Ángela Méndez-Triviño 14 de diciembre de 2020
A medida que los confinamientos hacen que sea casi
imposible para muchos refugiados y migrantes venezolanos satisfacer sus
necesidades básicas, miles de ellos han retornado a sus casas, solo para tener
que huir de nuevo
Cuando Rosalba* decidió huir de su país natal,
Venezuela, nunca imaginó que acabaría enfrentándose a tantas dificultades en el
extranjero que regresar a casa terminaría siendo su única opción viable.
Pero tres años después de que esta abuela de 48 años y
su familia abandonaran la bulliciosa ciudad portuaria venezolana de Maracaibo
en busca de seguridad en la vecina Colombia, la pandemia de coronavirus hizo
que para ellos fuera imposible llegar a fin de mes. Con el fantasma del hambre
y la amenaza del desalojo que se avecinaban, tomaron la desgarradora
decisión de hacer el arriesgado viaje de vuelta a casa.
“Cuando salí de Venezuela, era imposible vivir”,
dijo Rosalba, refiriéndose a la situación en 2017, cuando ella, sus dos hijos
adultos y sus dos nietas huyeron a la ciudad costera colombiana de
Barranquilla. “Cuando regresé, era peor”.
Rosalba pasaría sólo un mes en Venezuela antes de
huir una vez más, a lo que se vio obligada por el deterioro de la situación
en su país.
A medida que la pandemia de coronavirus golpea
duramente América Latina y los confinamientos y otras restricciones tienen
terribles consecuencias económicas y sociales en toda la región, decenas de
miles de los 5,4 millones de refugiados y migrantes venezolanos que se
estima que viven fuera de su país han tomado la difícil decisión de retornar a
casa en los últimos meses.
Empujados por las mismas causas que obligaron a
Rosalba y a su familia a marcharse – las penurias y la amenaza de desalojos –
muchas personas han hecho ese peligroso viaje por cualquier medio posible, en
autobús, haciendo autostop o incluso a pie, desde lugares tan lejanos como
Ecuador o Perú. El viaje, ya de por sí arduo, se ha vuelto mucho más difícil
debido a los cierres de fronteras relacionados con la pandemia, que han
obligado a muchas personas a pasar por cruces informales, que las exponen a
riesgo aún mayores.
Si bien se desconoce el número exacto de refugiados y
migrantes venezolanos que han regresado a sus hogares durante la pandemia, las autoridades
migratorias de Colombia estiman que hasta finales de noviembre más de 122.000
personas habían regresado a Venezuela a pesar del actual cierre de la
frontera entre los dos países.
Sin embargo, al igual que Rosalba, muchos de los
que retornaron a su país durante la pandemia volvieron a hacer las maletas y se
marcharon una vez más debido al continuo deterioro de las condiciones dentro de
Venezuela. La inseguridad en el país está aumentando y la escasez
de alimentos y medicinas ha empeorado, al igual que la escasez de
combustible y los cortes de energía. El número de los venezolanos que están
saliendo del país ya está subiendo y se estima que aumente significativamente
en los próximos meses, a medida que algunas medidas de confinamiento se
levantan en otros países de la región.
Antes de la pandemia, la vida de Rosalba en Colombia
había mejorado lenta pero constantemente.
Encontró trabajo cuidando a una adulta mayor con
discapacitad en Barranquilla mientras su hijo complementaba los ingresos
familiares trabajando como vendedor ambulante y, ocasionalmente, como mecánico
de automóviles. Cuando llegó la pandemia, las medidas de confinamiento
impuestas para detener la propagación de la COVID-19 implicaron que su hijo ya
no podía salir a la calle a vender sus mercancías, y la familia tuvo que tratar
de sobrevivir con el modesto salario de Rosalba. Sin embargo, los gastos
superaban los ingresos, haciendo que la comida escaseara y el dinero del
alquiler fuera cada vez más difícil de conseguir, mientras la pandemia
continuaba.
“El coronavirus lo cambió todo”, recordó
Rosalba, y añadió: “Destrozó nuestra felicidad y nos obligó a regresar a
Venezuela. Por lo menos allí teníamos nuestra casa y no corríamos el riesgo de
encontrarnos en la calle”.
Debido a que los cruces fronterizos oficiales entre
Colombia y Venezuela están cerrados desde marzo, la familia se apoyó en
traficantes para que los condujeran por un cruce informal, donde fueron
asaltados por unos criminales que se aprovechan de las personas que regresan
para robarles sus escasas pertenencias y el dinero que puedan traer.
“Fue una pesadilla, una verdadera pesadilla”,
dijo Rosalba, con un escalofrío. “A altas horas de la noche, un grupo de
personas detuvo el camión y nos robó nuestras pertenencias. Estábamos muy
asustados y rezábamos para que no nos mataran”.
A pesar de lo duro que resultó el viaje de vuelta,
terminó quedándose en Venezuela sólo un mes antes de volver de nuevo a
Colombia.
Explicó que las cosas en Venezuela habían “cambiado
mucho” desde que ella y su familia se fueron por primera vez, en 2017.
“No hay gasolina, así que hay que ir a todos lados a
pie”, dijo, recordando las semanas que pasó en Maracaibo el pasado agosto. “Me
dije a mí misma, ‘no puedo vivir aquí. Al menos en Barranquilla, podré
conseguir comida’”.
Así, en septiembre, Rosalba regresó a Barranquilla,
esta vez sola, a su antiguo trabajo de cuidadora. Pasó dos días durmiendo en
una estación de autobuses en la frontera antes de lograr ponerse en contacto
con su empleadora, que le envió el dinero para un pasaje de autobús para
Barranquilla. Ahora está trabajando para pagar el adelanto que le permitió
reunir lo suficiente para enviar unas remesas a su familia en Maracaibo.
Aun así, Rosalba tuvo suerte. Muchos de los
venezolanos que han hecho el mismo agotador viaje vuelven a sus países de
acogida con poco más que la ropa que llevan puesta, y con la perspectiva de un
futuro aún más incierto, debido a los efectos a menudo devastadores que la
pandemia ha tenido en las comunidades que acogieron a los refugiados y
migrantes venezolanos en años anteriores.
En respuesta, ACNUR, la Agencia de la ONU para
los Refugiados, ya está incrementando su presencia en las regiones
fronterizas, proporcionando alojamiento de emergencia y ampliando los servicios
de ayuda médica y psicosocial, así como los programas de ayuda en efectivo.
Esta semana, 158 organizaciones humanitarias lanzaron un llamamiento por 1.440
millones de dólares para responder a las crecientes necesidades tanto de los
refugiados y migrantes venezolanos en América Latina y el Caribe, como de las
necesidades de las comunidades que los acogen.
Al preguntarle sobre su estado de ánimo tras el
difícil viaje de vuelta a la seguridad, Rosalba dijo que tiene sentimientos muy
encontrados.
“Por un lado, estoy feliz de estar en Colombia y de
poder mantener a mi familia”, dijo, añadiendo: “Por otro lado, es tan
desgarrador estar separados”.
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