Por Juan Manuel Trak
En 1998 pocos se
imaginaron que Venezuela iba a estar sumida en una catástrofe económica, social
y política como la de hoy. La crisis humanitaria que la gente experimenta a lo
largo y ancho del país es incomparable con cualquier otro momento de la
historia venezolana posterior a la Guerra Federal.
La miseria de muchos
venezolanos no se circunscribe al territorio nacional, cientos de miles de
connacionales pasan penurias en países vecinos cuya capacidad para recibir
migrantes está a tope y su tolerancia hacia los venezolanos se encuentra en
declive. Todo lo anterior se agrava en el contexto de la pandemia de covid-19,
haciendo que la situación de vulnerabilidad de los residentes en el país y de
una buena parte de los emigrados se haya incrementado exponencialmente.
Muy probablemente nunca
sabremos cuántos venezolanos han muerto de enfermedades prevenibles en los
últimos años, tampoco cuántos de los que emigraron perecieron en el camino o
fueron víctima de redes de trata de personas, trabajo esclavo y prostitución.
Muy difícilmente sepamos cuántos compatriotas desesperados decidieron quitarse
la vida o cuántos niños y niñas quedaron huérfanos o abandonados en el país o
fuera de este. En resumen, la tragedia que vivimos como sociedad es
inconmensurable.
Lo anterior no niega la
existencia de hechos positivos, de personas que han logrado sus metas en otras
latitudes o que haya en el país personas que con trabajo honesto mantengan sus
negocios, universidades, escuelas.
Hay que destacar el
trabajo de las organizaciones de la sociedad civil, cuyos integrantes han dado
un ejemplo de gallardía, tesón y compromiso que tanto necesita nuestra nación.
Sin embargo, situaciones como la de los náufragos de Güiria nos recuerda que
por cada historia de éxito hay muchas otras que culminan fatídicamente, algunas
terminan como titulares de noticias que a los pocos meses nadie recordará,
otras quedan solo en la memoria de quienes las sufrieron, pero ocultas a la
opinión pública nacional.
El 2021 seguirá siendo
trágico para los venezolanos, sobre todo para quienes viven dentro del país. La
deriva autoritaria es cada vez más pronunciada, habiendo simulado unas
elecciones presidenciales en 2018 y las parlamentarias en 2020, el
Gobierno acabó con toda posibilidad de reinstitucionalización democrática a
corto y mediano plazo.
Evidentemente, la
responsabilidad total de esta situación recae en quienes dentro de la coalición
dominante decidieron tomar y mantener el poder a sangre y fuego, prefiriendo
gobernar sobre tierra arrasada antes que negociar una distribución más
democrática del poder.
Pero del otro lado ha
habido deficiencias importantes que han contribuido al resultado que vemos en
este año que comienza. El 2021 es el año en el que se cristalizan los
fracasos de todas las facciones opositoras. Por un lado tenemos la oferta
engañosa de una “intervención humanitaria”. La supuesta invocación del
principio de Responsabilidad de Proteger (R2P) o la aprobación del TIAR fue tan
fraudulenta como la elección parlamentaria de 2020. Lamentablemente muchos se
dejaron seducir por este engaño y asumieron posiciones absurdas, carentes de
todo tipo de realismo.
Por otro lado, el
sector minimalista de la oposición, es decir, los partidos y dirigentes que
participaron en la Mesa de Diálogo Nacional (MDN), demostraron que la abyección
vestida de la frase “hacer política” solo los llevó al fracaso. Promovieron y
aceptaron un CNE abiertamente progubernamental a cambio de un puesto entre
cinco que conforman el organismo electoral. Promovieron un estatuto
electoral ad hoc que iba en contra de sus propios intereses y, peor
aún, que iba en contra de la Constitución que decían defender. Invirtieron más
recursos en atacar más a quienes les criticaban que en tratar de construir un
nuevo movimiento opositor unificado con posibilidades reales de lograr una
representación mínima en la AN. Al final del día fueron víctimas de sus propias
decisiones, de su anuencia y arrogancia.
En definitiva,
sirvieron de tontos útiles del Gobierno. Quizás, lo más increíble es que muchos
de ellos, aunque no todos, siguen atribuyendo la responsabilidad de su fracaso
al sector opositor que no participó, hundiéndose cada vez más en sus propias
contradicciones.
Finalmente, la
oposición del G4 y sus aliados fracasaron en su intento de convertirse en una
opción política viable. Cada una de las decisiones tomadas desde el día de la
juramentación de Juan Guaidó, en enero de 2019 hasta la Consulta Popular de
diciembre de 2020, ha llevado al debilitamiento de su posición: (1) buscaron
meter la ayuda humanitaria a la fuerza por la frontera, (2) fracasaron en un
intento de golpe el 30 de abril de 2019, (3) promovieron sanciones que
fortalecieron aún más los lazos del Gobierno con países autoritarios, los dotó
de una narrativa que los victimiza, al tiempo que debilitaron a la sociedad
venezolana, (4) se dejaron sabotear por el gobierno de Trump la única
negociación seria (con independencia de si el Gobierno hubiese o no aceptado),
(5) no elaboraron un plan electoral de cara a las parlamentarias de 2020 (con
independencia de si luego participaban, se retiraban o continuaban hasta el
final), (6) celebraron una consulta de dudosa confiabilidad y sin efectos
políticos reales. Por último, (7) hicieron una modificación del Estatuto que
rige la transición que les permite extenderse a sí mismos el mandato que
terminaba en 2020, el cual tiene serias contradicciones con lo establecido en
la Constitución.
En este sentido, el
haber preferido ser “gobierno interino” antes que movimiento social solo
condujo a un divorcio entre las bases sociales y la dirigencia política.
Se dejó de lado la
lucha por condiciones electorales mínimas y se abandonaron todos los esfuerzos
en aquellos frentes donde se tenían las fortalezas más importantes. Tampoco se
capitalizó el descontento generalizado hacia el Gobierno para seguir minando
sus bases de apoyo ni se procuró la construcción de una coalición democrática
superior para el establecimiento de un movimiento con poder real.
Adicionalmente, el manejo de fondos públicos ha sido poco transparente,
sectario y sin mecanismos eficaces de control político y administrativo. Así,
el gobierno interino terminó fundiendo un Ejecutivo ficticio con un Legislativo
impotente. De esta suerte, para algunos políticos del G4 lo relevante es
mantener el gobierno interino y sus puestos como burócratas en este, al tiempo
que siguen buscando incrementar una serie de sanciones que evidentemente no
cumplen el objetivo deseado y empeora la grave crisis socioeconómica generada
por el Gobierno del PSUV.
Así las cosas, a partir
del 5 de enero de 2021 el país tendrá un nuevo circo en la Asamblea Nacional,
la cual será igual de inútil para el país como lo fue la Constituyente, pero
funcional para el Gobierno.
Igualmente triste será
que no habrá ningún actor de la oposición con capacidad de generar un respuesta
mínimamente significativa ante lo que supone la estocada final a cualquier
vestigio de institucionalidad democrática.
El 2021 será el año en
que se consolida la Revolución Bolivariana, ese proyecto autoritario hegemónico
que beneficia a muy pocos gracias al perjuicio de muchos, mientras que en el
campo opositor se inicia una larga marcha por el desierto en la que nadie
parece contar con el apoyo y agallas necesarias para dar un giro estratégico
ante el fracaso del ciclo político 2013-2020.
Juan Manuel Trak es
Sociólogo (UCAB). Máster en Ciencia Política y Doctor en Procesos Políticos
Contemporáneos (USAL).
05-01-21
https://talcualdigital.com/venezuela-2021-el-fracaso-de-las-oposiciones-por-juan-manuel-trak/
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