Iñaki Anasagasti 23 de agosto de 2020
@ianasagasti
Ariadna
García es una joven venezolana que ha vivido en carne propia 20 años de
chavismo. Una que camina las calles de Caracas. Una más. Una que conoce las
heridas de su gente.
Estos
días hemos hecho gestiones en Euskadi para que venezolanos emigrantes puedan
empadronarse. Les piden el pasaporte vigente, algo imposible de conseguir pues
Maduro no renueva pasaportes. Es la pescadilla que se muerde la cola. Y
necesitan empadronarse tanto como respirar para trabajar y ser un ciudadano
vasco/a más. Mi aita y el grupo del PNV con el que llegó a Venezuela en 1939
entraron con el Igarobide, pasaporte del Gobierno Vasco no reconocido por
nadie, salvo por Venezuela. Por eso me veo obligado a contar la historia de
Ariadna, en momentos de apagón informativo. Me lo piden del Centro Vasco de
Caracas. Es una carta que le envía a Noam Chomsky abanderado de tantas causas
justas sabiendo que este buen señor
nunca le contestará. Este tipo de intelectuales está a otra bola. Solo critican
una parte. Son hemipléjicos. Dice así.
“Cuando
Hugo Chávez llegó al poder yo tenía ocho años. Recuerdo una cadena de
televisión que escuché por accidente, en ella al militar que usted tanto admira
Sr. Chomsky, decía a los Estados Unidos: “¡Y pusieron la plasta de mierda más
grande!”. Desde mi tamaño diminuto, que no alcanzaba el televisor, quedé
perpleja, tanto que esa frase se quedó registrada en mi cabeza, hasta hoy. Mi
madre me enseñaba a no decir malas palabras, también me corregía cuando
adoptaba la jerga de mi pueblo, en Yaracuy, donde muchas cosas se pronuncian de
forma incorrecta. Jamás entendí cómo el presidente de un país hablara de esa
manera. Allí comenzó mi primera decepción con la política.
En
ese entonces (2000-2008) yo pertenecía a una agrupación de danza en el estado
Yaracuy, al centro occidente de Venezuela, ésta se financiaba con fondos del
Estado. La mayoría de las niñas que asistíamos a esa academia éramos pobres, no
teníamos recursos para costear algo más allá de los pasajes. El grupo cubría
los vestuarios, los zapatos, los traslados. Nosotras solo debíamos ser
disciplinadas y entrenar. Ensayábamos mucho. En ese estado cada año se hacía
una amplia programación cultural. Bailábamos en plazas, llegábamos a zonas
rurales, hacíamos una competencia anual en marzo. Todo eso comenzó a
desaparecer, cuando el chavismo tomó las riendas del estado.
Los
fondos disminuyeron, la programación se apagó. La danza dejó de llegar a las
zonas rurales con la salida de los opositores Eduardo Lapi y Víctor Moreno,
quienes dejaron la gobernación y la alcaldía, respectivamente después de una férrea persecución política en su
contra. Tanto que el primero se vio obligado a exiliarse.
La
cultura quedó rezagada de la agenda del gobierno, solo la ideología política
les interesaba. Lo vimos cuando todo el transporte público se tiñó de rojo, el
color de la revolución que usted defiende.
Ese
fue el primer síntoma que desde mi comprensión de la política, me hizo ver que
las cosas no marchaban bien y que a ese paso, los jóvenes terminaríamos viendo
las películas que Chávez eligiera, los libros que Chávez eligiera, la música
que Chávez eligiera. Lo que el gobierno permitiera. Uno donde no había espacio
ni para la cultura, ni para la democracia.
La
primera vez que supe de usted señor Chomsky fue en la universidad, cuando
estudiaba Comunicación Social, y enloquecí
con sus teorías cognitivas, lo admiré tanto como a Ferdinand de
Saussure. Su legado sobre lingüística era importantísimo, esa semana leí con
mucha pasión y cada cosa que descubría era una aventura fascinante. Luego supe
de usted por su amistad con Hugo Chávez y por la carta que le envió para
interceder por la liberación de la jueza María Lourdes Afiuni, a quien
Chávez encarceló sin pruebas en su
contra, lo que generó posteriormente que la abogada fuera abusada sexualmente
en la cárcel, en reiteradas ocasiones. La jueza casi pierde la vida por una
necrosis que se formó en su útero, tras el aborto que le provocó una de las
violaciones. Su carta llegó tarde señor Chomsky, pero no tanto como la que escribe
ahora junto a 70 intelectuales.
La
misiva que usted compartió la semana pasada para rechazar la interferencia de
EEUU en los asuntos de Venezuela, dice lo siguiente: “El Gobierno de los
Estados Unidos debe dejar de interferir en la política interna de Venezuela,
especialmente en sus intentos de derrocar al gobierno de ese país. Resulta casi
seguro que las acciones de la administración Trump y sus aliados regionales
empeorarán la situación en Venezuela, lo que llevará a un sufrimiento humano
innecesario, violencia e inestabilidad. (…) La polarización política de
Venezuela no es nueva; el país ha estado dividido por mucho tiempo en términos
raciales y socioeconómicos. Pero la polarización se ha profundizado en los
últimos años”. De acuerdo Sr. Chomsky. Aquí no queremos intervenciones
militares. Pero aquí en Venezuela la única intervención que tenemos es la
cubana, no la norteamericana. Y, en todo caso, el reconocimiento de cincuenta
democracias a Guaidó y no a Maduro.
Sobre
ese texto señor Chomsky le contaré otras cosas que usted jamás sabrá, ni
sentirá. La situación de Venezuela no creo que pueda empeorar todavía más.
¿”Sufrimiento”? sufrimiento es salir a las calles y ver niños desnutridos, sin
hogar, sin escuelas donde aprendan de lingüística. Palpar la violencia, esa que
Chávez sembró muy bien en la sociedad a través de su discurso. Sufrimiento es
que la gente muera aquí o en otros países y que sus familiares no puedan darle
el último adiós porque no tienen recursos para viajar. Sufrimiento es que en apenas
cuatro días de protestas en 2019 se registraran 35 muertos, según el
Observatorio Venezolano de Conflictividad Social. Sufrimiento es que la policía
política de Nicolás Maduro, irrumpa en los barrios con armas de guerra que
apuntan a sus habitantes y los atemorizan.
Sufrimiento
es dormir al son de las balas. Salir a la calle y no saber si regresarás a tu
casa. Sufrimiento es ver cómo ancianos pasan horas en largas colas para cobrar
una pensión que se les acabará en un día. Sufrimiento es escuchar a la vecina
toser porque no tiene medicinas, ni siquiera un antialérgico. Sufrimiento es
que todos tus vecinos en Yaracuy hayan bajado unos 15 kilos o más. Todos
demacrados, angustiados, temerosos. Usted jamás sabrá lo que se siente salir a
la calle y enfrentar el dolor de un país cuando miras a cualquiera a los ojos.
Usted
no sabrá qué se siente que todos en una oficina coman solo arroz con lentejas,
porque son los únicos alimentos a los que una parte de la población tiene
acceso a precios subsidiados. Algún familiar o vecino te socorre con esos
granos que compró baratos.
La
solidaridad nos sostiene en este sistema de hambre y miseria que decidió Hugo
Chávez para los venezolanos hace más de 20 años, cuando planeaba llegar al
poder a la fuerza y derribar la democracia que se había retomado en los últimos
40 años.
Usted
no sabe lo que siente un joven, cuando ve un araguaney frondoso (un árbol de
flores amarillas) y le quiere tomar una fotografía, pero se priva de hacerlo
por temor a que lo roben. Usted jamás sabrá lo que significa vivir 20 años con
miedo.
Usted
tampoco sabrá lo que duele ver los hospitales en la ruina, a las enfermeras y
maestros salir a las calles y pelear por sus pacientes y salarios que les
alcancen para vivir. Usted jamás hablará con una persona que padece cáncer y
que le dice a las afueras de un hospital que ese lugar donde ella trabajó, no
tiene ni calmantes para cuando pegan los dolores, usted jamás hablará con esa
mujer, yo sí. Usted tampoco sabrá señor Chomsky que a principio de año varias
personas perdieron la vida en el Hospital Universitario de Caracas por una
falla eléctrica.
Tampoco
escuchará que un bebé recién nacido murió en ese mismo hospital porque el
ascensor estaba paralizado y cuando los camilleros subían los 10 pisos a toda velocidad,
para salvar la vida del pequeño, se quedaron con él a medio camino. Usted
tampoco sabrá que la crisis migratoria ha generado que cientos de venezolanas,
de los cinco millones de emigrantes que han salido del país porque no pueden
vivir, sean víctimas de trata de personas en los países vecinos. Usted no sabrá
que una niña de cuatro años le pregunta a su madre todos los días cuándo regresarán a Venezuela.
No
hable de sufrimiento señor Chomsky, a usted no le interesa el sufrimiento de
los venezolanos, ni tampoco lo conoce. Si lo supiera otra fuera su carta. A
usted solo le importa su discurso antiimperialista y su retórica antitrump con
la que se puede estar incluso de acuerdo. A usted le preocupa el rumbo de sus
amigos de la revolución chavista. A usted solo le importa mantener su
ideología, no le importan los niños, ni los jóvenes, no le importan las miles
de víctimas mortales que van dejando estos 20 años.
Esos
intelectuales del mundo que hoy alzan la voz, así como los políticos españoles
que tanto opinan sobre Venezuela, insisten en desconocer la violación de DDHH
que aquí se comete y a las víctimas. Aun cuando hay imágenes y testimonios que
recorren el mundo, ustedes prefieren no creer, eligen virar la mirada.
Solo
la solidaridad entre los venezolanos podrá mitigar el dolor que nosotros
compartimos y que sí conocemos.
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