Por Gregorio Salazar
La llamada asamblea nacional
constituyente convocó a una sesión solemne para “enaltecer” a los maestros
venezolanos en su día. Los constituyentes vistieron sus mejores galas. A
aquellos que a pesar de lo regordete todavía les cierra el cuello de la camisa
llegaron al extremo de ponerse corbata. Todos estuvieron prestos y puntuales al
llamado de su presidente, cuyo discurso era esperado con disciplinada
expectativa.
Desde las alturas del poder,
el gran conductor de la manada constituyente estuvo más que profundo, diríase
que recóndito como es habitual, y sus palabras se desparramaron con plasticidad
en el antiguo hemiciclo que tantas cosas ha visto. Y las que le faltan por
ver. Las reseñas de los medios antes del sector público y ahora de un
grupito fueron, no se les puede negar, sobrias y puntuales.
El presidente dijo que es
gratificante la labor de los maestros “que tienen la capacidad de ver en los
ojos de los niños su felicidad o tristeza”. Tiene razón, pero habría que acotar
que felicidad ya no asoma y cada vez resulta más fácil apreciar la honda y
estremecedora tristeza de los niños venezolanos. Y mucho más allá el pesar que
se desborda en lágrimas de esos pequeños, así como de los padres y
representantes, familiares, vecinos, amigos, allegados y de los propios
maestros. Los homenajeados, recuérdese.
Y es que todo ese entorno
social sufre lo indecible. Alimentos, útiles escolares, uniformes están cada
vez más lejos del alcance de la mayoría de las familias venezolanas. Las
escuelas derruidas se van quedando sin la algarabía de los colegiales y la
palabra de los educadores para ser invadidas por el silencio y esa tristeza
creciente, que si se hiciera una encuesta pudiera figurar como uno de los
mayores sentimientos nacionales al lado de indignación popular.
Pero sigamos con el
homenaje, al menos así lo llamaron. Los maestros, dijo el presidente, “entregan
su vida para multiplicar su sabiduría”. Bueno, en eso hay que hacer una
precisión. Una cosa es estar dispuesto a sacrificar la vida por honrar su
profesión y servir al prójimo y otra cosa es que se la arranquen a fuerza de
hambre, con un salarito de tres dólares, la negación de las reivindicaciones
que habían obtenido con sus convenciones colectivas, privaciones y toda clase
de calamidades para ellos y su grupo familiar, sin poder velar por la
alimentación y la salud.
Después los maestros quedaron
a un costado y la solemne pieza oratoria aterrizó, no podía ser de otra forma,
en Chávez, el maestro de todos los maestros que en el mundo han sido. Predicó
con amor, sí como no, y con el ejemplo, claro está. Afirmó que es un ícono para
la historia de Venezuela. Vea usted, hay ejemplo de ejemplos e íconos de
íconos. Allí tenemos, por ejemplo, a esos íconos llamados Belial, Belhor y
Bhejo, a quienes los especialistas atribuyen el significado de “el de las
ganancias corruptas”.
Y a todas estas, ¿dónde
estaban los homenajeados? Literalmente clamando al cielo. Un grupo de maestros
con su dirigencia gremial al frente acudía en ese mismo momento a la Catedral
de Caracas. Una misa solemne, un pedimento a la paz y a la venida de mejores
tiempos para el país. Maestros que han dado tantas clases a la juventud
venezolana le están dictando al país con su lucha, por ellos y sus alumnos, una
cátedra de dignidad, coraje y valentía.
A la salida, agrupados en la
esquina de Torre gritaron sus consignas en demanda de respeto a sus derechos
como docentes, hombres y mujeres que literalmente construyen patria en cada
aula. Los acompañaban jóvenes defensores de derechos humanos y periodistas que
cubrían el acto. Una vez más aparecieron los facinerosos de siempre: los
tristemente célebres colectivos organizados, armados y financiados por el
régimen. Sin más, sin mediar palabras arremetieron contra ellos lanzándole
orines y excrementos. El baño de inmundicias alcanzó a todo el grupo, a varios
en la cara, en el pecho, en el pelo a maestras de avanzada edad, mientras para
completar el oprobio la policía se alejaba del lugar con el rabo entre las
piernas.
Una cuadra más al sur tenía
lugar otra escaramuza propia de estos tiempos de anarquía e incivilidad que
amenazan con llevar a la nación al gran desmadre. El vehículo donde viajaban
varios directivos de la AN fue atacado a balazos y objetos contundentes. Balas
y excrementos. Plomo y mierda, buen lema para adicionarlo al escudo del partido
oficialista, era lo que reinaba en la calle mientras el tribuno mayor
finiquitaba su discurso: “Nosotros respetamos a los maestros”.
19-01-20
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