Ismael Pérez Vigil 02 de agosto de 2020
Los
principales sectores políticos ya han definido su estrategia con respecto al
proceso electoral parlamentario del próximo mes de diciembre. Hay pocas dudas
acerca de que la posición de la oposición democrática será la de no participar
y solo esperamos que finalmente sea anunciada en los próximos días, de manera
oficial, y que expliquen al país que forma adoptará esa “no participación”.
Cabe
entonces empezar a preguntarse –y reflexionar– acerca de cuáles son los riesgos
y beneficios de las decisiones respectivas, las adoptadas por cada sector.
Sabemos
que el objetivo del régimen es recuperar el control de la Asamblea Nacional
(AN), que perdió en 2015. Para atenuar esta “pérdida”, el régimen inhabilitó a
los diputados de Amazonas; desconoció a la AN con un conjunto de sentencias
dictadas por su obsecuente TSJ; le quitó recursos y el financiamiento que le
corresponde; trató de oponerle otra figura equivalente, la ANC, que no logró
suficiente apoyo interno ni internacional; se dedicó a perseguir, inhabilitar,
forzar al exilio y apresar diputados y dirigentes opositores; y por último
intento la chapuza de aliarse con unos diputados acusados de corrupción para
nombrar una directiva dócil y proclive a sus intenciones.
Ante
el fracaso, optó por seguir la “vía electoral” que contempla la Constitución,
previo amañamiento del proceso: agenciándose una “oposición dócil”; designando
un CNE afecto a sus intereses; modificando el número de diputados, para tener
un mayor “botín” que repartir; “robándole” los partidos opositores a sus
legítimos líderes; con declaraciones militares tremendistas y amenazantes;
modificando la legislación electoral; reubicando periodistas para votar en
circuitos que no les corresponden –sabiendo que estos protestarían y abonarían
al “¡Viste!, con estas condiciones no se puede votar”– y muchos otros “trucos”
que todavía tiene en cartera. Todos ellos para asegurarse –como parece que así
será– que la oposición democrática no concurra a votar, que sigue siendo su
máximo temor y el mayor riesgo.
Por
otra parte, es muy difícil pensar que la “oposición oportunista”, la que se
congrega alrededor de la llamada “mesita”, que no cuenta con un caudal
electoral de ningún tipo, pueda ser una amenaza que ponga en peligro el
resultado electoral al que aspira el régimen. Ni siquiera con el “truco” de
incorporar a falsos partidos opositores democráticos en el “tarjetón” electoral
podrá el régimen aumentar el caudal de votos de su “oposición leal”. De todas
formas, el número de votos que obtenga esa oposición oportunista, será
suficiente para que los aparatos propagandísticos del régimen le saquen partido
y lo hagan aparecer como una gran participación.
De
esta, manera se asegura de eliminar el riesgo mayor –lo dicho, que la oposición
concurra unida a votar– en su objetivo de lograr el control de la AN. No es
difícil suponer que con un pequeño “esfuerzo” electoral, el régimen podrá
tener, sino las dos terceras partes de la AN, al menos una mayoría simple, que
con un pequeño esfuerzo o inversión económica posterior a las elecciones, le
permita “obtener” el número de diputados que necesite para hacer todo tipo de
modificaciones legales y asegurar cualquier tipo de contrato a sus “socios”
internacionales, principalmente China y Rusia.
Así
que, tenemos claros cuales son los beneficios del régimen, y de paso los de la
oposición oportunista, que sin llamar a votar, con un escaso caudal electoral
les será suficiente para obtener algunos curules, ya que parece que el país en
su gran mayoría se dispone a abstenerse; aun cuando algunas últimas encuestas
asoman otra posibilidad. Se nos hace difícil, en este momento, ver algo
distinto a una gran abstención en las elecciones parlamentarias, que por ahora
le dan la razón a las encuestas dadas a conocer por Datanálisis a principios de
julio, que asegura un porcentaje de participación inferior al 10%. (¡Veremos
pronto cuales encuestadoras tenían la razón, si es que se arriesgan a publicar
sus resultados!)
Por
su parte, el sector opositor radical, que no cree en la vía electoral y que
pareciera –¡ojo que dije: pareciera! – que se inclina por algún tipo de salida
de fuerza, principalmente con intervención externa, no tiene costos ni riesgos
en este proceso, aunque se prepara para anotarse los beneficios de una alta
abstención, aun cuando no haga nada por organizarla. Lo que me parece curioso
–y esto es un comentario marginal– es que a pesar de no creer en vías
electorales, algunos proponen y hacen llamados a una especie de consulta
popular, que salvo que sea por telepatía, se debe hacer votando por alguna
opción o firmando algún tipo de documento; es decir, una acción que de todas
formas se parece bastante a unas elecciones.
Los
costos de la oposición por no participar en el proceso electoral, los he
analizado en varias oportunidades, que no voy a repetir, solo a resumir el
principal costo, que es que al no tener el control de la AN, obviamente
desaparece la posibilidad de designar un gobierno interino y un Presidente
Encargado, que pueda ser reconocido por la comunidad internacional, por otros
países, por organismos internacionales.
Lo
que aún no vemos muy claro son los beneficios que obtendrá la oposición
democrática por seguir la línea de no participar; porque no se puede decir que
el llamado sea a algún tipo de abstención, palabra de la que se huye como de la
peste, o del coronavirus, para ser más actual. Quizás el que no veamos claro se
deba a que aun la decisión no está oficialmente anunciada y cuando lo hagan, es
de esperarse que también anuncien cual es la alternativa a esa “no participación”,
que no puede ser quedarse cruzados de brazos a esperar que ocurra algo, una
reacción espontánea de resistencia, o que la gente salga a manifestar su
asombro ante lo que ocurre en el país, o cualquiera de esas cosas, que
desafortunadamente solo ocurren en las novelas de Saramago.
No
obstante, para no ser mezquinos, yo veo tres beneficios inmediatos, aparte del
beneficio obvio de mantener los principios y no legitimar al régimen en su
fraude electoral; uno es que sea una posición unitaria, de la mayoría
democrática del país, a pesar de todas las adversidades y agresiones sufridas;
dos, mantener la posición coherente con algunos socios internacionales que no
ven con buenos ojos los sainetes electorales del régimen; tres, otro beneficio
es –para mí el más importante– mantener la conexión con ese sector de la
población que siempre ha apoyado a la oposición, que resiste desde hace 20 años
a este régimen autoritario y que hoy no quiere movilizarse a votar, que esta
frustrado por los magros logros obtenidos en las luchas políticas de los
últimos años y que espera, ahora, que la oposición le ofrezca una opción, que
vaya más allá de considerarlo “opinión pública”, o carne de redes sociales; hoy
día la actividad política ni siquiera es por contacto directo, todo es por
correo electrónico, mensaje de texto, por Facebook, Instagram. YouTube,
WhatsApp o últimamente por Zoom o Webinar, y no es debido a la pandemia, viene
ocurriendo así desde hace varios años.
No
son poca cosa estos beneficios, en el campo internacional y a nivel interno,
después de casi un año de inamovilidad, agravada ahora por la pandemia; la
inamovilidad que produce el coronavirus y la que llevamos por dentro, por
frustración o desesperanza; por eso no luce que sean suficientes constatar esos
beneficios, se necesita un paso más, organizativo, de propuesta al país, para
rescatar la democracia y el estado de derecho.
Ismael
Pérez Vigil
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