Carolina Gómez-Ávila 30 de agosto de 2020
Sorprende un poco que el árbitro designado para
imponer un resultado, se dedique a dar prórrogas. Cualquiera diría que lo hace
para vestirse de tolerante y que eso le conviene para que la trampa no lo
parezca tanto. Pero como eso será inútil cuando nos anuncie muchos millones de
votos desde la baranda, presumo que el motivo debe ser otro.
La segunda prórroga al proceso de postulaciones —lo
previsto hasta el 16 de agosto se prorrogó hasta el 26 y luego hasta el 4 de
septiembre— me hace pensar que esperaban algo durante la primera que no
sucedió.
Debe haber discusiones tras bastidores. Algunas
grotescas e ideadas sólo para distraer, como la del militar con aerofagia;
otras enrevesadas y peligrosas, como temo que sea la que debe estar sosteniendo
Henrique Capriles.
No dejo de preguntarme cuál sería la valiosa ganancia
que puede obtener Capriles a cambio de herir tan profundamente a la coalición
opositora, considerando que la presidencia de la república no estará a su
alcance con ello.
¿Es tan importante para su aspiración participar en
esta patraña? De seguirse la vía que parece proponer en su guabinoso discurso,
debe haber contemplado que falta mucho tiempo para unas elecciones en las que
él pueda competir. Y también que después de ese ventarrón no tardará en recoger
las tempestades.
No será gratis eso de abandonar a quienes le dieron
apoyo irrestricto más de una vez y por muchos años. No me basta creer que lo
hace sólo porque le podrían arrebatar, en elecciones libres y justas, el sueño
de despachar desde Miraflores.
La tardanza puede deberse a que esté aglutinando
apoyos. Además, la prensa de alquiler también se tarda en tomar posiciones y
empezar a hablar de que el 6D puede ser “un hito de movilización”.
Nadie sabe cuál movilización, eso sí. Porque el mismo
hombre que nos mandó, después del fraude del que fue víctima en 2013, a
descargar nuestra indignación en una cacerola, haría el ridículo si llegara a
llamar a la calle para defender las curules de los desprestigiados que ahora
pudiera postular.
Me parece que está en plan vengativo puro y simple;
que, obnubilado del todo, no prevé que la deslealtad a la coalición democrática
le generará una factura impagable.
No importará cuántas curules gane o pierda “La Fuerza
del Cambio”, importará que Capriles habrá sido parte de quienes se dedicaron
afanosamente a clavetear el ataúd de la coalición. No sé si es una osadía, una
locura o si ya descendió al círculo del averno en el que no le importan los
resultados sino desahogarse. Para traicionar, tiene nueva fecha tope: el 4 de
septiembre; para hundirse en las consecuencias, no.
Carolina
Gómez-Ávila
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