Ismael Pérez Vigil 14 de noviembre de 2020
Es tiempo de volver a plantearse –hay que hacerlo
continuamente– cuál es el fundamento estratégico de la oposición para salir de
este régimen de oprobio; porque aclarado ese punto es lo que permitirá definir,
por ejemplo, las políticas de alianzas, nacionales e internacionales.
No insistiré, lo he hecho muchas veces, en lo dañino
que es la pérdida de confianza en el voto, en su carácter de universal, directo
y secreto para elegir las autoridades, dirimir diferencias y llegar a consensos
en una sociedad. Pero he de reconocer que la vía electoral está cerrada, al
menos por el momento.
No solo no es la opción que se plantean los partidos
que conforman la oposición democrática, sino también, y esto es lo verdaderamente
importante, hay fuertes e innegables evidencias de que esa opción es hoy
rechazada a nivel popular. Nadie cree en estos momentos en los procesos
electorales; nadie tiene confianza en que el régimen no se aprovechará de su
posición de poder para manipular el proceso y los resultados, sin que nada se
lo impida, pues nadie confía en el supuesto árbitro, que no es tal, el CNE. Por
lo tanto, hay que admitir que al menos por el momento, la vía electoral está
cerrada.
Cerrada esa vía, solo quedan dos posibles: la opción
de la fuerza, sea interna o internacional o un proceso de negociación, que
conduzca a la convocatoria de unas elecciones, en condiciones justas y
equilibradas, con observación internacional.
La salida de fuerza, por la vía de una intervención
militar externa también luce hoy descartada. Ningún país o grupo de países, ni
organismo multilateral está dispuesto a emprenderla, o participar en ella y así
lo han declarado en diversos momentos y por diversas vías. Los países que
reconocen y respaldan a la oposición democrática, insisten en la vía electoral
para salir de la crisis venezolana.
Incluso ahora, que se vislumbra ganador el candidato
demócrata en los EEUU, esta perspectiva de la intervención externa luce menos
probable, toda vez que el candidato ganador ha declarado que piensa en una
salida por la vía electoral y es evidente su acercamiento a la Unión Europea,
que impulsa las elecciones para resolver la crisis política en Venezuela. En
realidad, la perspectiva de la intervención militar siempre estuvo descartada
por los EEUU, incluso bajo la presidencia de Donald Trump que, habiendo
alentado esa perspectiva, con su diplomacia de micrófonos, nunca estuvo
dispuesto a llevarla a cabo.
Una salida de fuerza, militar, interna, es para mí
indeseable y además no parece tampoco que sea una opción factible; no luce que
nuestros militares estén dispuestos a “rebelarse” contra un régimen con el que
les ha ido tan bien y del cual, en realidad, son el único soporte, porque al
hacerlo sostienen sus propios intereses.
De manera que no creo que la intervención militar sea
la salida; pero tampoco creo que quienes hoy detentan el poder por la fuerza se
van a ir simplemente con marchas y manifestaciones; pero eso forma parte del
proceso de agitación que hay que mantener para que se produzca lo que al final
sí creo que puede acabar con este régimen, que es el quiebre del bloque
hegemónico que los mantiene en el poder: militares, corruptos y menos corruptos
y una base de empresarios enchufados; si estos dos grupos ven que sus
intereses, en lo personal, comienzan a estar amenazados, por agitación interna
y aislamiento internacional, no dudarán en quitar el apoyo a la dictadura. Yo
creo que eso es lo que hay que lograr con un efecto tenaza o de pinza:
movilización popular interna y apoyo internacional con presión y sanciones que
afecten a la dictadura, pero sobre todo a esos militares, funcionarios y
empresarios enchufados que quieren disfrutar de esos bienes mal habidos.
Pero eso solo conducirá a lo que es el meollo del
problema y de este artículo, que no podemos seguir negándonos a discutir
frontalmente: que se abra un proceso de negociación, con sólido apoyo
internacional, con fuerte y decidida movilización popular interna, que fuerce
una “salida” de la dictadura, que se vea obligada a negociar el abandono del
poder y a que se concrete, al final, una salida electoral.
Volvemos entonces al principio: al final serán la
negociación y la vía electoral los factores que diriman la situación. A menos,
claro está, que se produzca una intervención militar, interna o internacional,
en cuyo caso quienes se alcen con el poder tras desplazar al régimen impondrían
sus condiciones, plazos, formas, etc.; pero si no es así, a la larga, todo nos
llevará a una salida electoral.
El tema, entonces, de la negociación, es también un
tema que se impone discutir, por más que hoy esté “satanizado” el término. El
rechazo al mismo, en algunos sectores políticos de oposición y en una parte de
la población, se debe en buena medida a los fracasos de los diálogos y las
negociaciones previas –en Venezuela, República Dominicana y Barbados, con
mediación de El Vaticano y Noruega– que dejaron un amargo sabor, difícil de
superar.
También, porque parte de la satanización proviene de
quienes enfatizan el carácter hamponil, narcotraficante, violador de derechos
humanos del régimen, cosa que no dudamos y que obviamente dificulta emprender
el proceso de cualquier salida negociada. Cuando se argumenta: ¿Quién en su sano
juicio negociaría con hampones, narcotraficantes y violadores de derechos
humanos?, obviamente es difícil aceptar esa perspectiva. Pero eso olvida o
soslaya que esa es nuestra realidad política: el poder no lo detentan unos
monjes franciscanos ni unos adoradores de la no violencia, con quienes sería
muy grato negociar.
Algunos sectores políticos opositores, que niegan esa
perspectiva, con esa argumentación o parecida, cabalgan políticamente sobre la
ola y lo hacen con facilidad, pues solo plantean salidas utópicas, por
irrealizables, con las que nunca “fracasan”, pues es imposible fracasar, con
utopías irrealizables. Pero tampoco tienen éxito; solo están allí, siempre, en
la práctica bloqueando cualquier alternativa de solución.
Sabemos bien quienes detentan por la fuerza el poder,
de quienes conocemos sus cualidades morales y personales, su largo prontuario
delictivo, de corrupción y uso de la fuerza, ¿por qué habrían de abandonar el
poder si tienen el pleno control y toda la fuerza, sí no se les da algunas
“garantías” que les sean razonables para dejarlo?; aunque suene cínico decirlo
con ellos es que hay que negociar, para el bien del país, para salir de esta
tragedia y no seguir hundiéndonos.
Nuestra tarea, lo que hay que lograr es una sólida y
unida fuerza opositora, un país movilizado en lo interno y apoyado
internacionalmente, que permita una negociación exitosa.
Ismael Pérez Vigil
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