Nelson Chitty La Roche 25 de diciembre de 2020
@nchittylaroche
“Sabemos que obra en la raza humana una intensa
necesidad de una autoridad a la que pueda admirar, ante la cual se inclina, la
que le domina e incluso eventualmente le maltrata”. Segismundo Freud
La autoridad es una construcción normativa que se
sustenta en la aquiescencia hacia y desde un comando por el cuerpo comunitario.
Es pues sinalagmática perfecta en teoría. Alguna conjetura define la autoridad
como un proceso que se va cumpliendo desde la niñez con la parentela como
episodios sucesivos de cultura. Suele basarse en una relación de subordinación
consentida, articulada entre valores morales y disposiciones de control social.
Sigue el proceso a otros procesos hasta acoplarse a un
acuerdo formal o tácito que precisa atribuciones del aparato u orden, imbuido
de una tarea de dirección y resulta de un acuerdo o convención previa que se
constituye correlativamente, en una decisión que se nutre en la concertación
que la legítima.
Sin embargo; a menudo apreciamos y reconocemos ese don
que orienta e incluso nos ordena en quienes carecen del ropaje
institucional, formal y hasta legal. También es una conexión ética y moral
hacia y desde donde se advierte un liderazgo que puede surgir de diferentes
fuentes. La tradición es una de ellas, pero no es tampoco la única. La ley y el
instituto que la gestiona son las más frecuentes entidades caracterizadas de
ese ascendiente como reza la normatividad y su heteronimia.
Lo cierto es que obedecemos a la autoridad. Hacemos lo
que se nos indica y hayamos razonable e inclusive recomendable que así
acontezca. Demandamos a menudo esa presencia, ese instrumento para dirimir
conflictos o para, superar una situación que se atasca por falta de empatía o
convencimiento.
Conocemos por lo general la autoridad en el orden, en
las manifestaciones de la organicidad pública, en las reglas que las definen y
las revelan por su naturaleza. Así, pues, es una expresión del poder, un rostro
del susodicho, pero no lo agota ni lo interpreta completamente. El poder, en
los hechos, trasciende al derecho que es la autoridad fundada en el deber que
deriva de la voluntad social y en la obligatoriedad del acto formal y material
que la guía.
Sobra decir que sin autoridad no hay comunidad ni
valores ni civilización e incluso, ni siquiera humanidad. Es más; no hay
libertad sin una autoridad que la preserve. El límite que nos mantiene dentro
del concierto social apunta a un equilibrio que la autoridad debe procurar. La
autoridad emana del poder, es uno de sus atributos, como el de la soberanía es
propio del Estado.
Imaginemos entonces quién enfrenta un ente público, un
funcionario policial o más aun, judicial, ante el cual es consciente, no
constituye en verdad sino un doblez de legitimidad, fundada en la aparente
legalidad que a su vez es precisamente un genuino desconocimiento de la
auténtica que fue secuestrada o acaso ignorada o falseada. ¿Puede sentirse ese
ciudadano subordinado u obligado ante esa pantomima que usurpa la autoridad que
él estaría dispuesto a obedecer, pero aspiraría a que ella también se sujetara
a la Constitución y la ley?
La autoridad, de acuerdo con Fessard; se hace corpórea
en el jefe, en el padre de familia y en el príncipe, cada uno de los cuales y
respectivamente cuenta con, carisma, formación y educación y dominio ante el
siervo por el príncipe. Vale decir que existe una fundamentación que adorna al
titular cuando ejerce autoridad y es la cualidad que le acordamos y concedemos
al jefe, al padre o al príncipe.
Arendt aborda el asunto desde su conocida distinción
de poder o dominio basado en la fuerza, o la opresión agregaríamos, y para
comprender basta una cita de un texto medular de la genial alemana: “Como
quiera que la autoridad requiere siempre de obediencia, se le toma a menudo
como una forma de poder o violencia. Sin embargo, la naturaleza de la autoridad
excluye el uso de formas de coerción; donde la fuerza es empleada, la autoridad
propiamente dicha fracasó.” (Hannah Arendt, 1954, p. 121-122. En rev
française, Psichanal, 1- 2002) (Traducción nuestra.)
De regreso a la Francia ocupada; Fessard discutirá la
autoridad del gobierno de Pétain, que no era tal, por fundada a fin de cuentas
en la fuerza y la desconoce, la desobedece, la desacata, la tiene como una
degeneración, como denunciará la resistencia y aún a pesar, como hemos dicho,
de la instrucción que habría dado la jerarquía eclesiástica.
Se debatirá entre fuerza y autoridad, se anotará tal
atávica la primera de la segunda, como en otro párrafo afirmamos, pero Fessard
invocará a Hegel evocando una etapa de forcejeo por el reconocimiento que puede
ser, un duelo a muerte que no obstante disuadiría a cada cual y supondría una
regularización, pero el jesuita sopesará como un elemento propio del detentador
del poderío, el miedo, el temor que como una carta puede jugar, intimidando al
destinatario del poder que para sobrevivir pueden ceder pero nunca adherir.
Muchas fueron las conquistas de las revoluciones
europeas, pero la francesa y no fue la única aportó un nacimiento que
interpretó el afán del homo sapiens en su verdadera dimensión ontológica. Le
abrió las puertas al reconocimiento político. Claro que también las inglesas y
holandesas, pero la consagración del “citoyen” cambió el mundo
definitivamente. Otro referente se instituyó y educó los términos de
convivencia y la ecuación del poder societario inclusive.
De su lado; Kojève y como también connotamos antes,
ambos influidos por Hegel, entrelazará del mismo hilo su referencia. Mucho más
enmarañado será su pensamiento por cuanto su “noción de autoridad” lo
dirige entre parámetros propios de esa evolución que desde el padre se articula
hasta verse inmerso en un reconocimiento hacia el viejo Mariscal y héroe de
Verdun, provisto de esa auctoritas, pero inmerso en la confusión no obstante
por el sentimiento que lo suma a la resistencia al ocupante nazi. ¿Qué soy
entonces? ¿Cuántos soy entonces?
En nuestra Venezuela ocupada por potencias extranjeras
como Cuba, Rusia, China, Irán y la antisociedad política colombiana, por solo
citar algunas, también somos víctimas del avasallamiento que se disfraza en
seudolegalidad y peor aún en seudolegitimidad. El miedo y el afán de sobrevivir
nos han hecho maleables y desde luego manejables. Varios son los efectos de esa
situación y de nuestra transformación en siervos cuando antes fuimos
ciudadanos.
El 6D colocó las cosas nuevamente sobre el tapete. Al
insolente llamado a salir a votar porque “el que no vota, no come”
acudió resignado una porción de los más humildes quienes, cual rebaño, fueron
conducidos a amortizarle al señorío su membresía, como siervos de la gleba.
Varios millones pero, no tanto como dicen asistieron cual zombies, detrás de la
bolsita CLAP y del pedazo de cochino para figurarse la Navidad que para ellos y
de suyo es pura fantasía.
El señorío con sus milicias y funcionarios, montó el
tinglado para mostrar al mundo que son lo que no son. Impúdicos manipularon el
sistema electoral desde sus bases, inficionando de prevaricación la organización
y entre cohechos y transgresiones simularon una elección que acaso pudo parecer
un simulacro.
Algunos que vienen mimetizándose colaboraron, y
aparentaron que los igualaban pero, llegada la hora de la adjudicación, les
trataron como se merecían, aunque reptaran con la cara pegada al suelo,
mugrienta y acomplejada al lado del señor que pretende de príncipe.
De otro lado; la disidencia en sus dos versiones, los
que resisten como pueden y lo dejaron ver en la consulta y aquellos que
prefieren llamarse “Ni-Ni” para no mezclarse con unos u otros por cuestionarlos
a ambos y sentirse distintos a los dos.
La antipolítica como corriente dominante sanciona el
evento, victoriosa. Desde hace varias décadas ha paulatinamente
desciudadanizado a la que fue, un ejemplo de democracia para el continente y se
erigió en república liberal democrática para ofrecerle a la patria siempre
abatida por los hombres de armas, un respiro de cuarenta años que asombraron al
continente y provocaron admiración en el mundo.
Preciso, bien y claro, desciudadanizacion es nuestro
mal y el fruto deletéreo de la antipolítica, de la desconfianza, de la
desilusión, de la degradación, de la descomposición, de la segregación
inducida, de la marginalización asumida, a la que se nos sometió y acabamos por
tolerar.
Me preguntaba un amigo politólogo y doctor en Ciencias
Políticas, profesor de la UCV: ¿Y entonces, qué queda? El siervo, como en Cuba,
le respondí. Un ser humano víctima del daño antropológico que lo ha vaciado de
espiritualidad y de autoestima, respeto por sí mismo, autoconsciencia además
para convocar a Hegel por un instante. Un sujeto caricaturesco que ríe cansado
de llorar, dependiente en lo absoluto de un entorno en el que no podrá
progresar, silente pero ruidoso siempre que no se trate de protestar.
Perdió su voluntad en el tortuoso camino de la
alienación, sufre que lo desplumen como una gallina, pero persigue al mismo que
cínico le echa unos granitos de maíz, como ese indignante relato que alguna vez
oí. En eso va quedando el desciudadanizado paulatinamente.
Por eso no creo en la división del chavismo,
madurismo, militarismo, corrupto y asociado a las camarillas criminales que
gestionan el ilícito. El régimen ha usurpado al Estado y lo ha anulado casi
completamente. Por eso no le importa que vivamos todas las crisis juntas, ni la
estampida de 6 millones de venezolanos, ni el drama diario de Güiria o del río
Táchira. Ni la trata de venezolanos, de mujeres y niños, ni el saqueo incesante
e inclemente que solo deja depredación de nuestras riquezas minerales en
Guayana y la Amazonia y tampoco lo que pase en el Esequibo. No le importa el
empobrecimiento masivo e innegable.
A la Venezuela ciudadana, militante, responsable,
orgullosa, decente, toca reparar el timón para de nuevo navegar y volver al
puerto. Anda a la deriva, penosamente asida a las inconsistencias de un
liderazgo desinflado y que será gradualmente obviado. El año 2021 solo puede
heredar a 2020 a beneficio de inventario y no será mucho entonces lo que le
quedará entre manos.
El régimen ya habla de sucesión. ¿Quién sucederá a
Maduro como este sucedió a Chávez? Las opciones son varias, Rodríguez, Cabello,
El Aissami y algún outsider de uniforme que se le ocurra rivalizar. Sienten,
saben que no hay más nadie, solo ellos en la corte de los desastres sin
responsables.
Para detenerlos, atajarlos, vencerlos antes de que
realmente muera lo que queda de la Venezuela que alguna vez fue y quisiéramos
que renaciera; debe volver la araña social, ética, patriota, debe volver esa
araña a tejer. Otros lo han hecho y nosotros podemos y debemos hacerlo también.
Nelson
Chitty La Roche
@nchittylaroche
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