Por Simón García
Es frecuente que cada
quien tiña sus percepciones con el color de sus deseos. Se valora el presente
por las aspiraciones de futuro. Así se moralizan seguidores. Pero también
se corre el riesgo de perder el pié a tierra y reducir la lucha por la
democracia a minorías emocionalmente aferradas a una versión cerrada de su
verdad.
¿Está ocurriendo esta
distorsión en las distintas parcelas de la oposición? Al menos existen señales
de una incapacidad de realización de objetivos en las distintas expresiones
opositoras. Se va apoderando de todas una falta de acciones eficaces para
alterar la relación de fuerzas impuesta por el régimen.
Otro signo del escenario
predominante es el contraste entre fortaleza exterior y debilidades internas.
Fue un acierto que el presidente (E) Juan Guaidó consolidara estas fortalezas
externas, pero el gozo puede esfumarse si la reiteración del mantra, con otro
estribillo, no revierte el crecimiento de la indiferencia respecto a los
partidos y muestra el debilitamiento de músculo en la movilización cívica.
La extensión y
profundización de la crisis refuerza las calamidades sociales. A la vez, emerge
la expectativa de una recuperación económica distorsionada y selectiva,
junto con avances del plan político del bloque dominante.
En este lado del tablero, no
existen indicaciones suficientes de alguna búsqueda de aproximaciones entre
las fracciones opositoras ni de un cambio efectivo de estrategia en el G4, más
allá del parto retórico de opciones debajo de la mesa.
Deficiencias preocupantes
porque no todas las opciones pueden estar en el abanico de posibilidades. No
deberíamos alimentar esperanzas con salidas que dependen de factores externos y
que resultan indeseables para la sostenibilidad de un cambio democrático,
pacífico y constitucional. .
Los dilemas para la
oposición están desde hace tiempo a la vista: desenlace pacífico o violento;
solución electoral o resolución militar; negociación o intentos de exterminio
del otro. Dilemas que deben superarse generando respaldos claros y
mayoritarios.
La unidad pasa a ser
condición y objetivo de victorias. Las fuerzas de cambio deben definir un
mínimo de metas compartidas y reglas para normar relaciones y
competencias entre ellas. Deben detener drásticamente la descalificación mutua
de sus líderes y de sus proyectos.
Es posible unir a la
oposición en torno a un liderazgo plural y una estrategia compartida.
Su eje existe: un líder bien posicionado, Guaidó y una coalición de los
partidos con mayor representación parlamentaria. Pero no habrá auténtica unidad
con la prolongación de vetos contra AP, el MAS, Copei, Cambiemos, Soluciones y
otras agrupaciones partidistas y sociales. Consensos parciales basadas en el
libre consentimiento son una vía para la unidad; pero la imposición autoritaria
es una incongruencia que la dinamita.
El centro de la estrategia
debe y puede ser esclarecer la participación electoral como medio para activar
las condiciones que reduzcan el apoyo social del régimen y aumenten los
incentivos de un retorno a la democracia bajo un gran acuerdo nacional. ¿Por
qué insistir sólo en opciones para derrocar al gobierno y descartar su derrota
política y electoral?
Si las concepciones
conservadoras continúan favoreciendo los desplantes extremistas y una
polarización a ciegas, el empate catastrófico va convertirse en crónico y el
régimen podría salir ganador..
Para avanzar es urgente que
los líderes principales de la oposición partidista y social abran un diálogo
con el país y que en particular, dirigentes como Guaidó, Henry Ramos, Henrique
Capriles, Falcón o Mujica puedan animarlo. Si esto no es posible, ¿vamos
a dejarnos sepultar por el escenario cangrejo inducido por la dictadura
de los extremismos?.
16-02-20
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