Francisco Fernández-Carvajal 11 de diciembre de 2020
@hablarcondios
— La aparición de la Virgen a Juan Diego.
— Nuestra Señora precede a todo apostolado y prepara
las almas.
— La nueva evangelización. El Señor cuenta con
nosotros. No desaprovechar las ocasiones.
I. La devoción a la
Virgen de Guadalupe en México tiene su origen en los comienzos de su
evangelización, cuando los creyentes eran aún muy pocos. Nuestra Señora se
apareció en aquellos primeros años a un indio campesino, Juan Diego, y lo envió
al Obispo del lugar para manifestarle el deseo de tener un templo dedicado a
Ella en una colina próxima, llamada Tepeyac. Le dijo la Virgen en la primera
aparición: «en este santuario le daré a las gentes todo mi amor personal, mi
mirada compasiva, mi auxilio, mi salvación: porque Yo, en verdad, soy vuestra
Madre compasiva, tuya y de todos los hombres... Allí les escucharé su llanto,
su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus
miserias, sus dolores»1.
El Obispo del lugar, antes de acceder a esta petición,
pidió una señal. Y Juan Diego, por encargo de la Señora de los Cielos, fue a
cortar un ramo de rosas, en el mes de diciembre, sobre la árida colina, a más
de dos mil metros de altura. Habiendo encontrado, con la consiguiente sorpresa,
las rosas, las llevó al Obispo. Juan Diego extendió su blanca tilma, en cuyo
hueco había colocado las flores. Y cuando cayeron en el suelo «apareció de
repente la Amada Imagen de la Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y
figura que ahora se encuentra»2.
Esa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe quedó impresa en la rústica tilma del
indio, tejida con fibras vegetales. Representa a la Virgen como una joven mujer
de rostro moreno, rodeada por una luz radiante.
María dijo a Juan Diego, y lo repite a todos los
cristianos: «¿No estoy Yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No
estás por ventura en mi regazo?». ¿Por qué hemos de temer, si Ella es Madre de
Jesús y Madre de los hombres?
Con la aparición de María en el cerro del Tepeyac
comenzó en todo el antiguo territorio azteca un movimiento excepcional de
conversiones, que se extendió a toda América Centro-Meridional y llegó hasta el
lejano archipiélago de Filipinas. «La Virgen de Guadalupe sigue siendo aún hoy
el gran signo de la cercanía de Cristo, al invitar a todos los hombres a entrar
en comunión con Él, para tener acceso al Padre. Al mismo tiempo, María es la
voz que invita a los hombres a la comunión entre ellos...»3.
La Virgen ha ido siempre por delante en la evangelización de los pueblos. No se
entiende el apostolado sin María. Por eso, cuando el Papa, Vicario de Cristo en
la tierra, pide a los fieles la recristianización de Europa y del mundo
acudimos a Ella para que «indique a la Iglesia los caminos mejores que hay que
recorrer para realizar una nueva evangelización, Le imploramos la gracia de
servir a esta causa sublime con renovado espíritu misionero»4.
Le suplicamos que nos señale a nosotros el modo de acercar a nuestros amigos a
Dios y que Ella misma prepare sus almas para recibir la gracia.
II. «Virgen de
Guadalupe, Madre de las Américas... mira cuán grande es la mies, e intercede
junto al Señor para que infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de
Dios...»5, que los fieles «caminen por los senderos de una intensa vida
cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas»6.
Solo así –con una intensa vida cristiana, con amor y deseos de servir– podremos
llevar a cabo esa nueva evangelización en todo el mundo, empezando por los más
cercanos. ¡Cuánta mies sin brazos que la recojan!, gentes hambrientas de la
verdad que no tienen quienes se la enseñen, personas de todo tipo y condición
que desearían acercarse a Dios y no encuentran el camino. Cada uno de nosotros
debe ser un indicador claro que señale, con el ejemplo y con la palabra, el
camino derecho que, a través de María, termina en Cristo.
De Europa partió la primera llamarada que encendió la
fe en el continente americano. ¡Cuántos hombres y mujeres, de razas tan
diversas, han encontrado la puerta del Cielo, por la fe heroica y sacrificada
de aquellos primeros evangelizadores! La Virgen les fue abriendo camino y, a
pesar de las dificultades, con tesón, paciencia y sentido sobrenatural
enseñaron por todas partes los misterios más profundos de la fe. «Ahora nos
encontramos en una Europa en la que se hace cada vez más fuerte la tentación
del ateísmo y del escepticismo; en la que arraiga una penosa incertidumbre
moral con la disgregación de la familia y la degeneración de las costumbres; en
la que domina un peligroso conflicto de ideas y movimientos»7.
De estos países que fueron profundamente cristianos, algunos dan la impresión
de estar en camino de volver al paganismo del que fueron sacados, muchas veces
con la sangre del martirio y siempre con la ayuda eficaz de la Virgen. Toda una
civilización cimentada sobre ideas cristianas parece encontrarse sin recursos
para reaccionar. Y desde estas naciones, de donde salió en otros tiempos la luz
de la fe para propalarse por todo el mundo, desgraciadamente «se envía al mundo
entero la cizaña de un nuevo paganismo»8.
Los cristianos seguimos siendo fermento en medio del
mundo. La fuerza de la levadura no ha perdido su vigor en estos veinte siglos,
porque es sobrenatural y es siempre joven, nueva y eficaz. Por eso nosotros no
nos quedaremos parados, como si nada pudiéramos hacer o como si las dimensiones
del mal pudieran ahogar la pequeña simiente que somos cada uno de los que
queremos seguir a Cristo. Si los primeros que llevaron la fe a tantos lugares
se hubieran quedado paralizados ante la tarea ingente que se les presentaba, si
solo hubieran confiado en sus fuerzas humanas, nada habrían llevado a cabo. El
Señor nos alienta continuamente a no quedar rezagados en esta labor, que se
presenta «fascinadora desde el punto sobrenatural y humano»9.
Pensemos hoy ante Nuestra Señora de Guadalupe, una vez más, qué estamos
haciendo a nuestro alrededor: el interés por acercar a Cristo a nuestros
familiares y amigos, si aprovechamos todas las ocasiones, sin dejar ninguna,
para hablar con valentía de la fe que llevamos en el corazón, si nos tomamos en
serio nuestra propia formación, de la que depende la formación de otros, si
prestamos nuestro tiempo, siempre escaso, en catequesis o en otras obras buenas,
si colaboramos también económicamente en el sostenimiento de alguna tarea que
tenga como fin la mejora sobrenatural y humana de las personas. No nos debe
detener el pensar que en ocasiones es poco lo que tenemos a nuestro alcance, en
medio de un trabajo profesional que llena el día y aún le faltan horas. Dios
multiplica ese poco; y, además, muchos pocos cambian un país entero.
III. Id
por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas10.
Estas palabras del Señor son actuales en cada época y en todo tiempo, y no
excluyen a ningún pueblo o civilización, a ninguna persona. Los Apóstoles
recibieron este mandato de Jesucristo, y ahora lo recibimos nosotros. En un
mundo que muchas veces se muestra como pagano en sus costumbres y modos de
pensar, «se impone a los cristianos la dulcísima obligación de trabajar para
que el mensaje divino de la revelación sea conocido por todos los hombres de
cualquier lugar de la tierra»11.
Contamos con la asistencia siempre eficaz del Señor: Yo estaré con
vosotros hasta la consumación de los siglos12.
Dios actúa directamente en el alma de cada persona por
medio de la gracia, pero es voluntad del Señor, afirmada en muchos pasajes del
Evangelio, que los hombres sean instrumento o vehículo de salvación para los
demás hombres. Id, pues, a los caminos, y a cuantos encontréis
llamadlos a las bodas13.
Y comenta San Juan Crisóstomo: «Son caminos también todos los conocimientos
humanos, como los de la filosofía, los de la milicia, y otros por el estilo.
Dijo, pues: id a la salida de todos los caminos, para que llamen a la fe a
todos los hombres, cualquiera que sea su condición»14.
Los mismos viajes, de negocios o de descanso, son ocasiones que Dios pone
muchas veces a nuestro alcance para dar a conocer a Cristo15.
También los lazos familiares, la enfermedad, una visita de cortesía a casa de
unos amigos, una felicitación de Navidad, una carta a un periódico... «Son
innumerables las ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado
de la evangelización y de la santificación»16.
Nosotros, cada uno, tendríamos que decir con Santa Teresa de Lisieux: «No podré
descansar hasta el fin del mundo mientras haya almas que salvar»17.
¿Y cómo vamos a descansar, si además esas almas están en el mismo hogar, en el
mismo trabajo, en la misma Facultad, en el vecindario? Hemos de pedir a la
Virgen el deseo vivo y eficaz de ser almas valientes, audaces, atrevidas para
sembrar el bien, procurando, sin respetos humanos, que no haya rincones de la
sociedad en los que no se conozca a Cristo18.
Es preciso desterrar el pesimismo de pensar que no se puede hacer nada, como si
hubiera una predeterminación hacia el mal. Con la gracia del Señor, seremos
como la piedra caída en el lago, que produce una onda, y esta otra más grande19,
y no para hasta el fin de los tiempos. El Señor da una eficacia sobrenatural a
nuestras palabras y obras que nosotros desconocemos la mayor parte de las
veces.
Hoy pedimos a Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe
que se muestre como Madre compasiva con nosotros, que nos haga anunciadores del
Evangelio, que sepamos comprender a todos, participando de sus gozos y
esperanzas, de todo lo que inquieta su vida, para que, siendo muy humanos,
podamos elevar a nuestros amigos al plano sobrenatural de la fe. «¡Reina de los
Apóstoles! Acepta nuestra prontitud para servir sin reserva a la causa de tu
Hijo, la causa del Evangelio y la causa de la paz, basada sobre la justicia y
el amor entre los hombres y entre los pueblos»20.
*El día 9 de diciembre de 1531 se apareció la Virgen
María a un indio llamado Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, cerca de la ciudad
de México, manifestándole sus deseos de que allí fuese erigido un templo.
Después de sanar milagrosamente al indio Bernardino, tío de Juan Diego, el 12
de diciembre, cuando, por mandato de la Virgen, llevaba al Prelado unas flores,
al dejarlas caer de su tilma, la imagen de la Señora apareció grabada en esa
prenda, que se venera en la actualidad en el Santuario Basílica de Guadalupe,
en México. Era la señal que había pedido el Obispo Juan de Zumárraga, que
levantó una capilla en 1553.
*Existen diversos documentos que testifican los hechos
acaecidos. El más antiguo es el que recoge la declaración de un testigo
presencial de la entrevista entre Zumárraga y Juan Diego, Se conserva en la
Biblioteca Nacional de México.
1 Nican
Mopohua, según la traducción de M. Rojas, México
1981, nn. 28-32. —
2 Ibídem,
nn. 181-183. —
3 Juan
Pablo II, Ángelus 13-XII-1987. —
4 Ibídem.
—
5 Cfr. ídem, Oración
a la Virgen de Guadalupe, México 27-I-1979. —
6 Ibídem.
—
7 ídem, Discurso 6-XI-1981.
—
8 A.
del Portillo, Carta pastoral 25-XII-1985. —
9 Ibídem.
—
10 Mc 16,
1. —
11 Conc.
Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 3. —
12 Mt 28,
18. —
13 Mt 22.
9. —
14 San
Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. III, p. 63. —
15 Cfr. Conc.
Vat. II, loc. cit., 14. —
16 Ibídem,
6. —
17 Santa
Teresa de Lisieux, Novissima verba, en Obras
completas, Monte Carmelo, 5ª ed., Burgos 1980. —
18 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 716. —
19 Cfr. ídem, Camino,
n. 831. —
20 Juan
Pablo II, Homilía en Guadalupe, 27-I-1979.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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