Américo Martín 27 de abril de 2020
Para
entender las razones que moverían las presuntas conversaciones que estén por
tomar fuerza entre la cúpula de Miraflores y la Asamblea Nacional presidida por
Juan Guaidó, hay que comenzar por determinar cuál pudiera ser el interés que
mueve a cada uno de los protagonistas de la sugerida negociación.
No
dudo que haya actores menores cuyo interés sea poco sostenible desde el punto
de vista ético, pero de hecho la marcha del mundo frecuentemente se ha
desentrabado por acuerdos entre archienemigos que escaparon de la ruina y la
muerte mediante sabias negociaciones.
Como
en recientes artículos, destinados a los acuerdos de paz y sorprendentes
alianzas enhebradas por países poderosos dirigidos por líderes históricos,
pudiera pensarse que tales flexibilidades les están negadas a regiones débiles,
autocensuradas en nombre de consideraciones morales. Vale decir, que lo que es
fundamental para el progreso de las naciones desarrolladas no lo es para las
sub e infradesarrolladas. No obstante, demostraré la falacia que envuelve este
argumento aludiendo al ejemplo más cercano a nuestras realidades.
No
ha habido rencor más largamente sostenido que el derivado de la pugna
árabe-israelí. Para la mayoría de los países enfrentados a Israel la
reconciliación era imposible, a menos que el pequeño país judío fuera borrado
del mapa. Pero como la inteligencia política no tiene nacionalidad, después de
las enormes pérdidas territoriales en la Guerra de los Seis Días en el Sinaí y
en las alturas del Golán, el sucesor del caudillo Nasser, Anwar Al Sadat, el
líder judío Menachem Begin y el presidente Jimmy Carter, lograron un impactante
acuerdo que le devolvió el Sinaí desmilitarizado a Egipto y consolidó
relaciones diplomáticas entre las dos partes, que se suponían condenadas a no
dialogar ni negociar nunca más.
Negociaron,
pactaron y Egipto recuperó la integridad de su territorio, mientras que Israel
rompía el cerco diplomático que lo asfixiaba y mantenía en perpetuo peligro.
Los
intereses de los tres firmantes de Camp David fueron colmados, incluso el de
EEUU, país cuyo logro fue estupendo, pudo mantener relaciones con dos enemigos
que sellaron una amistad inquebrantable mediante un expresivo apretón de manos.
¿Y
dónde quedaron las enfurecidas invectivas contra el colaboracionismo egipcio?
Han
sido olvidadas, porque de nuevo el interés de preservar lazos fraternales con
el poderoso líder tradicional del mundo árabe, es más sólido y consistente que
el de unirse a la grita maximalista que a nada ha conducido ni conducirá.
¿Mentían
cuando agredían o mienten cuando negocian?
De
nuevo hay que decir que no es éste un infantil asunto de desahogarse en
insultos, cuando está de por medio la sobrevivencia de los países.
Es
clave para la victoria de una buena causa utilizar el lenguaje adecuado para la
situación que lo exija. El exgobernador demócrata del estado de Nueva York,
Mario Cuomo, acotaba que en las campañas electorales se empleaba el lenguaje
poético y en el ejercicio del gobierno se hablaba el rudo lenguaje de la prosa.
No
es cuestión de repetir insultos y descalificaciones, sino de defender el
interés de una gran causa en peligro.
No
es la reacción del muchacho irritado de Cipriano Castro, que le retiraba el
saludo sin medir consecuencias a los embajadores que su grandilocuencia verbal
descalificaba, sino la defensa del interés nacional que, afortunadamente, el
canciller argentino Drago hizo valer la doctrina de la ilegalidad del cobro
compulsivo de las deudas, incluso si están bien fundadas. Para obtener tan
estupendo resultado, el dictador Castro, puso en libertad a muchos presos
políticos, decisión inteligente que desarmó resistencias y mejoró su imagen.
En
el caso venezolano de hoy, se ha pedido una decisión similar a la del cabito
Castro, como un gesto preparatorio de un ambiente facilitador de negociaciones
entre la AN y Miraflores, para afrontar la pavorosa crisis económico-social en
la que han hundido a Venezuela, al tiempo que el coronavirus, la peste negra
del siglo XXI, contribuye con ferocidad a agravar esta insólita realidad.
Miraflores
está cercado por el mundo democrático que, asombrado por la decadencia de una
rica nación petrolera que llegó a ser ejemplo de prosperidad, ahora es la punta
del retroceso, incapaz de alimentar a su población.
Así
como los países arriba mencionados salieron de conflictos espeluznantes, porque
supieron identificar su fundamental interés nacional, dejando a un lado la
poesía de sus campañas para aferrarse a la dura pero necesaria prosa de los
verdaderos líderes, no se entiende por qué Miraflores, de cara a su
comprometido futuro, no se afirma a en su verdadero, su obvio interés y procede
a dar el paso de liberar a los presos políticos civiles y militares, permitir
el regreso de los exilados y asumir con sinceridad y energía la seria
negociación para el cambio de poder por vía democrática, sin violencia ni
venganza, para abrir el camino de una convivencia civilizada capaz de afrontar
la peste maligna y la recrecida incidencia del hambre, la inseguridad, la ruina
hospitalaria, la debacle educativa y sanitaria.
Una
Venezuela que no se sentiría atraída a huir de su propia tierra.
Américo
Martín
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