Américo Martín 22 de abril de 2020
@AmericoMartin
El emplazamiento reiterado del Departamento de Estado
a
Nicolás Maduro ha seguido un curso
uniformemente acelerado; vale decir: de la casi amable propuesta presentada por
Mike Pompeo a las duras características en que está revestida ahora, tras
las más recientes declaraciones de Elliott Abrams y otros altos funcionarios
del gobierno de EEUU. No hay misterio en eso, puesto que expresamente lo
enfatizó el gobierno norteamericano cuando dijo que si Miraflores
desaprovechaba la generosa oferta que se le hacía, de todas maneras tendría que
abandonar el cargo, pero ahora en peores condiciones.
Concurren dos grandes factores a darle firmeza y
credibilidad a semejante vuelta de tuerca. La primera es la expansión conjunta
de la pandemia que amenaza al país y al mundo y la intensificación de las
protestas sociales por agua, alimentos y gasolina, cuya incidencia crítica
sobre la estabilidad del PSUV y de la cúpula de Miraflores, es cada vez más
inocultable.
Se había convertido en lugar común la creencia de que
la palanca del poder madurista residía en los militares y en el respaldo de Rusia
y China. Pero el curso de los acontecimientos explica con claridad por qué la
propuesta de Pompeo, le reservaba sus posiciones en el gobierno de transición
al general Padrino y los miembros del alto mando militar. Obviamente cumplían
en el esquema el papel de garantes de la seriedad de la propuesta. Supongo que
Maduro podría sentirse mejor protegido de cualquier desengaño con el abrigo
militar, a menos que ya no hubiera tal abrigo. Y en cuanto a Rusia y
China, la más reciente declaración de Elliot Abrams es impresionante
- todo está puesto
sobre la mesa para que ocurra una posible transición en Venezuela,
incluso, no se descarta la posibilidad de retomar una mesa de diálogo con
Noruega
- Lo importante con
estos dos países no es lo que dicen, si no lo que están haciendo.
Se afirma la idea de que Washington y la solidaria
comunidad internacional, sin excepciones, está convencida de la cercana salida
de Maduro y prefiere hacerlo en el marco de una negociación sin violencia ni en
la viciosa recurrencia de la venganza, para que el gobierno de transición
cumpla el gran cometido que se le asigna en la propuesta.
Hay que admitir que Guaidó y la AN contribuyeron a
flexibilizar esta oferta cuando, sin que nadie se los propusiera, afirmaron que
la renuncia a pertenecer al gobierno de transición, se refiriera a Maduro y a
Guaidó. Pareciera que todo se está disponiendo para una transición
uniformemente acelerada. No obstante, como adivinar el futuro en las entrañas
de los animales es propio de arúspices y no de políticos, dejemos el pronóstico
en ese estado.
Pero, una vez más, quisiera resaltar que estos avances
reales se han movido por medio de las negociaciones que están a la vista,
demostrando que sí se puede negociar con comunistas, dictadores, autócratas,
como lo están haciendo con éxito los más altos funcionarios del gobierno de
Trump, republicanos y de derecha, como -si viviera- lo hubiera calificado Mao
Zedong.
El verdadero pecado es ese simplismo emanado del dogma
y el prejuicio que no toma en cuenta el contexto y los intereses, en un momento
dado, en juego. Rusia y China no pueden sobreponer su interés de restablecer
alianzas con Europa y EEUU, a jugárselo todo por una causa que no están en
condiciones ya de sostener. Maduro no parece entender todavía que su verdadero
interés ya no es aferrarse a un cargo que lo desborda y se le va de las manos,
sino a salir del poder de la mejor manera que le sea posible, aprovechando la
oportunidad que se le ofrece. Y el PSUV pensar que si no quiere desintegrarse,
sin pena ni gloria, debería sobrevivir como partido en la oposición con las
garantías que le brinda un estado de derecho apoyado por la comunidad
internacional.
Dirigir políticamente un proceso tan delicado, pero
tan auspicioso, como el que se está desplazando en el horizonte cercano de
Venezuela, es un reto extraordinario por los objetivos múltiples que pueden
obtenerse, la plenitud democrática y la libertad que creíanse irrecuperables,
la prosperidad, que ya ha ganado tanta simpatía universal y la perdida
convivencia, sin la cual será cuesta arriba responder a la furiosa acometida
del coronavirus y la tormentosa tragedia de problemas que nunca fueron significativos
en la Venezuela democrática: la carencia de agua, la escasez de gasolina, el
difícil acceso a la alimentación, el deterioro alarmante de todos los servicios
públicos, y muy especialmente, educación, salud, empleo y seguridad.
¿Acaso Venezuela no merece una oportunidad después de
ser víctima de tantas fantasías y manías fallidas? El socialismo del S. XXI, el
comunismo, la anarquía tienen sus raíces en ese siglo, por otra parte tan
maravilloso, que fue el XVIII, llamado con razón siglo de las luces. Fue una
era de desmantelamiento de dogmas y de enaltecimiento de la crítica. De
la crítica nacieron la industrialización, las ideas de progreso, de desarrollo
y la fuerza del pensamiento creativo y, por eso mismo, también las utopías,
muchas de las cuales -como dijera Octavio Paz- son sueños de la razón. La
experiencia que hemos vivido aconsejaría llamarlas más bien pesadillas de la
razón.
Américo
Martín
@AmericoMartin
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