Marta de la Vega 18 de febrero de 2020
@martadelavegav
La
lucha incesante y la resistencia de muchos ciudadanos demócratas, de gente a la
que sigue importando el prójimo como su semejante, de voluntarios altruistas y
solidarios que entregan su tiempo y energía para aliviar las necesidades
básicas de una población desamparada frente al Estado forajido que preside
Nicolás Maduro, a riesgo de ser
brutalmente agredidos como ocurrió con la señora golpeada de manera
inmisericorde para robar en un comedor de caridad, “María Auxiliadora”, en Los
Teques, cerca de Caracas, parecieran impotentes al estrellarse contra un
régimen criminal, despiadado e insensible ante el sufrimiento de mayorías
golpeadas por la violencia, el hambre y la precariedad, no solo material sino
también intelectual y moral.
Vimos
el coraje y tenacidad con los cuales diputados consecuentes con sus
responsabilidades y el mandato que asumieron como nuestros representantes en la
legítima AN, llegaron al aeropuerto, pese a los piquetes policiales y de la
Guardia Nacional, para recibir al Presidente encargado de la República, Juan Guaidó,
después de su gira extraordinaria por Europa y América del Norte.
Igualmente,
presenciamos la criminal persecución y brutales golpes a los periodistas que
cubrían su llegada, la serenidad y contención del presidente Guaidó, así como
la flagrante impunidad con la cual el propio director de seguridad del
aeropuerto Simón Bolívar, coronel Franco Quintero, acusado de crímenes de lesa
humanidad, cuyas actuaciones y depravada crueldad son hoy muy conocidas, dejó
entrar al área restringida a su amiga Dubraska Padrón, disfrazada de empleada
de Conviasa, para acosar e insultar al mandatario interino, y después, a su
salida, dirigir las agresiones contra este.
No
nos acostumbramos a los funcionarios que incumplen con sus obligaciones
elementales, que mienten con desparpajo y han corrompido a la gente en sus
prácticas cotidianas para dañar, agredir o sacar al máximo provecho del otro,
como mecanismo de sobrevivencia y a la vez como medio de control social del
gobierno, pues los convierte en forzosos cómplices de la descomposición moral y
la podredumbre generalizadas. No aceptamos la barbarie convertida en acción
política, la violencia como lenguaje de chavistas y seguidores de Maduro, el
irrespeto total a los otros que no piensan como yo, la intolerancia como virtud, que puede
incluso llegar a matar. No podemos aceptar las reglas de juego impuestas por el
proyecto totalitario del régimen.
A
pesar de tantos desmanes, como escribió Vaclav Havel en El poder de los sin
poder (Encuentro, 1990): “vivir en la verdad” significa todo lo contrario de lo
que busca la dominación del régimen actual sobre la realidad venezolana: “El
poder es prisionero de sus propias mentiras y, por tanto, tiene que estar
diciendo continuamente falsedades. Falsedades sobre el pasado. Falsedades sobre
el presente y sobre el futuro. Falsifica los datos estadísticos. Da a entender
que no existe un aparato policíaco omnipotente y capaz de todo. Miente cuando
dice que respeta los derechos humanos. Miente cuando dice que no persigue a
nadie. Miente cuando dice que no tiene miedo. Miente cuando dice que no
miente.”
Y,
en último término, obliga a los individuos a “vivir en la mentira” (pp. 26-27)
o a simular creérselo, a fin de salvaguardar su dignidad y a la
vez “evitarse problemas”. Se plantea entonces un duro dilema existencial:
¿hasta dónde la resistencia? ¿O se sucumbe a la cohabitación o a la resignación
porque la desesperanza termina por imponerse al aceptar que “habrá que
acomodarse” ya que nada va a poder cambiar? ¿Se pueden conciliar metas
legítimas como emprender, estudiar, distraerse, ganar y a la vez no ser
cómplices del régimen?
La
respuesta de Havel a este dilema que vivieron los checos después de la invasión
a Praga sigue vigente para Venezuela. Sin desdeñar la articulación que se
requiere para vencer un régimen político inicuo, entre la dirigencia
democrática y los partidos idóneos con la sociedad civil, son sus archipiélagos
de disfrute, creación y producción, cual oasis que contrarresta las penurias
diarias, los que catalizan el cambio no solo político. Se desmorona la
pretensión totalitaria: “…brota de este campo vastísimo y anónimo alguna
iniciativa más pertinente y más visible, que sobrepasa las fronteras de la
rebeldía individual “pura y simple” para transformarse en un trabajo más
consciente, más estructurado y más eficaz. Esta frontera más allá de la cual
“la vida en la verdad” deja de ser ‘solo’ negación de la ‘vida en la mentira’ y
comienza en cierto modo a articularse creativamente, es el punto en que
comienza a brotar algo que se podría llamar “vida independiente espiritual,
social y política de la sociedad” (pp. 82-83).
Inicio
de la derrota del régimen frente a los ciudadanos. Es la hora de la verdad.
Marta
de la Vega
@martadelavegav
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