Por Hugo Prieto
La ansiedad y la
depresión son los síntomas de una realidad impuesta que afecta, en mayor o
menor medida, a cada uno de los venezolanos. No hay una luz al final del túnel,
pero sí un recorrido en la oscuridad, cuyos inicios podríamos ubicar en 2014.
La sombra que se proyecta en 2021 son mayores dificultades, como consecuencia
del agravamiento y prolongación del conflicto político y la crisis económica.
Sin duda, esto ha generado un impacto en la salud mental de los venezolanos.
Quién habla de este tema es Marisol Ramírez*.
Durante el Caracazo
vimos una sociedad enardecida. Hubo, además, una novedad. Todas las formas de
violencia las vimos por televisión, ¿cómo influyó esto en la emocionalidad y en
la psiquis de los venezolanos?
Lo importante del
Caracazo —para las víctimas que lo vivieron de cerca, pero también para las
víctimas secundarias— es que fue un evento de tal magnitud, que generó un
trauma a nivel individual y a nivel social. Estamos hablando de una herida, de
una fractura, que no es propiamente física, sino que más bien tiene que ver con
mi psico emocionalidad, con mi socio emocionalidad. Entonces, empezamos a ver
afectada la inocencia del venezolano, esa supuesta ingenuidad, tan bien
ilustrada en la fábula de Tío Tigre y Tío Conejo. Se produce el trauma y la
necesidad de afrontarlo, ¿Para qué? Para caer en una situación natural, desde
el punto de vista psicológico, que es el duelo. El Caracazo, ciertamente, marca
el comienzo, el inicio formal diría yo, de un estilo de vida en Venezuela que
va de la crisis al duelo.
La diáspora, como
evento traumático, adquiere una dimensión más profunda. Diría que es una
ruptura —no ya a escala social, sino más bien personal, entre otras cosas,
porque todos tenemos un familiar que huyó del país—. Y en este tránsito, en
este modus vivendi, lo único que ha avanzado es la crisis y el duelo. ¿Cuáles
serían las consecuencias de este proceso?
Antes quiero decir algo
importante: Este modelo de vida, de crisis y duelo, que vivimos los
venezolanos, nunca ha dejado de ser personal. Ha transitado de lo personal a lo
social y vuelve a lo personal. A lo mejor tuvimos a un hijo, a un sobrino,
preso por un tema político. O un hijo muerto producto de la represión de las
manifestaciones de 2017. Vimos como a partir de 2015 aparece el fenómeno de la
emergencia humanitaria compleja. Todos tenemos a un familiar o conocemos a
alguien que falleció producto de la escasez de medicamentos o por la ausencia
de un tratamiento médico. Todos tenemos a un familiar o conocemos a alguien que
perdió muchísimo peso. Entonces, este modelo de crisis nunca ha dejado de ser
personal. No ha perdido características sociales, políticas, todas las
expresiones que puedan reconocerse.
Sería muy ingenuo
pensar que esto es obra de la casualidad.
Esto ha sido finamente
pensado, planificado, estructurado, diseñado, para romper con esa imagen de ingenuidad
del venezolano, que de alguna manera recoge una forma de vivir, de resolver, de
estar en el mundo, tanto en lo individual como en lo colectivo, para poder
sobrevivir, o intentar hacerlo, en un esquema donde nos movemos entre el dolor
que genera la herida —producto de la crisis y la ruptura— y el trauma que ella
genera.
Lo que se percibe en el
ambiente es la imperiosa necesidad de olvidarse del trauma para buscar un
arreglo. Quizás eso contribuya a mejorar la salud psíquica y emocional de los
venezolanos. ¿Eso es posible? ¿Digamos, en términos políticos, éticos, morales?
Esa es la pregunta y
también es la llaga, la llaga del dolor. El duelo ante la pérdida de la vida y
consecuentemente los demás duelos —la pérdida del trabajo o de la condición de
salud, la pérdida de la pareja, la mudanza a otro país— nunca es lineal. Es
como una madeja de hilos que, llegado un momento, se puede desenredar, pero
también puede ocurrir lo contrario. Lo prudente, en términos psicológicos, es
poner eso en perspectiva. No quedarse atrapados en el presente. Eso es parte
del duelo. ¿Qué es lo que pasa aquí? La palabra clave frente a la pregunta que
tú me planteas, que para mí es una llaga, es adecuación. Adecuación no es
adaptarme, no es conformarme o resignarme. Es, si se quiere, uno de los
principales elementos de la llamada resiliencia, que no se compra en ninguna
parte, tampoco se decreta. Hay que entrenarla, hay que cultivarla. No hay otra
manera.
Entonces, ¿qué es
adecuar?
Cuando yo digo
adecuarnos, se trata de entender que nosotros —a lo largo de 20 años en los
cuales ha habido represión, muertes, desapariciones, y todas las cifras que
conocemos de la emergencia humanitaria compleja y de la diáspora— no vamos a
poder dejar atrás esos elementos que nos han causado múltiples heridas. Tenemos
que aprender a vivir con ellos. Y eso significa que no me voy a quedar en la
pregunta. ¿Por qué se murió? ¿Por qué lo mataron? ¿Por qué? ¿Por qué? No. Y
aquí volvemos al punto de partida que es el individuo, que es el hombre, que es
la mujer, que es la gente. De lo que se trata en medio del duelo, es que de
alguna forma yo pueda adecuar mi espacio personal, en medio de un proceso tan
complejo, que además no se detiene, créeme que no es fácil manejarse en esas
circunstancias.
El duelo, efectivamente,
no es lineal. Va y viene, ¿verdad? Y algo similar podría decirse de la crisis.
¿Cuál sería el estado de la salud emocional y psíquica de los venezolanos?
La perspectiva de la
salud mental, emocional y psíquica de los venezolanos pasa por comprender que
la solución a este gran problema que vivimos no tienen nada que ver con los
métodos o las formas que conocemos —marchas, protestas manifestaciones—. De
hecho, se protesta todos los días por el derecho que tengo a una vida con
servicios públicos —agua, electricidad, gas—. Entonces, no hay una sola
solución, sino una madeja de soluciones también, un compendio de cosas, que
tienen que formar parte de un acuerdo importantísimo y fundamental. Aquí han
cambiado las circunstancias y la visual que tenemos de nosotros. Ya no se trata
solamente de Caracas y la provincia, sino de gente que tiene muchísimo dinero y
de otra gente que gana dos dólares. ¿Cómo puedo ser el dueño de mi vida en
medio de circunstancias donde los problemas de salud y alimentación siguen
siendo los mismos? Para eso tengo que retomar, tengo que recuperar, tengo que
adecuar mi vida personal a esa vida social, en la que debo conectarme con otras
cosas para poder transitar este espacio. Las soluciones tienen que ver con la
convivencia, entonces tengo que adecuar mi vista, mi mirada interna, a lo que
voy a tener que compartir con gente que quizás no imaginé, en un país donde hay
sectores que han sido francos y públicos enemigos. Y eso hay que hacerlo. De
otra manera no va a ser posible, porque la otra opción que queda, no la veo
posible, ni la veo viable tampoco.
Marisol Ramírez retratada por Alfredo Lasry | RMTF
¿Cuál sería?
La vía militar, no la
veo, no la quiero. Y al final, creo que es parte del aprendizaje que tenemos
que hacer como sociedad. Entonces, la vía que sí tenemos es la vía ciudadana.
La vía de la convivencia en las condiciones que yo pueda, no en las condiciones
que yo quisiera o que quizás yo necesito.
Realmente hemos
insistido, años y años, en la participación, en la vía ciudadana, y no hemos
conseguido nada. La política le ha fallado a la gente. Yo creo que hay como una
sensación que podría resumir en esa conseja popular «echo tierrita y no juego
más». Entonces, la vía de la participación, la vía ciudadana, también está en
crisis.
Sí, sin duda. Por eso
tiene que cambiar. Cuando te hablo de esa adecuación lo hago desde el
«sentipensar» (proceso en el cual ponemos a trabajar conjuntamente pensamiento
y sentimiento, es la fusión de dos formas de percibir la realidad). Yo he
aprendido, desde mi origen que es la psicología social, que la vía ciudadana
también necesita sentipensarse de una forma distinta. Coincido
contigo, hay una crisis, pero también cierto agotamiento. Yo marché, yo
protesté, yo hice. Sí, pero ese yo individual tiene que cambiar para poder
convertirse en un yo social. Sí, la vía ciudadana tiene que ser compartida
desde los pequeños espacios de la comunidad hasta espacios más representativos.
No se trata solamente de reseñar los números que demuestran cómo ha avanzado la
emergencia humanitaria compleja, o la profundización de la crisis, o como
exponencialmente aumenta el dolor, sino señalar aspectos como la resiliencia,
la solidaridad, la esperanza, no sean solamente palabras bonitas, sino palabras
que respondan a actitudes, a programas definidos de acompañamiento en el
trabajo comunitario que se traduzcan en acciones muy concretas. Esas tres cosas
que acabo de mencionar —resiliencia, solidaridad, esperanza— son actitudes que
se definen, se cultivan, se aprenden, se contagian, se programan, se
planifican. No sólo se planifica la destrucción, también se planifica la
construcción.
Nos movemos en
direcciones opuestas. ¿Qué marcaría la diferencia?
Los tiempos para
destruir son breves, pero el tiempo de construir requiere de una laboriosidad
distinta. Requiere un sentipensar diferente, por parte de las
personas y de los grupos sociales. La diferencia para mí —en este modelo de
crisis y duelo que estamos viviendo— es que la vía de la participación, el trabajo
que nosotros tenemos que hacer, también requiere de una adecuación y tiene que
ver, fundamentalmente, con un proceso psicosocial. Yo necesito relacionarme,
juntarme con personas, con organizaciones y darle sentido a esta manera de
adecuarme a este modelo de crisis y duelo. Por eso dije, al principio,
adecuarse no es conformarse, ni adaptarse, ni resignarse.
Todo eso necesita
planificación, organización. Es decir, necesita tiempo. No creo que los
venezolanos tengamos una noción de lo que significa el largo plazo. Hay que
cambiar la forma en que nos oponemos a este modelo de crisis y de duelo. Pero
no para abrir un paréntesis e intentar, en 2021, lo que se hizo en 2017. No
necesitamos otro baño de sangre. Tampoco creo que la gente quiera repetir esa
experiencia.
Hay una cosa importante
en el manejo del duelo que me sugiere esa reflexión. Ante la pérdida de la vida
—y también de las otras pérdidas— obviamente, hay momentos de rabia naturales,
legítimas, ojo, necesitan también la libre expresión, momentos de mucha ira, no
sólo contra el que se fue sino con la vida, con el que quedó. Hay distintas
manifestaciones de esa inconformidad, de esa pérdida, de ese duelo a la que
sigue una sensación de cambio, pero se monta sobre la inmediatez y es cierto,
el venezolano está acostumbrado a las fórmulas mágicas, al «no me des sino
ponme donde haiga», a un imaginario que nos ha hecho mucho daño. Pero este
cambio no nos va a llevar al pasado, a las cosas como eran antes. Eso es
imposible. Comprendo que la dimensión del tiempo no ayuda, pero ya están
pasando cosas y esto tiene que ver con mi actitud como ciudadana. Mientras esta
situación política prevalezca, aunque inevitablemente, en algún momento, habrá
que dirimir y donde tendremos que convivir, lo que si es cierto es que tenemos que
unirnos, integrarnos, conectarnos con las iniciativas que sí están siendo
posibles. Y todas tienen que ver con este proceso de construcción psico —que es
individual— y social. Y que permite darle sentido a la frase que dije
anteriormente. Caramba, yo soy dueña de mi vida y de qué manera lo soy. La
dignificación de la vida tampoco se decreta, tampoco es una entelequia de los
derechos humanos, es algo en lo que creo y que se puede hacer comestible,
doméstica, cotidiana, pero eso no lo puedo hacer sola en mi casa, lo tengo que
hacer con otros que no puedan pretender que las cosas sean como antes ni
esperar a que me resuelvan. Son las dos imágenes más difíciles de manejar en
todo este proceso de construcción que toma tiempo.
Las iniciativas que
pudieran apuntar a la construcción de una realidad social distinta, en este
momento, son objeto de represión y hostigamiento. Lo que se traduce en más
daño, más sufrimiento y más duelo. ¿Qué reflexión haría acerca del papel que
juegan las organizaciones no gubernamentales? Creo que ahí sí se estaría
incubando un cambio y una forma de adecuarse, en el sentido en que lo ha venido
expresando a lo largo de esta conversación.
No son solo este tipo
de organizaciones, también es la gente que ha respondido a una convocatoria y
ha encontrado por esa vía el componente psicosocial para cambiar, para
adecuarse a este modelo de crisis y duelo. Puedo hablar desde la alianza que
establecimos, en 2014, Psicólogos sin fronteras y el grupo social Cesap. ¿Para
qué? Justamente para que la gente se organice, reflexione, se cuestione y
revise cuál es la problemática de su comunidad. ¿Por qué en 2014? Porque se
avecinaban tiempos muy difíciles. Tiempos de mucho dolor. Empezamos con el
programa Acompañando en el dolor, dirigido a líderes comunitarios. Quisimos
compartir conocimientos con gente que estaba en la primera línea, ahí, en el
barrio, en la comunidad, en el cerro, en la calle. Esa experiencia nos llevó al
acompañamiento psicosocial y hacer match con los programas del grupo Cesap
—seguridad alimentaria, tratamiento de aguas, entre otros—. Nosotros hemos
entendido, porque hemos visto lo ocurrido con Alimenta la Solidaridad, Acción
Solidaria, Prepara Familia, que hemos podido acompañar a la gente para que
todos entendamos que el cambio viene de adentro. Ahí hay un cambio de paradigma
que se está dando y eso tiene nombre. El acompañamiento psicosocial permite que
las personas se reconozcan como sujetos de derecho, que no voy a esperar, que
entendamos que este es un tema de tiempo y de construcción. Evidentemente, ese
cambio se torna peligroso para un modelo de crisis y de duelo, que está
planificado, que está en una etapa distinta y donde lo binario no solamente es
en lo político sino en la cotidianidad. Sí, el trabajo comunitario está bajo la
lupa y una forma de atacarlo es por la vía de los recursos.
Del mismo modo en que
ustedes anticiparon tiempos difíciles a partir de 2014. ¿Qué esperan para este
2021?
En nueve meses de
pandemia, por distintas vías, llegamos a atender a casi tres mil quinientas
personas en el servicio de atención psicológica. ¿Qué es lo llamativo de esto?
Al término de 2019, nosotros atendimos a casi mil personas. La demanda de este
servicio se triplicó, hemos atendido a gente del interior y a gente fuera de
Venezuela. Hicimos una pausa, pero ya hay gente preguntando cuándo reanudamos
nuestro trabajo. Esto, combinado con las más recientes cifras de la encuesta
Encovi, nos hace pensar que este año será difícil. Porque este proceso de
crisis y duelo sigue escalando en la salud mental de los venezolanos. Lo que
hemos visto en las impresiones diagnósticas es un aumento de los trastornos
ansioso depresivos y también en los casos de violencia de género, la violencia
contra la mujer, la violencia en el espacio de la vida cotidiana. En pocos días
vamos a entrar en otro periodo de confinamiento y eso genera una gran
frustración, no sólo por razones laborales sino por razones existenciales. El
otro trastorno tiene que ver con la adecuación de la que hablamos. Por eso es
tan necesario que las personas se vinculen con un espacio que les permita
entender, comprender, el significado de la resiliencia, de la esperanza, de la
solidaridad.
***
*Psicóloga (UCV),
Especialistas en Planificación de Políticas de Salud (Cendes). Coordinadora del
Programa de Asistencia Psicológica y Formación en Acompañamiento Psicosocial
Acompañando el Dolor, en alianza con el Cesap. Conduce el espacio radial
Psicología y Ciudadanía.
03-01-21
https://prodavinci.com/marisol-ramirez-el-trabajo-comunitario-esta-bajo-la-lupa-1/
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