo renovado que ha recibido de la comunidad
internacional para lograr condiciones electorales que propicien un consejo
electoral independiente, a fin de legalizar a los partidos de la oposición y
eliminar las prohibiciones políticas para que se puedan realizar elecciones
libres y justas.
Maduro
ha logrado aferrarse al poder debido, en gran medida, al apoyo que ha recibido
de Rusia, India, Cuba, Turquía y China. Asimismo, ha creado con éxito una
economía clandestina, grande e ilegal, que le permite eludir estrictas
sanciones internacionales y desafiar a Estados Unidos. Sin embargo, cada vez es
más obvio para sus aliados internacionales que, sin la legitimidad democrática
de la Asamblea Nacional, no puede gobernar. Sin el respaldo de la Asamblea
Nacional, no puede reestructurar, de manera legal, la industria petrolera en
decadencia ni transferir los servicios públicos clave que están en crisis a un
sector privado leal a su gobierno.
Si
bien los aliados del régimen han ayudado a que Maduro permanezca en el poder,
también han exigido que se aprueben reformas de manera legal a través de un
congreso reconocido a nivel internacional para sacar provecho de esas ventajas
de manera oportunista. Este es un deseo que el régimen no puede cumplir por
motivos políticos, dado el control tan firme que tiene la oposición sobre la
legislatura. Es por eso que Maduro anhela dominar el parlamento como sea.
Curiosamente,
durante esta reciente crisis legislativa, Rusia fue la única nación que se
pronunció a favor de Maduro. China, India y Turquía se quedaron calladas
mientras que más de una docena de países que no habían reconocido a Guaidó,
entre ellos México, denunciaron el comportamiento antidemocrático y violento de
Maduro hacia la Asamblea Nacional.
Aprovechando
el hecho de que el periodo de la legislatura termina en el último trimestre de
este año, Maduro dijo en su mensaje anual a la nación que invitaría a la Unión
Europea y a las Naciones Unidas como observadores internacionales de las
elecciones parlamentarias.
No
obstante, el régimen sabe muy bien que Europa va a solicitar mucho más que una
mera supervisión internacional, pues las reformas deben contar con un consejo
electoral independiente y un calendario fijo tanto para las elecciones
presidenciales como para las legislativas. De otro modo, las probabilidades de
que Europa reconozca al nuevo parlamento, sin que se lleven a cabo elecciones
libres y limpias para la presidencia, serán muy escasas.
El
ejército es una pieza clave en la solución de este problema. Sus oficiales, que
controlan los negocios más lucrativos del país, temen que una transición
orquestada por Estados Unidos amenace sus intereses y socave el control que
tienen sobre los sectores minero y petrolero, por lo que han formado un bloque
cohesivo alrededor de Maduro.
Los
esfuerzos recientes por parte de Guaidó para fracturar a las Fuerzas Armadas
por medio de un aislamiento diplomático y sanciones internacionales, con el fin
de precipitar una transición gubernamental, han fracasado. Las negociaciones en
las que Noruega hizo de mediador se estancaron, lo cual eliminó la opción de
una resolución política. La única alternativa que le queda a la oposición para restaurar
la democracia es negociar con firmeza las condiciones para las próximas
elecciones. Ese objetivo implica realinear los intereses de Europa y América
Latina y, en particular, convencer a Estados Unidos, que ha puesto toda su fe
en las sanciones para promover un cambio de régimen, de que esta es la manera
más segura de salir del estancamiento.
Es
poco probable que las Fuerzas Armadas opten por una solución que los obligue a
elegir un bando o que los deje en una posición políticamente vulnerable. Una solución
electoral negociada que cumpla con lo establecido en la constitución y que
permita que los militares salven su honor y desempeñen el papel de ejecutores
de un acuerdo que tenga el apoyo de la comunidad internacional quizá sea la
única alternativa para Venezuela.
Cambiar
de estrategia política no será sencillo, así como mantener el control de la
Asamblea Nacional este mes requirió de un enorme esfuerzo y trabajo en
conjunto.
En
el pasado, participar en elecciones tal como lo dicta la constitución ha
movilizado a la gente, ha reunido a una oposición fragmentada en torno a una
meta común y ha presionado a los militares para que respalden los resultados.
Luego de ver la reacción global ante las acciones de Maduro en la asamblea, la
oposición debería cambiar de rumbo.
En
vez de trabajar para aumentar las sanciones internacionales o esperar a que
suceda un cambio político por medio de una combustión espontánea provocada por
un evento fortuito, la oposición liderada por Guaidó tiene que alinearse con
Europa, América Latina, Estados Unidos, China e incluso Rusia para juntos
impulsar una solución viable, en vez de seguir explorando una alternativa
transicional para un cambio de régimen que sigue siendo poco probable.
Michael
Penfold es investigador en el Centro Woodrow Wilson y coautor del libro Un
dragón en el trópico.
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