Francisco Fernández-Carvajal 01 de abril de
2020
@hablarcondios
— La costumbre de
meditar la Pasión de Nuestro Señor. Amor y devoción al Crucifijo.
— Cómo meditar la
Pasión.
— Frutos de esta
meditación.
I. ¡Pueblo
mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te di a beber el
agua salvadora que brotó de la peña; tú me diste a beber hiel y vinagre.
¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho...?1.
La liturgia de estos días nos acerca ya al misterio
fundamental de nuestra fe: la Resurrección del Señor. Si todo el año litúrgico
se centra en la Pascua, este tiempo «aún exige de nosotros una mayor devoción,
dada su proximidad a los sublimes misterios de la misericordia divina»2. «No recorramos, sin embargo, demasiado deprisa ese camino; no
dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que quizá, a veces, se nos escapa:
no podremos participar de la Resurrección del Señor, si no nos unimos a su
Pasión y a su Muerte (Cfr. Rom 8, 17). Para acompañar a Cristo en
su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su
holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario»3. Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra
oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. Mientras le hacemos
compañía, no olvidemos que nosotros fuimos protagonistas de aquellos horrores,
porque Jesús cargó con nuestros pecados4, con cada uno de ellos. Fuimos rescatados de las manos del
demonio y de la muerte eterna a gran precio5, el de la Sangre de Cristo.
La costumbre de meditar la Pasión tiene su origen en
los mismos comienzos del Cristianismo. Muchos de los fieles de Jerusalén de la
primera hora tendrían un recuerdo imborrable de los padecimientos de Jesús,
pues ellos mismos estuvieron presentes en el Calvario. Jamás olvidarían el paso
de Cristo por las calles de la ciudad la víspera de aquella Pascua. Los
Evangelistas dedicaron una buena parte de sus escritos a narrar con detalle
aquellos sucesos. «Leamos constantemente la Pasión del Señor –recomendaba San
Juan Crisóstomo–. ¡Qué rica ganancia, cuánto provecho sacaremos! Porque al
contemplarle sarcásticamente adorado, con gestos y con acciones, y hecho blanco
de burlas, y después de esta farsa abofeteado y sometido a los últimos
tormentos, aun cuando fueres más duro que una piedra, te volverás más blando
que la cera, y arrojarás toda soberbia de tu alma»6. ¡A cuántos ha convertido la meditación atenta de la Pasión!
Santo Tomás de Aquino decía: «la Pasión de Cristo
basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida»7. Y visitando un día a San Buenaventura, le preguntó Santo
Tomás de qué libros había sacado tan buena doctrina como exponía en sus obras.
Se dice que San Buenaventura le presentó un Crucifijo, ennegrecido ya por los
muchos besos que le había dado, y le dijo: «Este es el libro que me dicta todo
lo que escribo; lo poco que sé aquí lo he aprendido»8. En él los santos aprendieron a padecer y a amar de verdad. En
él debemos aprender nosotros. «Tu Crucifijo. —Por cristiano, debieras llevar siempre
contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de
darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre
cuerpo, bésalo también»9.
La Pasión del Señor debe ser tema frecuente de nuestra
oración, pero especialmente lo ha de ser en estos días ya próximos al misterio
central de nuestra redención.
II. «En la
meditación, la Pasión de Cristo sale del marco frío de la historia o de la
piadosa consideración, para presentarse delante de los ojos, terrible,
agobiadora, cruel, sangrante..., llena de Amor»10.
Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo: en
nuestra meditación personal, al leer el Santo Evangelio, en los misterios
dolorosos del Santo Rosario, en el Vía Crucis... En ocasiones
nos imaginamos a nosotros mismos presentes entre los espectadores que fueron
testigos de esos momentos. Ocupamos un lugar entre los Apóstoles durante la
Última Cena, cuando nuestro Señor les lavó los pies y les hablaba con aquella
ternura infinita, en el momento supremo de la institución de la Sagrada
Eucaristía...; uno más entre los tres que se durmieron en Getsemaní, cuando el
Señor más esperaba que le acompañásemos en su infinita soledad...; uno entre
los que presenciaron el prendimiento; uno entre los que oyeron decir a Pedro,
con juramento, que no conocía a Jesús; uno que oyó a los falsos testigos en
aquel simulacro de juicio, y vio al sumo sacerdote rasgarse las vestiduras ante
las palabras de Jesús; uno entre la turba que pedía a gritos su muerte y que le
contemplaba levantado en la Cruz en el Calvario. Nos colocamos entre los
espectadores y vemos el rostro deformado pero noble de Jesús, su infinita
paciencia...
También podemos intentar, con la ayuda de la gracia,
contemplar la Pasión como la vivió el mismo Cristo11. Parece imposible, y siempre será una visión muy empobrecida
con relación a la realidad, a lo que de hecho sucedió, pero para nosotros puede
llegar a ser una oración de extraordinaria riqueza. Dice San León Magno que «el
que quiera de verdad venerar la pasión del Señor debe contemplar de tal manera
a Jesús crucificado con los ojos del alma que reconozca su propia carne en la
carne de Jesús»12.
¿Qué experimentaría la santidad infinita de Jesús en
Getsemaní, cargando con todos los pecados del mundo, las infamias, las
deslealtades, los sacrilegios...? ¿Qué soledad ante aquellos tres discípulos
que había llevado para que le acompañaran y por tres veces encontró dormidos?
También ve, en todos los siglos, a aquellos amigos suyos que se quedarán
dormidos en sus puestos, mientras los enemigos están en vigilia.
III. Para
conocer y seguir a Cristo debemos conmovernos ante su dolor y desamparo,
sentirnos protagonistas, no solo espectadores, de los azotes, las espinas, los
insultos, los abandonos, pues fueron nuestros pecados los que le llevaron al
Calvario. Pero «conviene que profundicemos en lo que nos revela la muerte de
Cristo, sin quedarnos en formas exteriores o en frases estereotipadas. Es
necesario que nos metamos de verdad en las escenas que revivimos (...): el
dolor de Jesús, las lágrimas de su Madre, la huida de los discípulos, la
valentía de las santas mujeres, la audacia de José y de Nicodemo, que piden a Pilato
el cuerpo del Señor»13.
«Quisiera sentir lo que sientes, pero no es posible.
Tu sensibilidad –eres perfecto hombre– es mucho más aguda que la mía. A tu lado
compruebo, una vez más, que no sé sufrir. Por eso me asusta tu capacidad de
darlo todo sin reservas.
»Jesús, necesito decirte que soy cobarde, muy cobarde.
Pero al contemplarte clavado ya al madero, “sufriendo cuanto se puede sufrir,
con los brazos extendidos en ese gesto de sacerdote eterno” (Santo Rosario,
San Josemaría Escrivá), voy a pedirte una locura: quiero imitarte, Señor.
Quiero entregarme de una vez, de verdad, y estar dispuesto a llegar hasta donde
tú me lleves. Sé que es una petición muy por encima de mis fuerzas. Pero sé,
Jesús, que te quiero»14.
«Acerquémonos, en suma, a Jesús muerto, a esa Cruz que
se recorta sobre la cumbre del Gólgota. Pero acerquémonos con sinceridad,
sabiendo encontrar ese recogimiento interior que es señal de madurez cristiana.
Los sucesos divinos y humanos de la Pasión penetrarán de esta forma en el alma,
como palabra que Dios nos dirige, para desvelar los secretos de nuestro corazón
y revelarnos lo que espera de nuestras vidas»15.
La meditación de la Pasión de Cristo nos consigue
innumerables frutos. En primer lugar nos ayuda a tener una aversión grande a
todo pecado, pues Él fue traspasado por nuestras iniquidades y molido
por nuestros pecados16. Jesús crucificado debe ser el libro en el cual, a ejemplo de
los santos, debemos leer de continuo para aprender a detestar el pecado y a
inflamarnos en el amor de un Dios tan amante; porque en las llagas de Cristo
leemos la malicia del pecado, que le condenó a sufrir muerte tan cruel e ignominiosa
para satisfacer a la Justicia divina, y las pruebas del amor que Jesucristo ha
tenido con nosotros, sufriendo tantos dolores precisamente para declararnos lo
mucho que nos amaba17.
«—Y se siente que el pecado no se reduce a una pequeña
“falta de ortografía”: es crucificar, desgarrar a martillazos las manos y los
pies del Hijo de Dios, y hacerle saltar el corazón»18. Un pecado es mucho más que «un error humano».
Los padecimientos de Cristo nos animan a huir de todo
lo que pueda significar aburguesamiento, desgana y pereza. Avivan nuestro amor
y alejan la tibieza. Hacen a nuestra alma mortificada, guardando mejor los
sentidos.
Si alguna vez el Señor permite enfermedades, dolores o
contradicciones particularmente intensas y graves, nos será de gran ayuda y
alivio el considerar los dolores de Cristo en su Pasión. Él experimentó todos
los sufrimientos físicos y morales, pues «padeció de los gentiles y de los
judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que
acusaron a San Pedro. Padeció también de los príncipes y de sus ministros, y de
la plebe... Padeció de los parientes y conocidos, pues sufrió por causa de
Judas, que le traicionó, y de Pedro, que le negó. De otra parte, padeció cuanto
el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos, que le abandonaron;
padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el
honor y en la honra, por las irrisiones y burlas que le infirieron; en los
bienes, pues fue despojado hasta de los vestidos; en el alma, por la tristeza,
el tedio y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes»19.
Hagamos el propósito de estar más cerca de la Virgen
estos días que preceden a la Pasión de su Hijo, y pidámosle que nos enseñe a
contemplarle en esos momentos en los que tanto sufrió por nosotros.
1 Improperios.
Liturgia del Viernes Santo. —
2 San
León Magno, Sermón 47. —
3 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 95. —
4 Cfr. 1
Pdr 2, 24. —
5 Cfr. 1
Cor 6, 20. —
6 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 87, 1. —
7 Santo
Tomás, Sobre el Credo, 6. —
8 Citado
por San Alfonso Mª de Ligorio, Meditaciones sobre la
Pasión, 1, 4. —
9 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 302. —
10 ídem, Surco,
n. 993. —
11 Cfr. R.
A. Knox, Ejercicios para seglares, Rialp, Madrid 1956, pp.
137 ss. —
12 San
León Magno, Sermón 15 sobre la Pasión. —
13 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 101. —
14 M.
Montenegro, Vía Crucis, Palabra, 3ª ed., Madrid 1976, XI.
—
15 San
Josemaría Escrivá, loc. cit. —
16 Is 53,
5. —
17 San
Alfonso Mª de Ligorio, o. c., 1, 4. —
18 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 993. —
19 Santo
Tomás, Suma Teológica, 3, q. 46 a. 5.
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