Ángel Oropeza 27 de agosto de 2020
@angeloropeza182
“Puedo hacer cosas que
tú no puedes; tú puedes hacer cosas que yo no puedo; juntos podemos hacer
grandes cosas“. Teresa de Calcuta
Uno de los principios básicos y más antiguos de
estrategia política es tratar siempre de dividir al bloque del adversario
mientras se fortalece el propio. Y cuando el bloque político propio es de
naturaleza heterogénea y diversa, como es el caso del universo que constituye
la oposición democrática venezolana, este fortalecimiento pasa por una tarea
esencial e ineludible que es el diseño y construcción de instancias efectivas
de unidad.
Por los años 50 del siglo 1, Saulo de Tarso, mejor
conocido en la historia como San Pablo, llegó a Corinto, ciudad portuaria
griega de gran poder económico y comercial para la época. La comunidad
cristiana que había dejado luego de 2 años de estadía, tuvo una primera fase de
entusiasmo y crecimiento. Pero al cabo de un tiempo, como suele pasar con los
procesos sociales colectivos, comenzó a experimentar desaliento y conflictos
internos. Y uno de los primeros síntomas fue la amenaza de división, producto
de la discusión sobre cuáles tareas eran más importantes, y cuáles acciones
resultaban más valiosas y decisivas que otras. La pelea era sobre quiénes
estaban haciendo lo correcto y quiénes no.
Tratando de orientar, Saulo les dirige una carta en
las que les recuerda algunas de esas cosas que, como muchas de las que después
nos resultan obvias, suelen pasar delante de nosotros sin ser vistas: “Las
partes del cuerpo son muchas, pero todas son importantes. El ojo no puede decir
a la mano: no te necesito. Ni tampoco la cabeza decir a los pies: no los
necesito. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? Y si todo el cuerpo
fuera oído, ¿cómo podríamos oler? Si todos fueran el mismo
miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Por muchas que sean las partes del cuerpo,
todas forman parte de él y todas hacen falta”
En Venezuela, la inmensa masa humana que se opone a la
dictadura lo hace desde varios sectores y agrupaciones, a veces tan disímiles y
distintos como la propia naturaleza de los venezolanos. Ninguna de estas
organizaciones ni tampoco sus modalidades de acción puede decirle a la otra que
es inferior, que no es importante ni mucho menos que sobra.
Es psicológicamente normal y previsible que los
miembros de cada parcialidad y los ejecutantes de cada modalidad de acción
consideren que la suya es la mejor y que quien no la comparta está equivocado,
o no esté haciendo lo que hay que hacer. Tal creencia, sin embargo, no es otra
cosa que lo que se conoce en Psicología Social como una “ilusión perceptual de
endogrupo”, una distorsión explicable pero errónea que lleva a pensar que las
actividades y naturaleza del grupo al que se pertenece son siempre mejores y
más acertadas que las del resto. Los humanos funcionamos así, lo cual no impide
que se aprenda a actuar distinto.
En política, como en el cuerpo, cada quien tiene un
rol que cumplir. Es inconveniente, además de falso, desdeñar alguna de las
partes porque no es necesaria, o pensar ilusoriamente que sólo con una de ellas
haremos que el cuerpo funcione.
El concepto de “estrategia” hace referencia a un
conjunto de acciones planificadas sistemáticamente para lograr un determinado
fin. La estrategia política, por definición, incluye varias modalidades de
lucha social y de acción pública, lo que a su vez supone la coexistencia e
integración de organizaciones y sectores que, aunque diferentes en su
naturaleza y especificidad, compartan un mismo objetivo. En el mundo
democrático venezolano, a pesar de su inevitable y al mismo tiempo deseable
diversidad, el “qué” es el mismo -superar la dictadura madurista como única
forma de resolver la inmensa crisis humanitaria y global que sufre el país-
aunque haya sobre la mesa varios “cómos” posibles sobre las formas más eficaces
de lograrlo. Así, por ejemplo, una de las modalidades de integración de
diversidades más interesantes es el Frente Amplio Venezuela Libre, una
instancia unitaria construida para el encuentro, comunicación y coordinación de
acciones entre los defensores de todos los “cómo” que actualmente existen. Allí
hacen vida los principales partidos políticos democráticos, representantes y
grupos del chavismo disidente, y varias de las más representativas
organizaciones y sectores de la sociedad civil venezolana. Ampliarlo y
reforzarlo resultaría en un arma cívica poderosa en la lucha del pueblo
venezolano por su liberación. Pero construcciones unitarias como esa y otras
que puedan surgir en el futuro deben estar constantemente enfrentando no sólo a
las amenazas de la dictadura, sino a los obstáculos que surgen del propio campo
opositor.
Entre esos principales obstáculos están la crónica
desconfianza de los venezolanos hacia sus compatriotas, las agendas
particulares de algunas personas y grupos, el estéril afán de protagonismo de
ciertos actores, la dificultad para actuar en equipo (lo cual supone ceder en
ocasiones y coordinar acciones con los otros), y la tentación de poner el
centro de la acción política en asuntos ajenos a la realidad de los problemas y
sufrimientos de la gente. Además, todavía persiste en algunos sectores la
arraigada suspicacia no sólo entre los partidos políticos y la sociedad civil
no partidista, sino incluso dentro de ambos mundos por separado.
A pesar de estos obstáculos, la construcción
progresiva de la unidad de los venezolanos y de sus organizaciones es tanto una
necesidad como una demanda histórica urgente. Unidad sin la cual ninguna
victoria es posible, Unidad que nace y se alimenta de la diversidad, y que es
ajena a cualquier cosa que parezca uniformismo. John F. Kennedy afirmaba con
razón que “la unidad de la libertad nunca se ha basado en la uniformidad de la
opinión”. Por tanto, no es una unidad que pretenda la eliminación de las
diferencias por la vía de una aberrante uniformidad, sino que parte de la
convicción de que todos somos necesarios desde nuestra insoslayable particularidad.
Así como a nadie le sobra un ojo porque ya tiene uno,
o renuncia a un pie porque la mano es más importante, es crucial no olvidar que
en este combate todos valemos, cada uno y cada grupo desde su particular
naturaleza y función. La lucha, como el país, es plural y es de todos. Sin que
nadie sobre y sin que nadie crea que puede prescindir del otro, sólo
porque la haga desde su propia y distinta especificidad.
El compromiso, en síntesis, es a construir
juntos siendo distintos, porque el objetivo radica, a partir precisamente
de la riqueza que significa la diversidad y amplia heterogeneidad de nuestra
gente, en articular esas diferencias en la consecución del objetivo que nos
une, que no es otro que la liberación democrática de Venezuela.
Ángel Oropeza
@angeloropeza182
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