Por Willy McKey
0.
Érase una vez el pop
que, con su alegría casi inmadura, venía a llevarse por el medio al bolero, a
la guaracha y al tango. Ante aquella brisa fría, ni la guaracha ni el tango
tuvieron la suerte que tuvo el bolero, cuando Armando Manzanero se negó a soltarle
la mano al género latino por definición, después de entender que lo único
que tenía el pop y no le habían dado al bolero era la pantalla de la
televisión.
1.
Un hombre que escribe
su primera canción a los quince años ya no pretende contar con ese relato del
genio musical, que tiene en la infancia de Wolfgang Amadeus Mozart esa
biografía arquetipal e imposible de calcar.
Un hombre que escribe
su primer bolero a los quince años de edad ya no necesita la epopeya del genio,
porque ha decidido tener en la canción un rito iniciático, como en esas
culturas en las que un adolescente debe hacerse hombre cazando a la más fiera
de las bestias.
Y es que bolero son
muchas bestias en una. Se trata de una quimera sonora que junta las fauces del
desamor con la garra del despecho y las verdades de la noche.
Una danza que se hacía
sin evadir, al menos no como evadía la guaracha.
Una pasión que se
acompaña sin doler, al menos no como dolía el tango.
Una tímida celebración
de la tristeza que, además, podía sonar en la radio.
Armando Manzanero. Fotografía de Angel Abril Ruiz | Flickr
2.
Sólo en México hubo un
cine con suficiente autoestima para sentar a un hombre feo en un piano de
salón, confiando en que la canción que lograra tramar iba a rebosar el blanco y
negro.
Sólo en México un
Agustín Lara podía enamorar a punta de verdades bien rimadas a una María Félix
sin que nadie le exigiera verosimilitud a esa ruda cursilería.
Sólo en México un
muchacho de veintiún años, muy bajito y reservado, podía ser el director musical
de la filial de una disquera como CBS International, al mismo tiempo que se iba
transformando en don Armando Manzanero.
El hijo de un músico de
orquestas típicas yucatecas está cerca de la receta musical de las canciones
que alguien quiere bailar. Sin embargo, la magia de los agustines-lara de la
historia sonora mexicana era meterse en la cabeza de la gente.
Ser tarareado, ser
cantado de memoria, era más importante que sonar en la radio durante algunos
minutos. Y a ese territorio era que apuntaba Manzanero cuando esculpía cada
verso, dejándolo tan pulido y a la vez tan compatible con el ánimo popular que
pareciera haber sido escrito con soltura, ocultando la compleja labor de la
poda y de la rima.
Sólo en México un
letrista sabe que sonar en la cantina es más importante que aparecer en el
Billboard.
Sólo en México un
compositor logra ambas cosas a la vez tantas veces y con tanta longevidad en el
alcance de sus canciones.
Sólo en México un tipo
escucha un tema de Sid Wayne, el compositor de los éxitos setenteros de Elvis
Presley, y se atreve a decir que aquello es un plagio a una de sus canciones
más inmensas… y ganar la pelea.
Anda a YouTube o a
Spotify, la plataforma que prefieras, y escucha «It’s impossible». Si eres
latinoamericano no podrás evitar tararearle encima el «Somos novios» de Armando
Manzanero, de manera casi instintiva.
De ese tamaño es la
obra del maestro.
3.
En 1996, cuando el
mundo de la escritura y el entretenimiento recibió con alegría la noticia de
que una telenovela del venezolano Alberto Barrera Tyszka llamada «Nada
personal» iba al prime-time, el tamaño del presupuesto apostado por la
televisora no era un escapulario tan poderoso como el hecho de saber que el
tema musical había sido compuesto por Armando Manzanero.
Seguía haciendo canciones
perfectas.
Seguía al piano,
confiando en las sólidas estructuras de la canción romántica, mientras se
permitía explorar con la armonía más que con la melodía.
Seguía sumando temas
nuevos a su nombre en las rocolas, mientras le preguntaban por enésima vez en
alguna entrevista mediocre si el bolero había muerto, aunque su canción más
reciente estuviera sonando en los televisores de las casas al menos cinco veces
a la semana.
Armando Manzanero. Fotografía de Angel Abril Ruiz | Flickr
4.
Su jugada maestra, su
gran movimiento, su victoria final en la edificacion de una épica del bolero,
tuvo lugar en todas las radios del mundo a finales del siglo veinte.
Después de que el pop
intentara asesinar al bolero (y tras haberlo salvado desde aquella estatura
menuda, a la que habría que sumarle la altura de cada piano que tocó), él le
hizo al pop lo que nadie más habría podido hacerle.
Armando Manzanero fue
el artista indiscutible detrás del secuestro más hermoso en la historia de la
música latinoamericana: la vez en que la voz más pop de todo México se rindió
al bolero, creando ese nuevo planeta llamado Romance, que en tres
discos transformó a Luis Miguel en el nuevo referente de gomina y
esmoquin, detrás del micrófono vintage, devolviendo a la industria del entretenimiento
continental la textura de aquellos años dorados de la radio, las grandes
orquestas y las canciones de amor.
Volvía a reinar en la
radio el universo poético de aquellas voces que se atrevían a cantarle a una
mujer que había visto llover, sólo para percatarse de que ella ya no estaba.
5.
Nuestra memoria está
llena de grandes hacedores de canciones que se reconocían como vocalistas poco
virtuosos, pero que como intérpretes están llenos de una gracia infinita que se
potencia con el simple hecho de saber que la voz que suelta cada verso estaba
atada a la imaginación que los había compuesto.
Tom Waitts. Bob Dylan.
Leonard Cohen. Javier Krahe. Armando Manzanero.
Aquella ronquera
característica, que dejaba oír su voz como anclada a una ligera asfixia que
prefería abandonar el ritmo de la respiración antes que errar el tono, hoy
resulta una terrible alegoría de su muerte. Una muerte en tiempos de pandemia,
a causa de un virus que se encarga de robarse el aire y enmudece el canto
aunque nos quede resonando en la cabeza la torpeza asonante de quien tararea
que sólo sabemos que vimos llover, vimos gente morir y ahí estabas tú, maestro:
sonando.
28-12-20
https://prodavinci.com/armando-manzanero-una-epica-del-bolero/
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