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domingo, 26 de abril de 2020

La tregua corta por @garciasim



Por Simón García


Ninguno de los contendores ha podido romper el empate catastrófico. Pero cada uno está convencida que puede hacerlo, pronto y absolutamente a su favor. Es la ilusoria zanahoria que no se alcanza por acelerar la carrera, confundir realidades con deseos o gritar que ahora si. Ambos, gobierno y oposición, deberían ajustar sus expectativas y las consecuencias.

Hasta ahora quienes tienen el poder real han sorteado con éxito todos los envites opositores. El régimen ha ganado combates concretos, pero no está hoy en condiciones de ganar una guerra cuyo resultado siempre le será pírrico.

Las sanciones comienzan a debilitarlo y a reducirle su margen de maniobra. Pero, si lo acorralan, puede crear una situación de resistencia crónica y prolongar el empate.

La oposición partidista, si se mantiene encadenada a la estrategia que la obliga sólo a derrocar a su contrincante, tenderá a tener pérdidas en su base social de apoyo y a poner en evidencia que su gobierno dual es simbólico. Su fuerza efectiva se la presta EEUU y la comunidad internacional. Su fuerza potencial es la existencia de una mayoritaria oposición social al gobierno, pero que siente que sus intereses y necesidades importan poco en cálculos políticos reducidos a estar en Miraflores.

En la oposición social, sin las gríngolas que la polarización pone en los cerebros, comienzan a reconocerse como complementarios, partidarios de los dos mundos.

Son la base real para lograr el cese de la destrucción del país y el espacio para iniciar una unificación que permitirá retornar a la democracia y a la lucha por la reconstrucción de Venezuela, sin que una parte de la sociedad las obstaculice.

Es cuestión de mayoría, pero sólo hace falta un borracho para acabar con una fiesta.


El encuentro entre estos componentes de una solución eficaz, pacífica y electoral al conflicto de poder está trabado en la errada visión que sólo se logrará exterminando al otro. La evidencia sobre la inutilidad de esta apuesta está en el comportamiento del régimen durante estos decenios. También en las desviaciones extremistas de la oposición, a un costo fatal.

Cualquiera de los dos proyectos rivales, puestos a escoger entre una rendición humillante y resistir con las botas puestas, escogerá lo segundo. El grito caribe del sólo nosotros somos hombres retumbará sobre más muertes y más destrucción. El uso de la violencia desatará todos los demonios. Y es este escenario el que tientan las dos cúpulas, cuando se niegan siquiera a volver a formular propuestas de acuerdo que pongan a pensar al otro.

En el contexto actual rechazar la negociación es avivar un incendio cuyas primeras candelitas están prendiéndose.

Andan sueltos por el país tres pandemias: la del virus; la del hambre y los servicios; la soterrada desesperación, no por motivos políticos, sino por sobrevivencia. Si se juntan estos tres detonantes habrá una explosión que agravará todas las crisis previas.

Se necesita una tregua, no para dialogar sino para acordar con urgencia un plan del país nacional para vencer las tres pandemias. Una tregua corta en objetivos y en tiempo de ejecución. No para hacer política, sino para ser humanos.

La resolución del conflicto de poder puede esperar, el hambre y el desbordamiento del virus, no. Si los dirigentes, con asimetría o sin ella, no saben unirse condenarán al país a sufrir el efecto Saturno. Puerta a desgracias irreparables y mayores.

26-04-20




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